Dirección: Jordan Vogt-Roberts.
Guión: Dan Gilroy, Max Borenstein y Derek Connolly (Historia: John Gatins).
Música: Henry Jackman.
Fotografía: Larry Fong.
Reparto: Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, John Goodman, Brie Larson, John C. Reilly, Jing Tian, Toby Kebbell, John Ortiz, Corey Hawkins, Jason Mitchell, Shea Whigham, Thomas Mann, Terry Notary.
En 1973, se organiza una expedición para explorar la misteriosa Isla Calavera, recién descubierta en el Pacífico Sur.
Nueva versión cinematográfica sobre la figura de King Kong que se sale de la historia más conocida para buscar un espectáculo total sin tiempo para parpadear.
El cine actual es sobre todo envoltorio. Hay que sorprender con las imágenes; el público parece decidido a consumir lo que sea mientras tenga un envoltorio lujoso. Y Kong: la Isla Calavera (2017) si de algo puede presumir es de ser un producto asombroso en cuanto a forma, ritmo y espectáculo.
En esta ocasión el simio no saldrá de su isla, toda la cinta transcurre en su hábitat, a dónde llegan unos científicos, escoltados por un grupo de militares, para explorar la isla. El problema es que nada más llegar se dedican a lanzar bombas a lo loco, con lo que enfadan y mucho a Kong, rey de la zona.
Destruidos los helicópteros y diezmada la expedición, la lucha de los hombres ahora es para sobrevivir y poder escapar de una isla donde Kong es la menor de sus preocupaciones, pues hay otros habitantes mucho más peligrosos a los que Kong mantiene a raya.
Para que no falte ningún detalle, tenemos la figura del militar obsesivo, encarnado por Samuel L. Jackson, que lejos de compartir la idea de sus compañeros de que lo mejor es escapar de ese infierno, solamente tiene en mente acabar con el gorila que mató a muchos de sus hombres.
Pero el guión aquí no es lo importante. Simplemente cumple su función de situarnos en la isla y justificar el despliegue asombroso de medios que convierten esta cinta en un espectáculo formidable. Porque incluso para ofrecernos el típico cine de palomitas hay que saber hacerlo bien y Vogt-Roberts demuestra un talento especial para orquestar unas escenas cargadas de adrenalina.
Pero la emoción no está solamente en los enfrentamientos de Kong con los humanos que alteran el equilibrio de su isla, sino en las fantásticas y terroríficas criaturas que atacan a la expedición y nos ponen los pelos de punta constantemente. A nivel de efectos especiales, la película es perfecta.
Lo mismo que el ritmo, la tensión constante, las sorpresas, o más bien, los sustos... el director nos mete de lleno en la acción en cuanto la expedición llega a la isla y ya no nos da un respiro hasta el final.
Eso sí, en esta versión se pierde el romance entre Kong y la chica (solamente hay una escena en que ella, Brie Larson, acaricia al gorila). Y es triste ver cómo el espectáculo puro y duro se come una parte muy hermosa del relato, como es la escenificación del mito de la bella y la bestia que en versiones precedentes nos había deparado momentos muy especiales. Es sin duda el mayor defecto de Kong: la Isla Calavera, pues nos priva de la parte más emotiva y además lo hace sin ninguna justificación. Había tiempo y ocasiones para detenerse en ello, pero esta idea de añadir algo de contenido al espectáculo se ve que no encajaba en las ideas del guión.
En todo caso, la película es lo que es: cine volcado en el espectáculo, un alarde de efectos especiales dentro de un esquema muy sencillo, para que sea fácilmente digerible por la mayor cantidad de espectadores posible.
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