Dirección: Rupert Julian.
Guión: Elliot J. Clawson y Raymond L. Schrock (Novela: Gastón Leroux).
Música: Gustav Hinrichs.
Fotografía: Milton Bridenbecker, Virgil Miller y Charles Van Enger (B&W).
Reparto: Lon Chaney, Mary Philbin, Norman Kerry, Arthur Edmund Carewe, Gibson Gowland, John Sainpolis, Snitz Edwards, Mary Fabian, Virginia Pearson.
Un misterioso fantasma (Lon Chaney) habita en el subsuelo de la ópera de París. Se ha enamorado de la joven Christine Daaé (Mary Philbin), a la que desea ayudar a triunfar como cantante a cambio de su amor.
El cine de terror es seguramente el género que refleja peor el paso del tiempo. Lo que podía atemorizar a los espectadores de hace cien años, ahora produce casi risa. Y El fantasma de la ópera (1925) es un buen ejemplo.
Sin embargo, imaginemos la impresión que debieron sentir los espectadores en el estreno cuando contemplaron por primera vez el rostro deforme de Lon Chaney cuando Christine le quita la máscara. Incluso en la actualidad es una imagen que impone.
Es cierto que el guión resulta un tanto simple y con algunos momentos extraños, arbitrarios. Incluso los personajes secundarios resultan realmente rocambolescos, artificiales y algo superficiales. En cambio la figura del fantasma, Erik, está perfectamente definida, con esa mezcla de pasión amorosa destructiva y la locura provocada por su deformidad y el aislamiento al que le ha llevado. Christine representa la ambición desmedida, hasta el punto de someterse voluntariamente a su maestro, hasta que descubre su fealdad y lo traiciona. Esta relación entre el fantasma y la bella encierra no poca morbosidad (ella promete ser su esclava) y ofrece los momentos más genuinos de la historia.
Pero hay que reconocer también que mientras Lon Chaney está deslumbrante y aterrador, dentro de la aparatosidad del estilo interpretativo del cine mudo, Mary Philbin y los secundarios no resultan especialmente convincentes, lo que estropea un tanto la eficacia de algunas secuencias importantes.
Dentro de una concepción visual que debe mucho al expresionismo alemán de principios del XX, destaca y llama la atención la secuencia del baile de disfraces en Technicolor, con el fabuloso disfraz de la Muerte Roja de Edgar Allan Poe que luce el fantasma, y la recreación de la ópera. Pero los decorados más espectaculares se encuentran en el subsuelo de la ópera, donde vive Erik, y donde se alternan pasadizos oscuros, un lago y suntuosos dormitorios en un despliegue de imaginación notable.
Con todos sus defectos y a pesar del daño que le ha causado el paso del tiempo, El fantasma de ópera aún conserva el poder de sorprender y asustar al espectador que disfruta de un espectáculo entre ingenuo y desmedido con la esencia del cine primitivo: directo, sencillo y rotundo.
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