El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 17 de junio de 2022

El asesino poeta



Dirección: Douglas Sirk. 

Guión: Leo Rosten (Historia: Jacques Companeez, Ernest Neuville y Simon Gantillon).

Música: Michel Michelet.

Fotografía: William Daniels.

Reparto: George Sanders, Lucille Ball, Charles Coburn, Boris Karloff, Sir Cedric Hardwicke, Joseph Calleia, Alan Mowbray, George Zucco, Robert Coote, Alan Napier, Tanis Chandler.

Siete mujeres jóvenes han desaparecido sin dejar rastro tras responder a citas de un hombre misterioso que envía cartas anónimas con extraños poemas a la policía anunciando sus crímenes. Sin pistas, la policía decide reclutar a la amiga de una de las víctimas para que les sirva de cebo.

El asesino poeta (1947) es una película un tanto extraña, que tiene curiosas ramificaciones en su trama que no sé muy bien cómo calificarlas.

Una vez que Sandra Carpenter (Lucille Ball) acepta colaborar con la policía, empieza a contestar a anuncios en el periódico intentado dar con el asesino en serie. Ello da lugar a las ramificaciones a que aludía, muy curiosas, y que sirven para prolongar el desarrollo de la historia, pero quizá no de una manera muy convincente. El problema de estos desvíos es que adoptan un tono un tanto ligero, con toques de comedia que rompen la tensión y la intriga que había creado la desaparición sin dejar rastro de tantas jóvenes, alejándonos de lo esencial.

Estos desvíos sirven también para propiciar el encuentro de Sandra con el empresario Robert Fleming (George Sanders) y crear un romance entre ambos para echar algo de pimienta a la historia. De paso, Fleming servirá, en última instancia, para sembrar dudas sobre si es el asesino, añadiendo de paso el conflicto en la historia de amor  que se suma a la trama criminal. Solo que esas sospechas sobre Fleming nunca llegan a tomarse en serio por parte del espectador, pues no están demasiado bien planteadas como para que resulten creíbles.

Por lo tanto, el principal problema de El asesino poeta es que se dispersa demasiado y no termina de funcionar bien en ninguno de los géneros que toca. Como film de intriga, ésta se diluye en la parte central y cuando se retoma, se hace de manera precipitada y poco convincentemente. Sabemos sin mucho esfuerzo quién es el asesino, por lo que las sospechas sobre Fleming resultan inofensivas.

La parte de comedia, especialmente en la escena del sastre loco interpretado por Boris Karloff, es más surrealista que graciosa y termina de un modo tan absurdo como empezó. También hay otra trama sobre trata de blancas que resulta algo confusa, por lo que tampoco terminamos de implicarnos de lleno en ella.

Y la parte del romance tampoco resulta muy convincente, en parte porque el personaje de George Sanders está presentado como un don Juan, un viva la vida adicto al romance superficial. De ahí que resulte chocante que pueda caer rendido a los pies de Sandra tan rápida y tan profundamente. 

Como se puede ver, son muchos los temas planteados, dispares, sin tiempo para profundizar convenientemente en cada uno y que llegan a despistar al espectador, de manera que no termina de centrarse en ninguno. La sensación que tenía viendo El asesino poeta era de sorpresa, cuando lo más correcto hubiera sido la intriga. 

El reparto, sin embargo, es muy bueno. George Sanders es el don Juan perfecto: elegante, adinerado, seguro de sí mismo... De Lucille Ball no me llegué a creer que fuera una belleza tan arrebatadora como se la presenta en la cinta, pero imagino que ello tiene mucho que ver con las modas y los cánones de belleza de cada época. Sin embargo, creo que hace un trabajo muy convincente, tanto en los momentos en que se muestra segura y desafiante como cuando es presa del miedo o la desesperación. Charles Coburn es un gran actor, si bien es verdad que me costaba verlo como jefe de policía, pues me parecía algo mayor para ese papel. Boris Karloff en realidad tiene solo una breve aparición, aún así, su sola presencia encaja perfectamente con el papel de sastre chiflado.

Es verdad que la película contiene unos buenos diálogos y el trabajo de Douglas Sirk, que se haría famoso unos pocos años más tarde con sus célebres dramas, es más que correcto, pero en general, se trata de un film menor que no termina de cuajar. Puede ser un entretenimiento aceptable, pero poco más.

La cinta es un remake de Trampas (Robert Siodmak), film francés de 1939.

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