Dirección: Alexis Michalik.
Guión: Alexis Michalik.
Música: Romain Trouillet.
Fotografía: Giovanni Fiore Coltellacci.
Reparto: Thomas Solivérès, Olivier Gourmet, Mathilde Seigner, Tom Leeb, Lucie Boujenah, Alice de Lencquesaing, Clémentine Célarié, Igor Gotesman, Dominique Pinon, Simon Abkarian, Marc Andréoni, Jean-Michel Martial.
En 1895, una obra de un escritor teatral desconocido, Edmond Rostand (Thomas Solivérès), ha sido un fracaso, lo que le sume en una crisis creativa de dos años.
Cartas a Roxane (2018) es un film hermosamente presentado, cuidado en todos los detalles: fotografía, vestuario, ambientación... Se adivina la ambición del proyecto que recrea libremente el proceso de creación de Cyrano de Bergerac, la obra de teatro francesa más representada de la historia. Pero no es un ejercicio de estilo ambicioso pero vacío, sino que el relato tiene pasión, diversión, emoción y enredos en su justa medida para hacer que sus casi dos horas transcurran con agilidad, sin sensación de pesadez.
Hasta aquí la crítica si vemos la película sin referencias y sin un amplio bagaje cinematográfico a las espaldas. Pero a poco que hayamos visto cine y tengamos memoria, la cosa cambia radicalmente. Porque Cartas a Roxane es una copia nada disimulada de Shakespeare enamorado (John Madden, 1997) y entonces surgen las dudas y la crítica menos benevolente.
El film francés, bajo este prisma, pierde todo su encanto, pues se limita a seguir, paso a paso, las premisas tan hábilmente diseñadas en la historia de Madden. También aquí el dramaturgo pasa por un período estéril en su trabajo, elabora su idea a partir de sugerencias ajenas, aparecen acreedores que terminan implicándose en la producción y hasta la actriz principal es reemplazada en el último instante. Hay más similitudes, pero estos ejemplos sirven para ilustrar la idea de plagio perfectamente.
Por ello, la película transcurre sin el factor sorpresa, sin la fuerza que hubiera tenido de haberse basado en ideas originales, pues todo lo que vemos es una copia. O algo más. El cine francés atravesó a lo largo de su historia diversas etapas en que buscaba el prestigio internacional a base de producciones costosas y ambiciosas, como esta, con las que demostrar su saber hacer y su capacidad. Muchas veces, en esos esfuerzos ampulosos, caía en un cine sin alma, aparatoso y pretencioso pero vacío. Ahora, con Cartas a Roxane vuelve a cometer el mismo pecado creando una copia ampulosa pero tramposa. Porque Michalik conoce los resortes del drama y la comedia y utiliza pequeños trucos muy vistos para tocar la fibra sensible, con personajes oportunamente cómicos, giros de último momento, confusiones oportunas... son detalles que el director sabe que funcionan y recurre a ellos descaradamente, aunque el resultado termine por parecer algo automático, piezas que encajan en su sitio pero colocadas mecánicamente, demasiado vistas como para crear sorpresa y emoción.
Además, el tema elegido para la película no es inocente. Si Shakespeare enamorado rendía homenaje al mayor dramaturgo inglés de todos los tiempos, Alexis Michalik elige al autor del mayor éxito teatral francés para glorificar su figura y equipararla a William Shakespeare, pues ya conocemos la rivalidad histórica entre ambos países y el eterno chauvinismo francés. Hemos de reparar también como, aprovechando la época en que transcurre la acción, la película sirve también para reivindicar a otras relevantes figuras francesas, como los hermanos Lumière, Louis Renault, Sarah Bernhardt o Constant Coquelin. ¡Vive la France!
Entre los méritos originales de Cartas a Roxane está el reparto, donde todos los actores brillan con luz propia, sin excepción. Si este acierto, unido a un diseño de producción cuidado al máximo y una dirección fluida y ágil a cargo del debutante Michalik, son elementos suficientes para ensalzar la película o, si por el contrario, pesa más la sombra de plagio, es algo que el espectador ha de valorar personalmente.
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