Dirección: David Lean.
Guión: David Lean, Ronald Neame, Anthony Havelock-Allan, Kay Walsh y Cecil McGivern (Novela: Charles Dickens).
Música: Walter Goehr.
Fotografía: Guy Green (B&W).
Reparto: John Mills, Valerie Hobson, Bernard Miles, Francis L. Sullivan, Martita Hunt, Finlay Currie, Alec Guinness, Ivor Barnard, Freda Jackson, Anthony Wager, Jean Simmons, Eileen Erskine.
Huérfano de padre y madre, el pequeño Pip (Anthony Wager) vive con su tiránica hermana (Freda Jackson) y su bondadoso marido, el herrero Joe Gargery (Bernard Miles). Un día, Pip se encuentra junto al cementerio a Magwitch (Finlay Currie), un preso huido de galeras, al que ayudará llevándole comida y una lima para librarse de las cadenas. Algún tiempo después, la señora Havisham (Martita Hunt), una mujer excéntrica y solitaria, lo llama a su mansión para que la entretenga.
David Lean venía de tener un gran éxito con Breve encuentro (1945) y afrontaba ahora la adaptación de la célebre novela Grandes esperanzas de Charles Dickens. El resultado, según los críticos, es la mejor adaptación de una novela de este escritor jamás realizada. No voy a discutir este punto, faltaría más, pero mi conclusión es que esperaba más de ella.
Cadenas rotas (1946) es una película desconcertante. Se ve claramente su origen literario, pues la riqueza de los personajes así como la complejidad de la historia apuntan a una sólida base. Pero aquí reside también el mayor inconveniente: la literatura y el cine son medios muy diferentes y a menudo lo que funciona en uno no lo hace en el otro. Además, al realizar una adaptación de una gran obra, inevitablemente se tiende a hacer comparaciones, algo que es necesario evitar a toda costa, pues no es posible poner en la misma balanza un libro y una película, pues no juegan con los mismos recursos.
Sin embargo, sin caer en comparaciones, Cadenas rotas es un film donde se aprecia un contraste entre la parte meramente técnica y material, que brilla por el esmero puesto en estos apartados, y la manera de contar la historia de Pip, donde creo que el film pierde fuerza. No sé si el problema reside en la densidad de la novela, que es imposible resumir en la duración de la cinta, o que el guión no logra profundizar lo suficiente en los personajes. Pero el resultado es un relato desequilibrado y un tanto frío. Hay pasajes que te enganchan, en especial toda la parte de la infancia de Pip, con los mejores momentos de la historia en cuanto a intensidad. Pero el tramo intermedio, cuando Pip llega a Londres, creo que no está a la misma altura. Parece que se pasa demasiado superficialmente por esta parte de la historia e incluso el reencuentro de Pip con Estella, encarnada en la edad adulta por Valerie Hobson, que debería aportar algunos de los momentos más intensos, resulta algo descafeinada, sin que el guión logre profundizar lo suficiente en el enamoramiento de Pip y la falta de pasión de Estella, quedando la relación muy fría.
Solamente con la aparición de nuevo de Magwitch, genialmente interpretado por Finlay Currie, la historia parece volver a ganar en interés. Pero ni aún en el momento de su muerte, la película logró transmitir verdadera emoción.
Y es que, en general, Cadenas rotas me pareció una historia contada sin pasión. En un relato con tantas desgracias, venganzas y amores no correspondidos hubiera esperado algún instante en que sintieras alguna emoción por el devenir del protagonista y sin embargo, eso nunca me llegó a suceder. Disfrutas de unos buenos diálogos, de la impecable puesta en escena, del ritmo ágil, pero es todo demasiado formal. Hasta en los momentos más dramáticos no lograba sentir de verdad una sacudida que me revolviera en el asiento.
En cuanto a la historia en sí, Dickens llenaba a sus relatos de curiosos personajes que no dejan de chocarnos, incluso hoy en día. En Cadenas rotas hay dos que destacan especialmente. La señorita Havisham, primero, que, abandonada por el novio el día de la boda, ha decidido que todo siga en su casa como estaba ese día: la mesa con el mantel y los platos y la hora en los relojes. Ha cerrado las ventanas y no ha dejado entrar un rayo de sol en todos esos años. Además, amargada como está, ha ideado un extraño y siniestro plan de venganza: educar a la joven Estella (Jean Simmons la encarna de niña) para que haga sufrir a los hombres que se encuentre en su camino.
El segundo es el preso Magwich, uno de los personajes más peculiares del relato y que, en sus apariciones, logra dinamizar la acción con su presencia y vitalidad, que contrasta con la frialdad y buenas maneras del resto de protagonistas.
David Lean quería darle un tono oscuro al relato, lo que deja de manifiesto nada más comenzar la película, con la escena del cementerio en medio de la ciénaga, en una secuencia con auténticos tiznes de terror. Y el resto de la historia no abandona este ambiente entre misterioso y aterrador, cuyo mejor ejemplo lo tendremos en la lúgubre mansión de la señora Havisham, siempre a oscuras, llena de telas de araña, polvo, ratas y amargura.
El director recrea la época en que transcurre la historia con una precisión admirable: ropas, carruajes, posadas, el despacho del abogado Jaggers (Francis L. Sullivan), las calles de Londres, pobladas de pillos. Un trabajo meticuloso en el que, sin embargo, no se recrea, pues está al servicio de lo verdaderamente importante, que es la historia de Pip, desde su complicada infancia hasta su transformación en un joven snob una vez que se acostumbra a la vida de gastos y lujos de Londres.
El reparto reúne a actores británicos no del todo conocidos, al menos no grandes figuras y me parece un tanto desigual. John Mills, que encarna al Pip adulto cumple con corrección, aunque quizá sea algo mayor para el papel y no transmite demasiada emoción al personaje. Alec Guinness, que se convertirá en un actor al que recurrirá Lean habitualmente, a pesar de una aparición más ocasional, sí que resulta mucho más convincente, dinamizando la pantalla con su sola presencia. Fue su primer papel verdaderamente importante en el cine. Lo mismo sucede con Finlay Currie, cuyo aspecto produce ya por sí solo un impacto terrible y acapara los momentos más intensos de la película. La joven Jean Simmons está perfecta, logrando expresar con una naturalidad excelente esa maldad y despotismo con era educado su personaje. Gracias a este trabajo, la joven actriz empezó a ser demanda con asiduidad, despegando su carrera en el cine. Sin embargo, Martita Hunt me pareció muy poco expresiva y su personaje, que podría tener mucha fuerza, se queda un tanto frío.
En definitiva, a pesar de los méritos innegables en cuanto a ambientación, fotografía o decorados, a pesar de la fluidez del trabajo de David Lean, Cadenas rotas es un film demasiado frío, al que le falta dramatismo, nervio en todo el recorrido por la vida de Pip.
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