Dirección: George Cukor.
Guión: Donald Ogden Stewart (Novela: I.A.R. Wylie).
Música: Bronislau Kaper.
Fotografía: William Daniels (B&W).
Reparto: Spencer Tracy, Katharine Hepburn, Richard Whorf, Margaret Wycherly, Forrest Tucker, Frank Craven, Horace McNally, Percy Kilbride, Audrey Christie, Darryl Hickman.
Cuando Robert Forrest, un héroe para toda la nación norteamericana, muere en accidente de coche, el famoso novelista Steven O'Malley (Spencer Tracy) acude su residencia con la intención de hablar con su viuda (Katharine Hepburn) y recabar información de primera mano para escribir la biografía del difunto.
Para entender La llama sagrada (1942) debemos comprender que se realiza en plena Segunda Guerra Mundial, de ahí que se nos prevenga contra lo fácil que puede resultar manipular a los pueblos y del peligro que la mentalidad totalitaria pueda contagiarse a los Estados Unidos. Como explica perfectamente O'Malley, tenemos que impedir que nos esclavicen, no con cadenas en nuestras manos, sino en nuestro cerebro y nuestra lengua, por medio del miedo, como están haciendo los nazis en Europa.
Sin embargo, si nos quedamos solamente con esa idea estaríamos limitando el alcance del mensaje de la película. Es más, en la actualidad, con esa guerra terminada y en parte enterrada, la advertencia sobre los populismos, la manipulación y el odio sigue estando vigente, pues es inherente a la condición humana y jamás dejará de existir el peligro. De hecho, la Segunda Guerra Mundial no ha servido de escarmiento, como por desgracia hemos comprobado muchas veces y más que vendrán.
Pero además del mensaje político, de la defensa de la democracia, La llama sagrada es un film de intriga muy bien planificado.
Una vez hecha la introducción, con la muerte y el duelo de todo un país por la pérdida de Forrest, en seguida Cukor empieza a mostrar ciertas sombras, indefinidas, casi imperceptibles, como una ligera niebla que apenas se manifiesta. Y esa es la baza con la que el director va a mantener nuestro interés, al ir aumentando las dudas con el comportamiento extraño de la señora Forrest y aún más el del secretario personal de su marido, Kerndon (Richard Whorf). Es verdad que se puede adivinar el misterio que se oculta, o parte de él, pero también lo es que Cukor juega sus cartas con inteligencia y nunca cierra otras puertas de manera que, hasta el mismo final, siempre podemos tener una duda sobre el desenlace.
Sin embargo, no solo el argumento tiene importancia. También cómo está expuesto y aquí debemos destacar sin duda los brillantes diálogos, llenos de frases preciosas, cargadas de fuerza y de verdades como puños.
- "Ha visto usted cosas terribles", le dice la señora Forrest a Steven O'Malley, que acaba de llegar de una Europa destrozada por el odio y el miedo.
- "He visto hombres terribles", contesta el novelista.
Pero George Cukor tiene otro as en la manga y es el poder contar con Spencer Tracy y Katharine Heprburn al frente de la película. Admiro profundamente a Tracy, no he visto un trabajo suyo malo o simplemente mediocre. Era un actor con una naturalidad enorme, no era apuesto ni fuerte, pero se imponía delante de las cámaras con una presencia cercana, sencilla, pero llena de integridad, de honradez. Como era habitual cuando protagoniza un film, Spencer Tracy acapara toda la atención, llena la pantalla y todo lo que dice parece nacer de lo más profundo de su corazón. Pero claro, no está solo, Catharine Hepburn es una de las mejores actrices de la historia y cuando ambos se juntaban se producía un pequeño milagro y dejábamos de sentir que aquello era una ficción, podríamos jurar que era la vida misma desfilando ante nuestros ojos.
Pero también he de reconocer que La llama sagrada no logra mantener un nivel elevado a lo largo de todo su metraje. Hay momentos en los que sentimos que sobran escenas algo repetitivas o sin demasiada fuerza, lo que penaliza un tanto el conjunto. Es como si el guión no lograra una unidad perfecta en todo su desarrollo.
Además, hay un detalle característico de las películas norteamericanas de aquella época y es que debían respetar un código moral que obligaba a penalizar cualquier acción delictiva o censurable moralmente, de manera que no podía quedar impune. En esta ocasión, la señora Forrest no evita el accidente que le cuesta la vida a su marido conscientemente y por ello, según este código, ha de recibir el castigo que merece, lo que explica el final.
Sin duda, no estamos ante la mejor película de Spencer Tracy y Katharine Hepburn juntos. Tiene indudables alicientes, pero en conjunto es un film desequilibrado. De todas maneras, solamente por la presencia de ambos actores ya merece la pena verlo.
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