El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 29 de junio de 2022

My Fair Lady



Dirección: George Cukor.

Guión: Alan Jay Lerner (Obra: Bernard Shaw).

Música: Frederick Loewe.

Fotografía: Harry Stradling.

Reparto: Audrey Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Wilfrid Hyde-White, Gladys Cooper, Jeremy Brett, Theodore Bikel, Mona Washbourne, Isobel Elsom, John Holland.

El profesor Higgins (Rex Harrison), experto en fonética, afirma que puede convertir a una humilde vendedora de flores sin cultura, Eliza (Audrey Hepburn), en toda una dama en solo seis meses. Atraída por la posibilidad de mejorar socialmente, Eliza acude a su residencia para someterse a sus enseñanzas.

My Fair Lady (1964) es un musical clásico cuando ya los musicales clásicos habían pasado de moda. En cierto modo, es un anacronismo. Y, sin embargo, ha logrado entrar en el reducido círculo de los musicales imprescindibles de la historia del cine.

Adaptación del mito de Pigmalión en la versión de Bernard Shaw, la película plantea un conflicto entre un profesor misógino, egoísta y un tanto déspota y la joven de los barrios bajos, inculta y vulgar. El choque es inevitable entre dos mundos opuestos hasta que Eliza vence su animadversión hacia Higgins y decide aplicarse para aprender dicción y modales. La transformación de Eliza es espectacular, no solo en los modales, también interiormente se convertirá en otra mujer. Como es previsible, en el proceso, ella se enamora de su mentor y él, aunque le cueste a su orgullo reconocerlo, también termina enamorado de esa joven que se ha convertido en una princesa. 

Como suele suceder en muchos musicales, la verdadera esencia de la cinta son los números musicales. Muchas veces asistimos a diálogos en verso recitados con el trasfondo de la melodía correspondiente, una fórmula que personalmente no me gusta demasiado. Pero el resto de las canciones y coreografías componen un espectáculo deslumbrante de colorido, sincronización, vestuario y ritmo. Solamente detallo ahora las tres canciones que considero las mejores, al menos las que más me han gustado, de entre el amplio repertorio.

I Could Haved Danced All Night es una maravilla de principio a fin y expresa de manera perfecta el instante en que Eliza se enamora del profesor. No es la coreografía más suntuosa, pero sin duda es la canción que mejor representa My Fair Lady. Una obra de arte.

On The Street Where You Live canta frente a la casa de Higgins el joven enamorado de Eliza que pasará los días a las puertas de donde vive su amor.

With A Little Bit Of Luck es una de las canciones más divertidas de la película y con una coreografía maravillosa donde el padre de Eliza, un simpático vividor encarnado por Stanley Holloway, expone su peculiar filosofía de la vida y lo que considera golpes de suerte.

Aún reconociendo que en este género lo fundamental suelen ser los números musicales, en esta ocasión la historia no deja de ser muy interesante. La labor de Higgins con Eliza podría parecer encomiable, salvo por el detalle de que el profesor lo hace desde un punto de vista muy egoísta, con la intención de demostrar su capacidad para lograr lo imposible. Para él, Eliza es como un juguete, algo sin demasiada importancia. Por ello, Higgins nos cae mal desde el principio: es machista, insensible y arrogante. En cambio, la pobre vendedora, aunque vulgar, nos encanta porque es buena, desea mejorar como persona, pero no especialmente en el ámbito social, sino para poder tener una vida que podría ser mejor. Aunque, como veremos, la felicidad para ella no está en tener dinero o casarse con alguien de buena posición, sino en disfrutar con alegría de cosas sencillas y tener a alguien que la quiera a su lado. Una realidad opuesta a la de Higgins que no quiere a nadie como se quiere a sí mismo y está feliz en su soltería.

Este punto de partida creará los elementos del conflicto entre profesor y alumna. La convivencia de ambos hará que las distancias iniciales se vayan reduciendo hasta el momento en que ninguno de los dos pueda recuperar su vida anterior. El enamoramiento de ambos es inevitable, aunque se alarga lo necesario para crear la tensión imprescindible que genere las escenas de enfrentamiento previas al reconfortante final feliz, que ejemplifica el triunfo del amor, incluso siendo capaz de vencer la resistencia del testarudo profesor. Se podrá argumentar que el desenlace es poco original pero, honestamente, yo no concibo otro final que este.

El reparto me parece perfecto y eso que Rex Harrison no es el prototipo de galán de Hollywood. Pero creo que es un actor perfecto para el papel. Harrison aporta una elegancia natural al personaje, no cuesta nada verlo como un profesor elitista y solitario, sibarita y distante. En cuanto a Audrey Hepburn, imposible resistir a su encanto, si bien los vestidos y peinados que luce no me parecen los más adecuados, pero imagino que responden a las modas de entonces y la época en que transcurre la acción, en 1912. Se ha hablado mucho sobre si hubiera debido interpretar este papel Julie Andrews, que era la compañera de Rex Harrison en la versión teatral de Broadway. Si yo hubiera debido elegir, habría elegido también a Audrey Hepburn, si bien hubo de ser doblada en los números musicales, lo que podría ser la causa de que ni fuera nominada para el Oscar a la mejor actriz.

Dejando de lado que considero que es una película espectacular, he de reconocer que el género musical no es de mis favoritos y me supone un esfuerzo especial ver este tipo de películas. My Fair Lady en concreto me resultó demasiado larga. No es que me aburriera, ni mucho menos, pero confieso que llegué al final un tanto cansado. A los amantes del género imagino que no les sucederá lo mismo.

Generalmente me decanto por las películas dobladas y no subtituladas, salvo que domines perfectamente el idioma original en que está realizada una película. Pero en el caso de My Fair Lady creo que verla en inglés, o al menos con las canciones sin doblar, y con subtítulos, me parece muy recomendable.

My Fair Lady recibió nada menos que doce nominaciones a los Oscars, ganando la impresionante cifra de ocho: mejor película, mejor director, mejor actor (Rex Harrison), mejor fotografía, mejor dirección artística, mejor vestuario, mejor música y mejor sonido.

Sin duda, encaje más o menos en nuestros gustos o preferencias, estamos ante un espectáculo grandioso que merece figurar entre esos títulos imprescindibles de la historia del cine.

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