El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 23 de octubre de 2023

El fantasma de la ópera



Dirección: Rupert Julian.

Guión: Elliot J. Clawson y Raymond L. Schrock (Novela: Gastón Leroux).

Música: Gustav Hinrichs.

Fotografía: Milton Bridenbecker, Virgil Miller y Charles Van Enger (B&W).

Reparto: Lon Chaney, Mary Philbin, Norman Kerry, Arthur Edmund Carewe, Gibson Gowland, John Sainpolis, Snitz Edwards, Mary Fabian, Virginia Pearson. 

Un misterioso fantasma (Lon Chaney) habita en el subsuelo de la ópera de París. Se ha enamorado de la joven Christine Daaé (Mary Philbin), a la que desea ayudar a triunfar como cantante a cambio de su amor.

El cine de terror es seguramente el género que refleja peor el paso del tiempo. Lo que podía atemorizar a los espectadores de hace cien años, ahora produce casi risa. Y El fantasma de la ópera (1925) es un buen ejemplo.

Sin embargo, imaginemos la impresión que debieron sentir los espectadores en el estreno cuando contemplaron por primera vez el rostro deforme de Lon Chaney cuando Christine le quita la máscara. Incluso en la actualidad es una imagen que impone.

Es cierto que el guión resulta un tanto simple y con algunos momentos extraños, arbitrarios. Incluso los personajes secundarios resultan realmente rocambolescos, artificiales y algo superficiales. En cambio la figura del fantasma, Erik, está perfectamente definida, con esa mezcla de pasión amorosa destructiva y la locura provocada por su deformidad y el aislamiento al que le ha llevado. Christine representa la ambición desmedida, hasta el punto de someterse voluntariamente a su maestro, hasta que descubre su fealdad y lo traiciona. Esta relación entre el fantasma y la bella encierra no poca morbosidad (ella promete ser su esclava) y ofrece los momentos más genuinos de la historia.

Pero hay que reconocer también que mientras Lon Chaney está deslumbrante y aterrador, dentro de la aparatosidad del estilo interpretativo del cine mudo, Mary Philbin y los secundarios no resultan especialmente convincentes, lo que estropea un tanto la eficacia de algunas secuencias importantes.

Dentro de una concepción visual que debe mucho al expresionismo alemán de principios del XX, destaca y llama la atención la secuencia del baile de disfraces en Technicolor, con el fabuloso disfraz de la Muerte Roja de Edgar Allan Poe que luce el fantasma, y la recreación de la ópera. Pero los decorados más espectaculares se encuentran en el subsuelo de la ópera, donde vive Erik, y donde se alternan pasadizos oscuros, un lago y suntuosos dormitorios en un despliegue de imaginación notable.

Con todos sus defectos y a pesar del daño que le ha causado el paso del tiempo, El fantasma de ópera aún conserva el poder de sorprender y asustar al espectador que disfruta de un espectáculo entre ingenuo y desmedido con la esencia del cine primitivo: directo, sencillo y rotundo.

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