Dirección: Guy Hamilton.
Guión: Desmond Davis (Obra: J. B. Priestley).
Música: Francis Chagrin.
Fotografía: Ted Scaife (B&W).
Reparto: Alastair Sim, Olga Lindo, Arthur Young, Brian Worth, Eileen Moore, Bryan Forbes, Jane Wenham.
Durante una cena en casa de los Birling, una acaudalada familia inglesa, un inspector de policía (Alastair Sim) se presenta para anunciar la muerte de Eva Smith (Jane Wenham), una joven a la que parecen no conocer.
Curiosa y extraña película, de origen teatral, que nos mantiene en vilo durante todo su metraje para dejarnos, en el último suspiro, con la boca abierta.
An inspector calls (1954) era un film desconocido para mí, una de esas películas que parecen quedarse en el olvido y que, una vez descubiertas, nos sorprenden por su originalidad.
El argumento es sencillo: en una cena familiar en casa de los Birling se celebra el compromiso de la hija de los anfitriones, Sheila (Eileen Moore), con el señor Gerald Croft (Brian Worth), aristócrata y acaudalado. Salvo por el joven Eric Birling (Bryan Forbes) y su exceso con la bebida, es una velada perfecta. Sin embargo, la aparición repentina del inspector Poole (Alistair Sim) vendrá a alterar la reunión.
Poole les informa de que una joven llamada Eva Smith acaba de fallecer en el hospital envenenada, sin especificar si se trata o no de un accidente, suicidio o algo peor. Tanto los Birling como su invitado afirman en un primer momento desconocer a la joven, pero el inspector les demostrará que no es cierto e irá desvelando cómo cada uno de los presentes tuvo algún contacto con la señorita Eva.
El señor Birling (Arthur Young) la tuvo como empleada, pero cuando la joven le solicitó un salario más digno, él la despidió de inmediato. Su hija Sheila la conoció cuando Eva trabajaba de dependienta en una tienda de ropa y fue la causante también de su despido por su actitud caprichosa y envidiosa.
También el inspector demuestra cómo Gerald conoció a la joven, a la que ayudó cuando supo de su precariedad económica y mantuvo una relación sentimental con ella, pero terminó dejándola para comprometerse con Sheila, quedando Eva otra vez desamparada. La señora Birling (Olga Lindo), que se dedica a labores caritativas en su tiempo libre, decidió no socorrer a Eva cuando esta acudió a su organización a pedir ayuda al encontrarse embarazada sin que el padre, de una clase social distinta, asumiera su deber y se casara con ella. Y finalmente Eric, que resulta ser el padre del hijo que esperaba Eva, intentó ayudarla, pero solo económicamente.
De esta manera Poole irá demostrando cómo el comportamiento despreocupado, egoísta o caprichoso de cada uno de ellos con Eva terminaron llevándola a una situación desesperada.
La verdad es que el argumento, aunque interesante y con una buena dosis de suspense, resulta demasiado forzado como resultar creíble, pero es un detalle que pasamos por alto mientras dura la historia atrapados por la serie de revelaciones del inspector, que logra mantenernos en vilo mientras desnuda las vergüenzas de los presentes; resulta evidente que sus decisiones fueron egoístas, sin pensar en las consecuencias, en el dolor que podían causar y reflejan una sociedad de clases donde los seres inferiores son tratados sin mucha consideración, despreciándolos abiertamente.
Es más, incluso cuando el señor Birling y su esposa parecen creerse libres de cualquier repercusión social o penal relacionada con la joven, demuestran su total falta de empatía y caridad hacia la víctima; lo que confirma que la muerte de Eva no les ha cambiado en absoluto y siguen en su pedestal de superioridad e insensibilidad con los necesitados. Solamente Sheila y Eric están realmente conmovidos y han aprendido la lección de las consecuencias de su actitud caprichosa e irresponsable.
Sin embargo, el guión no se queda ahí y en el desenlace tienen lugar un par de giros inesperados que añaden aún más sorpresas. Sinceramente, creo que el rebuscado final, que es verdad que tiene la virtud de dejarnos asombrados más allá del The End, podría haberse evitado. La denuncia social, la crítica a la sociedad de clases y al escaso valor de la vida de la gente menos afortunada ya había quedado brillantemente expuesta como para resultar innecesario cualquier añadido.
Al final, después de tanta sorpresa, llego a la conclusión de que An inspector calls es un retorcido juego de engaños, trucos de magia ingeniosos pero improbables, que se ve sin embargo con sumo agrado por el misterio que envuelve toda esta historia.
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