El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 6 de junio de 2022

El perro de los Baskerville



Dirección: Sidney Lanfield. 

Guión: Ernest Pascal (Novela: Arthur Conan Doyle).

Música: David Buttolph, Charles Maxwell, Cyril J. Mockridge y David Raksin.

Fotografía: J. Peverell Marley (B&W).

Reparto: Richard Greene, Basil Rathbone, Wendy Barrie, Nigel Bruce, Lionel Atwill, John Carradine, Barlowe Borland, Beryl Mercer, Morton Lowry, Eily Malyon, Ian Maclaren.

Cuando Sir Charles Baskerville (Ian Maclaren) muere en extrañas circunstancias, el doctor Mortimer (Lionel Atwill), amigo íntimo del difunto, acude a pedir ayuda a Sherlock Holmes para que proteja a Henry Baskerville (Richard Greene), heredero de Sir Charles, de la maldición que pesa sobre la familia.

El sabueso de los Baskerville es la novela de Conan Doyle que más adaptaciones a la gran pantalla ha tenido. Esta versión, de 1939, representa la primera vez que Basil Rathbone y Nigel Bruce encarnan a Holmes y Watson respectivamente, hecho que se prolongaría en otras trece películas.

Quizá lo que más destaca en esta versión es la increíble atmósfera que envuelve el relato, con evidentes toques de terror gótico, muy de moda en aquella época. De hecho, al contrario que en otras cintas de Sherlock Holmes, aquí la intriga pura y dura queda algo relegada por la cuidada puesta en escena: los decorados del páramo, la niebla y la fotografía crean un ambiente extraño y misterioso. El peligro se insinúa, flota en el ambiente como la niebla, del perro solamente escuchamos los aullidos, aparecen misteriosos personajes en medio del paisaje desolador...

Solamente en el último tramo, coincidiendo con la reaparición de Holmes, ausente durante una parte importante de la historia, se centra de nuevo el relato en la maldición del perro y el peligro que acecha a Sir Henry. Y a pesar de que el guión descubre al culpable antes de tiempo, ello no impide que esta parte final, con el ataque del perro a Sir Henry, sea sin duda el broche perfecto a una historia cargada de misterio y amenazas constantes que el director, Sidney Lanfield, sabe mantener con vigor desde el arranque mismo del relato.

Hay versiones que juegan con la identidad del perro, insinuando que se trata casi de un ser de otro mundo. En realidad, como se demuestra aquí, no hace falta recurrir a nada extraordinario. La figura del perro, oculta durante gran parte del relato, se impone con rotundidad en cuanto le vemos la cara. Es un simple animal, pero su tamaño y su fiereza provocan un miedo instantáneo. Y cuando lo vemos en acción, atacando a Sir Henry, en una escena memorable por su eficacia y fuerza, el miedo que provoca por sí mismo es aterrador. El perro de los Baskerville no necesita recurrir a nada más que lo que tiene y aún así resulta terrorífica.

En cuanto al reparto, destacar sin duda la brillante interpretación de Basil Rathbone, un actor no muy conocido pero que se ha convertido, desde mi punto de vista, en el mejor Sherlock Holmes que ha dado el cine. Elegante, frío, enérgico, creo que encaja a la perfección con la imagen que podemos habernos hecho del detective a partir de los relatos de Conan Doyle. Nigel Bruce, por su parte, es también un doctor Watson perfecto, con ese aire bondadoso y de persona en la que es fácil confiar. Otra cosa es que se le caracterice como algo torpe y no muy inteligente, sin duda para crear un contrapunto cómico con la figura de Holmes; esto no se corresponde con su imagen literaria y el problema es que, a lo largo de esta serie de adaptaciones, esa imagen cómica se irá acrecentando de manera un tanto excesiva para mi gusto. 

Ninguno de los secundarios, algunos de ellos actores muy conocidos en aquellos años, desmerece tampoco. Destacaría la imponente y misteriosa presencia de John Carradine y Eily Malyon, los criados de Sir Henry, sobre los que descansa otra importante fuente de intriga.

Considerada para muchos como la mejor versión cinematográfica de la novela de Conan Doyle, El perro de los Baskerville es un clásico del género y un ejemplo de cómo se puede sacar todo el partido a unos medios limitados a base de talento. Imprescindible para los amantes de Sherlock Holmes y para todos aquellos que aún saben emocionarse con el cine artesanal de aquellos años.

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