El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 13 de junio de 2022

La marca de los cuatro



Dirección: Graham Cutts.

Guión: W. P. Lipscomb (Novela: Arthur Conan Doyle).

Música: Ernest Irving.

Fotografía: Robert De Grasse y Robert Martin (B&W).

Reparto: Arthur Wontner, Isla Bevan, Ian Hunter, Graham Soutten, Miles Malleson, Herbert Lomas, Gilbert Davis, Margaret Yarde, Roy Emerton, Edgar Norfolk. 

Jonathan Small (Graham Soutten), un reo condenado a cadena perpetua, hace un pacto con dos de sus carceleros: les revelará dónde escondió las joyas de un robo si a cambio le ayudan a fugarse y se reparten el botín. Sin embargo, fruto de la codicia, los carceleros, el capitán Morstan (Edgar Norfolk) y el mayor Sholto (Miles Malleson), acaban peleándose. Sholton mata a su compañero y decide quedarse con todas las joyas. Años más tarde, Small consigue evadirse de la cárcel y solo pensará en recuperar las joyas.

Ya al comienzo del cine, la figura de Sherlock Holmes tenía el suficiente atractivo como para interesar a las productoras cinematográficas. Buen ejemplo de ello es esta temprana adaptación de El signo de los cuatro, segunda novela protagonizada por Sherlock Holmes.

Hemos de entender que se trata de un film de 1932, lo que nos obliga sin duda a contemplarlo con benevolencia, entendiendo las limitaciones técnicas de la época y que el cine estaba aún en su etapa inicial. Por ello, no deja de resultar divertido ver cómo se resolvían algunas situaciones, como las escenas de lucha, por ejemplo, con la acción acelerada y los hombres peleando sin decir ni una palabra ni lanzar un quejido. 

Sin embargo, a pesar de esos y otros detalles que pueden resultar chocantes hoy en día, La marca de los cuatro no deja de ser un film muy interesante por muchas razones.

Un dato importante es que no se trata de una película en la que el detective ha de descubrir la identidad del malo de turno. En esta ocasión, desde el principio conocemos quién es: Jonathan Small. El interés reside entonces en ver cómo Sherlock Holmes (Arthur Wontner) debe localizarlo para frustrar sus planes y que la policía pueda detenerlo de nuevo.

Y es aquí donde la cinta nos muestra las increíbles dotes de deducción de Holmes a partir de detalles insignificantes. La verdad, creo que en este punto algunas de las deducciones resultan excesivas y un tanto inverosímiles. Por ejemplo, a través de una nota escrita por Small, Holmes adivina que se trata de una persona con una sola pierna. Es evidente que con detalles así se requiere de una muy buena voluntad por nuestra parte para participar de tales deducciones sin menospreciarlas. Sin embargo, creo que merece la pena. A cambio de admitir algunas conclusiones algo milagrosas, podremos disfrutar plenamente de una historia en la que el detective brilla con luz propia. Holmes logrará ir cerrando el círculo en torno a Small gracias a sus conocimientos y su inteligencia superior y ni siquiera la torpeza de su amigo Watson (Ian Hunter) le impedirá salir triunfador de la misión.

El tema principal de La marca de los cuatro se adereza con la atracción del Watson hacia Mary Morstan (Isla Bevan) que, si bien es una trama realmente secundaria, proporciona la excusa para que Mary, por la imprudencia de Watson, caiga en manos de Small, lo que ayuda sin duda a aumentar la sensación de peligro y llegar así al climax final con toda la intensidad que requiere el desenlace. Éste, con una trepidante pelea, marcada por ese ritmo acelerado antes mencionado, es un espectacular broche de oro a la historia.

El director, Graham Cutts, busca en todo momento la claridad expositiva para que el espectador pueda seguir la trama lo mejor posible, algo típico de esos años en que el lenguaje cinematográfico se iba afianzando. Pero también demuestra cierto talento a la hora de enlazar secuencias, especialmente al comienzo, de un modo muy original e ilustrativo. Con la excepción de alguna secuencia algo empastada por diálogos sin mucha relevancia, Cutts logra un ritmo sostenido y sabe explotar convenientemente los momentos cruciales de la historia.

Arthur Wontner encarnó al detective en cinco películas en los años treinta del siglo XX. Sin duda, su fisonomía era la adecuada para el papel y su trabajo resulta absolutamente convincente, algo imprescindible sin duda para que la película funcione correctamente.

La marca de los cuatro, con su lógica deuda por el instante en que se rodó, es un film de intriga muy emocionante si somos capaces de comprenderlo en su contexto y disfrutarlo con la necesaria complicidad, de esta manera podremos apreciarlo en todo su valor que, en lo básico, permanece vigente.

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