El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 22 de febrero de 2024

45 años



Dirección: Andrew Haigh.

Guión: Andrew Haigh (Relato: David Constantine).

Fotografía: Lol Crawley.

Reparto: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells, David Sibley. 

Unos días antes de celebrar su cuadragésimo quinto aniversario de bodas, Geoff Mercer (Tom Courtenay) recibe una carta en la que le informan que acaban de encontrar el cadáver de la que fuera su primer amor.

45 años (2015) es uno de esos films que se adentran en las relaciones de pareja de una manera directa, desnuda de artificios y nos plantea tantas preguntas sin respuesta que es imposible no reflexionar sobre nuestra propia vida una vez que la pantalla se vuelve negra.

El drama que se plantea es tan sencillo como contundente: Geoff y Kate (Charlotte Rampling) llevan cuarenta y cinco años de matrimonio y ambos parecen haberse acomodado el uno al otro de manera perfecta. Llevan una vida tranquila, sin hijos, pero rodeados de amigos, compartiendo aficiones y disfrutando de su vejez juntos. Sin embargo, cuando Geoff recibe la carta en la que le comunican que el cadáver de su primer amor, Katya, ha aparecido intacto congelado en el hielo de un glaciar, algo muy profundo socava su vida apacible.

Para Geoff es un regreso a un pasado que estaba dormido, pero nunca muerto. De pronto, los recuerdos se hacen muy vívidos y Geoff se sumerge en ellos, volviendo a vivir aquellos días lejanos, recuperando imágenes de Katya conservadas como un tesoro.

Para Kate es un golpe del que no sabe defenderse. ¿Cómo luchar contra un amor idealizado que permanece intacto, como el cuerpo de Katya? Kate empieza a plantearse seriamente qué ha significado para su marido, si la ha querido tanto como a Katya, si no ha representado más que un papel secundario en la vida de Geoff. Además, cuando descubre que Katya estaba embarazada cuando murió, comprende que ella siempre estará en desventaja, pues no pudo darle a Geoff un hijo.

Conforme el dolor de Kate se va haciendo más grande, sin que ya nada pueda aliviarlo, la celebración del aniversario se convierte en un destino amargo, un mero trámite que afrontar con dignidad, pero desprovisto ya de significado; una especie de representación ante sus amigos, pero con la desilusión y la certeza de que ya no es lo que debería haber sido.

Andrew Haigh opta aquí por la contención y la elegancia. Ambos recursos me parecen los más apropiados para no derivar el drama en algo cercano a la mediocridad lacrimógena de un telefilm de sobremesa. Al mismo tiempo, el director elige no ofrecernos respuestas claras, ni siquiera el dolor de Kate se muestra abiertamente, sino en pequeños detalles, en miradas, en silencios, en el reflejo de un espejo. Porque hemos de ser nosotros los que analicemos las imágenes y encontremos las repuestas oportunas. Haigh nos deja las puertas abiertas de par en par y cada espectador, en función de su experiencia, será el que ponga en orden el puzzle.

El viaje al interior del alma humana no es sencillo, no hay buenos ni malos, sino que la vida a veces nos maneja a su antojo. Y es imposible luchar contra los fantasmas. Kate se da cuenta de ello y sufre. Ambos intentan aclarar la situación, pero comprendemos que ya no hay solución. La carta ha abierto un abismo entre ambos y nada de lo que hagan podrá borrar ese momento en que Geoff le cuenta a Kate su relación con Katya. Nada puede frenar la nostalgia de Geoff por un amor idealizado y truncado demasiado pronto. Nada puede paliar las dudas y el desencanto de Kate.

Tal vez en el tono distante, el ritmo pausado y la contención, Haigh haya provocado que 45 años resulte un tanto fría para la profundidad del asunto abordado. Es tal vez el único reproche que podemos hacerle, pues se podría haber contado la historia con el mismo rigor pero con algo más de intensidad. No ofrece un equilibrio perfecto, pero es lo que Haigh ha preferido.

Con un trabajo delicado de Charlotte Rampling encarnando a Kate, sobre la que se centra el film, más que en su marido, que a menudo queda fuera de plano mientras ambos conversan, 45 años es una película que no puede dejarte indiferente porque habla del amor, la juventud, las ilusiones, el poder de un ideal, los sueños perdidos... ¡la vida!

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