El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 20 de enero de 2023

Cartas a Roxane



Dirección: Alexis Michalik.

Guión: Alexis Michalik.

Música: Romain Trouillet.

Fotografía: Giovanni Fiore Coltellacci.

Reparto: Thomas Solivérès, Olivier Gourmet, Mathilde Seigner, Tom Leeb, Lucie Boujenah, Alice de Lencquesaing, Clémentine Célarié, Igor Gotesman, Dominique Pinon, Simon Abkarian, Marc Andréoni, Jean-Michel Martial.  

En 1895, una obra de un escritor teatral desconocido, Edmond Rostand (Thomas Solivérès), ha sido un fracaso, lo que le sume en una crisis creativa de dos años. 

Cartas a Roxane (2018) es un film hermosamente presentado, cuidado en todos los detalles: fotografía, vestuario, ambientación... Se adivina la ambición del proyecto que recrea libremente el proceso de creación de Cyrano de Bergerac, la obra de teatro francesa más representada de la historia. Pero no es un ejercicio de estilo ambicioso pero vacío, sino que el relato tiene pasión, diversión, emoción y enredos en su justa medida para hacer que sus casi dos horas transcurran con agilidad, sin sensación de pesadez.

Hasta aquí la crítica si vemos la película sin referencias y sin un amplio bagaje cinematográfico a las espaldas. Pero a poco que hayamos visto cine y tengamos memoria, la cosa cambia radicalmente. Porque Cartas a Roxane es una copia nada disimulada de Shakespeare enamorado (John Madden, 1997) y entonces surgen las dudas y la crítica menos benevolente.

El film francés, bajo este prisma, pierde todo su encanto, pues se limita a seguir, paso a paso, las premisas tan hábilmente diseñadas en la historia de Madden. También aquí el dramaturgo pasa por un período estéril en su trabajo, elabora su idea a partir de sugerencias ajenas, aparecen acreedores que terminan implicándose en la producción y hasta la actriz principal es reemplazada en el último instante. Hay más similitudes, pero estos ejemplos sirven para ilustrar la idea de plagio perfectamente.

Por ello, la película transcurre sin el factor sorpresa, sin la fuerza que hubiera tenido de haberse basado en ideas originales, pues todo lo que vemos es una copia. O algo más. El cine francés atravesó a lo largo de su historia diversas etapas en que buscaba el prestigio internacional a base de producciones costosas y ambiciosas, como esta, con las que demostrar su saber hacer y su capacidad. Muchas veces, en esos esfuerzos ampulosos, caía en un cine sin alma, aparatoso y pretencioso pero vacío. Ahora, con Cartas a Roxane vuelve a cometer el mismo pecado creando una copia ampulosa pero tramposa. Porque Michalik conoce los resortes del drama y la comedia y utiliza pequeños trucos muy vistos para tocar la fibra sensible, con personajes oportunamente cómicos, giros de último momento, confusiones oportunas... son detalles que el director sabe que funcionan y recurre a ellos descaradamente, aunque el resultado termine por parecer algo automático, piezas que encajan en su sitio pero colocadas mecánicamente, demasiado vistas como para crear sorpresa y emoción.

Además, el tema elegido para la película no es inocente. Si Shakespeare enamorado rendía homenaje al mayor dramaturgo inglés de todos los tiempos, Alexis Michalik elige al autor del mayor éxito teatral francés para glorificar su figura y equipararla a William Shakespeare, pues ya conocemos la rivalidad histórica entre ambos países y el eterno chauvinismo francés. Hemos de reparar también como, aprovechando la época en que transcurre la acción, la película sirve también para reivindicar a otras relevantes figuras francesas, como los hermanos Lumière, Louis Renault, Sarah Bernhardt o Constant Coquelin. ¡Vive la France!

Entre los méritos originales de Cartas a Roxane está el reparto, donde todos los actores brillan con luz propia, sin excepción. Si este acierto, unido a un diseño de producción cuidado al máximo y una dirección fluida y ágil a cargo del debutante Michalik, son elementos suficientes para ensalzar la película o, si por el contrario, pesa más la sombra de plagio, es algo que el espectador ha de valorar personalmente. 

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