Dirección: David Lean.
Guión: David Lean y Stanley Haynes (Novela: Charles Dickens).
Música: Arnold Bax.
Fotografía: Guy Green (B&W).
Reparto: John Howard Davies, Robert Newton, Alec Guinness, Kay Walsh, Francis L. Sullivan, Henry Stephenson, Mary Clare, Anthony Newley, Josephine Stuart, Ralph Truman.
Una mujer da a luz a un niño en un hospicio, pero muere a esa misma noche. El pequeño, al que ponen por nombre Oliver Twist (John Howard Davies), será criado con crueldad en esa institución hasta que, a los nueves años, lo envían de aprendiz con un fabricante de ataúdes. Cuando ya no soporte más los malos tratos en su nuevo hogar, escapará a Londres.
Dos años antes, David Lean había realizado la adaptación de Grandes esperanzas de Dickens, titulada Cadenas rotas, y ahora, en 1948, se entrega a la adaptación de Oliver Twist donde logra una verdadera obra maestra.
Oliver Twist nos revela a un David Lean en estado de gracia. Si el director ya había dado sobradas muestras de su enorme talento, especialmente con Breve encuentro (1945), con esta película confirma lo que venía anunciando: estamos ante uno de los mejores directores de la historia del cine. Y su posterior carrera no hará sino confirmar plenamente esta idea.
La adaptación de una novela nunca es sencilla, a veces cuesta elegir dónde centrarse y, especialmente, concentrar el relato literario a un medio tan diferente como es el cine. A veces se peca por defecto, otras veces se crea un relato demasiado embarullado. Pero en Oliver Twist el director, que participa en la elaboración del guión, logra una película con entidad propia, llena de fuerza, sólida y apasionante.
Para empezar, hemos de resaltar el trabajo meramente técnico con unos decorados y guardarropa realmente impresionantes. La manera de retratar los bajos fondos y su miseria es perfecta. Podemos hasta oler la podredumbre y sentir el frío en las destartaladas ruinas en que se cobijan los miembros de las clases más bajas de la sociedad. Y no solo destaca el cuidado de la puesta en escena, sino también una fotografía en blanco y negro espectacular. Pocas veces he visto un trabajo mejor que el de Guy Green, que sume toda la película en juego de luces y sombras tenebroso, amenazador y con una fuerza expresiva soberbia; atención a la belleza y expresividad que logra con el uso de las velas. Todo ésto queda patente en el inicio de la película, con la llegada de la joven embarazada, en plena tormenta, al hospicio. Un arranque pleno de una tensión desgarradora que nos atenaza ya desde el primer minuto con una fuerza terrible.
El talento del director consigue que la emoción de la historia no decaiga, a pesar de la dificultad de mantener un nivel tan alto como el del comienzo. Pero es que el material con el que cuenta es muy potente y David Lean es tan bueno que, con una naturalidad asombrosa, consigue atraparnos con cada nuevo plano, con cada escena: la madre moribunda con su bebé al lado, la desolación del hospicio, los niños descalzos y mal alimentados, la falsa caridad de la junta directiva, hipócrita y cruel... Minuto a minuto, el relato nos sigue conmoviendo y sorprendiendo sin un solo momento de alivio. El drama de la miserable vida de Oliver se despliega con una precisión de cirujano. Y lo curioso de todo es que, a pesar de estar en los límites de un culebrón lacrimógeno de proporciones enormes, la habilidad del guión y del propio director consiguen que vivamos las desgracias de Oliver sin un exceso de dramatismo. Se evita el melodrama de manera precisa, pero sin perder ni un gramo de emoción.
La etapa de Oliver en Londres, lejos de relajar el drama, le da una nueva vuelta de tuerca con la caída del pequeño en el grupo de ladrones capitaneados por Fagin (Alec Guinness), un personaje inigualable, capaz de mostrar un lado amable, casi encantador, y de atemorizar, un segundo después, con igual contundencia. El hecho de contar con Alec Guinness en ese papel es sin duda uno de los grandes aciertos de Oliver Twist, hasta el punto de que ese personaje ha pasado a la historia como el mejor Fagin nunca visto en el cine, de la misma manera que no entendemos mejor mafioso que el padrino de Marlon Brando o mejor Robin Hood que Errol Flynn. Es un verdadero espectáculo ver actuar a Alec Guinness, disfrutar con sus gestos, sus miradas, su manera de caminar, la manera en que se deja robar para explicarle el "oficio" al joven Oliver..., impresionante.
Pero Alec Guinness no está solo. El joven John Howard Davies es un Oliver lleno de encanto y que aporta una mirada inocente y frágil al personaje maravillosa. Y además está el tremendo Robert Newton en el papel de su vida, junto al del pirata John Silver el Largo en La isla del tesoro (Byron Haskin, 1950). Y Francis L. Sullivan dando vida a un cobarde alguacil que solo se muestra valiente con los niños indefensos o Henry Stephenson, el prototipo de persona bondadosa encarnando al abuelo de Oliver. Y tendría que nombrar también a la conmovedora Kay Walsh, la ladrona arrepentida que desea salvar a Oliver, una vez que no pudo ser salvada ella a su misma edad.
Oliver Twist es un espectáculo de principio a fin. Una película que rinde justicia al gran Charles Dickens, invitándonos a acercarnos a sus novelas, y que también rinde justicia al cine que sabe adaptar con inteligencia una buena novela, respetando su esencia, pero dándole el ritmo propio del cine, la precisión de un plano o la poesía que las luces y sombras o las miradas pueden expresar en una pantalla. Un film grandioso.
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