El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 14 de junio de 2022

El proceso Paradine



Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: David O´Selznick (Novela: Robert Hitchens).

Música: Franz Waxman.

Fotografía: Lee Garmes (B&W).

Reparto: Gregory Peck, Ann Todd, Charles Laughton, Ethel Barrymore, Charles Coburn, Louis Jourdan, Alida Valli, Leo G. Carroll.

La señora Paradine (Alida Valli) es acusada de asesinar a su marido ciego. Anthony Keane (Gregory Peck) se encargará de su defensa y terminará enamorándose de su cliente. 

El proceso Paradine (1947) no es de las películas de Alfred Hitchock más conocidas ni tampoco de las que gozan de mejor reputación entre el público y la crítica. Incluso, el propio director no era muy benévolo con la cinta: consideraba que Gregory Peck no daba la talla para interpretar a un abogado inglés; se quejaba de que le había impuesto a Alida Valli y Louis Jourdan, a los que él no hubiera elegido, especialmente al segundo, pues pensaba que el papel del criado debía encarnarlo alguien con aspecto más rudo, vulgar, casi sucio, para recalcar la ninfomanía de la señora Paradine al mezclarse con alguien tan repulsivo a primera vista. Y tampoco estaba muy satisfecho con Ann Todd, que interpreta a Gay, la esposa de Anthony, a la que le director la consideraba demasiado fría.

Este tipo de quejas en cuanto al reparto solían ser frecuentes en Hitchcock, que no siempre podía elegir a sus actores libremente.

Y, sin embargo, desde mi punto de vista, esta película es de las más densas y completas de su filmografía, donde abundan tramas un tanto "infantiles".

Lo más interesante de la película, desde mi punto de vista, es la complejidad de todos los personajes, no solo los protagonistas. En los personajes principales es normal encontrar sombras, en especial en temas como en el que nos ocupa; pero si nos fijamos con atención, todos los personajes de cierta relevancia ocultan en realidad muchas cosas bajo la superficie. Y eso es lo que añade un punto muy interesante a El proceso Paradine que, más allá de la trama principal, nos ofrece otros elementos de reflexión a cerca de lo que esconde la mente humana, con sus rincones más que sombríos.

Anthony Keane, por ejemplo. La manera en que se enamora de Maddalena Paradine es un tanto anómala, sobre todo tratándose de un abogado inteligente, maduro y felizmente casado. Pero Keane pierde por completo los papeles y en algunos momentos hasta la dignidad ante una mujer a la que no conoce de nada. Más que amor, parece algo cercano a una obsesión, algo que no puede controlar. Su esposa, sin embargo, es de los pocos personajes equilibrados, segura de sus sentimientos y de lo que debe hacer para ayudar a su marido. Su conversación con Keane, cuando al fin ponen las cartas boca arriba, es un ejemplo de amor, comprensión y sacrificio. Me parece uno de los mejores momentos de toda la película.

La señora Paradine es tremendamente fría, enigmática. Era necesario para mantener la incertidumbre sobre su culpabilidad o inocencia, pero aún así, su mirada fría, su control sobre sí misma, que a veces no puede retener ramalazos de ira, dibujan a una mujer tan atractiva como misteriosa. Y Alida Valli, en contra de lo que pudiera pensar Alfred Hichcock, me parece que está perfecta en ese rol. Cuando se caen todos los velos, Maddalena se descubre como una mujer terriblemente enamorada, pero de un modo casi irracional, y también fría, manipuladora, egoísta y despiadada. Sin duda, un personaje fascinante y temible a vez.

Louis Jourdan, que interpreta a André Latour, el ayuda de cámara del señor Paradine, por el contrario, creo que no está a la misma altura. Pero no por lo que pensaba el director, que lo consideraba demasiado refinado para lo que a él le hubiera gustado, sino porque es un actor limitado y pienso que su personaje, también complejo, atormentado y enigmático necesitaba de alguien más carismático y expresivo.

Pero es en el matrimonio del juez Horfield (Charles Laughton) y su esposa Sophie (Ethel Barrymore) donde encuentro a los mejores personajes de El proceso Paradine. Su relación es todo menos plácida. Lo interesante es que no se explica abiertamente, sino que se va mostrando en pequeños detalles, como las miradas de Sophie, su obediencia a su marido, que hablan de la su infelicidad, de cómo se ha ido sometiendo a un marido autoritario y hasta déspota. Luego, cuando el juez mira con lujuria el hombro desnudo de Gay y le coge la mano, comprendemos que es un hombre concupiscente y tan seguro de su poder que ni siquiera disimula su lujuria. Al final, cuando el juicio ha concluido, Sophie le expresa a su marido la necesidad de ser compasivos, de que no hay derecho a ser crueles, pues la vida ya nos castiga bastante. Y descubrimos que el juez, que en su juventud era un hombre más bueno, se ha convertido en un ser cruel, inhumano y que desprecia a su mujer, que lo ha amado toda la vida. Me parece un retrato muy amargo, pero muy certero, de un matrimonio fracasado.

Otro aspecto interesante es que, por lo general, en los films de juicios suele ser esa parte la más importante. En esta ocasión, el equilibrio entre la introducción al conflicto y el momento del enjuiciamiento es perfecto, de manera que el juicio en sí es importante, pero tanto o más lo es la presentación anterior de los implicados, que es la parte más compleja desde el punto de vista psicológico. 

Por poner un pero, dada la eficacia con que se retrata internamente a los personajes, echo de menos una mayor precisión en el proceso de degradación de Anthony Keane al enamorarse de Maddalena, pues creo que queda, en general, un tanto en la sombra, menos definido de lo que hubiera sido necesario.

Alfred Hitchcock era un director al que le gustaba dejar su huella en las películas. Desde sus inicios, buscaba soluciones visuales que expresaran una idea o, simplemente, que llamaran la atención del espectador. La escena de la ducha en Psicosis (1960), escenas oníricas en Recuerda (1945) o la representación del miedo a las alturas del protagonista en Vértigo (1958), por poner algunos ejemplos muy evidentes, muestran esta tendencia de Hichcock. En El proceso Paradine, si bien hay algún detalle en esta línea, son mucho más discretos, lo que creo que favorece a la historia. No nos deslumbra un truco de magia o un efecto por el nos podamos preguntar cómo lo hizo, sino que el trabajo del director es menos visible, más natural. Está ahí, como en el plano cenital cuando Keane abandona la sala del tribunal, o cuando André Latour pasa por detrás de Maddalena en el juicio y se nota la tensión del momento, pero siempre al servicio de la narración, de manera más discreta, y creo que con ello salimos ganando.

El proceso Paradine es, definitivamente, una película que supera los límites de un film de intriga. La trama, con tener interés, no es lo que más me ha llamado la atención. Son los personajes, complejos, que crean múltiples aristas y que hacen que cada escena requiera de una lectura profunda. Frente a otras películas del director, esta me parece mucho más rica desde el punto de vista del acercamiento a la naturaleza y las relaciones humanas.

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