El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 28 de enero de 2023

La balada de Buster Scruggs



Dirección: Joel Coen y Ethan Coen.

Guión: Joel Coen y Ethan Coen (Historia: Jack London y Stewart Edward White).

Música: Carter Burwell.

Fotografía: Bruno Delbonnel.

Reparto: Tyne Daly, James Franco, Brendan Gleeson, Bill Heck, Grainger Hines, Zoe Kazan, Harry Melling, Liam Neeson, Tim Blake Nelson, Jonjo O`Neill, Chelcie Ross, Saul Rubinek, Tom Waits, Jefferson Mays.

Seis historias independientes con el nexo de estar ambientadas en el Oeste americano a mitad del siglo XIX.

La balada de Buster Scruggs (2018), presentada como capítulos de un libro titulado "La balada de Buster Scruggs y otras historias del viejo Oeste", está compuesta por seis relatos breves, dos de ellos basados en escritos de Jack London y Stewart Edward White y el resto historias inventadas sobre el Oeste americano, que conforman una película curiosa, atractiva y desigual.

Al tratarse de capítulos independientes, es evidente que no todos tienen el mismo interés o intensidad, por lo que es complicado emitir una valoración de conjunto de una manera precisa. Quizá lo que se puede generalizar es la maravillosa fotografía del conjunto, realmente preciosa, y la cuidada y elegante puesta en escena. De la misma manera, el dominio del tempo y la narración por parte de los hermanos Coen es evidente, con un discurso personal y fluido donde destaca la habilidad para sorprendernos con la inteligente alteración del ritmo y los planos, demostrando un dominio envidiable del lenguaje cinematográfico.

Si nos centramos en cada episodio independientemente, el primero de ellos, titulado La balada de Buster Scruggs, se centra en la figura de Scruggs (Tim Blake Nelson), un forajido cantarín y alegre que se enfrenta a varios rivales antes de toparse con la horma de su zapato. Es una historia curiosa, con toques surrealistas, y donde brilla el humor negro tan peculiar de los Coen y su gusto por detalles macabros, algo excesivo para mi gusto. El resultado es un episodio ligero y rebosante de humor que apacigua el drama y convierte el cuento en un disparate jocoso.

En Cerca de Algodones se continúa con el tono ligero y el humor macabro contando el asalto a un solitario banco, el frustrado intento de ahorcamiento del ladrón (James Franco), salvado por los indios, y su posterior ahorcamiento final bajo una acusación equivocada. La moraleja podría ser que nadie escapa a su destino. El cuento mantiene la chispa y la agilidad del primer capítulo, al igual que ciertos detalles macabros, discurriendo con agilidad y precisión.

Es en la tercera entrega, titulada El mantenido, donde se produce un cambio radical en el tono de la película. Se trata de una historia más sombría, sin pizca de humor, sobre un empresario (Liam Neeson) que recorre el Oeste con su espectáculo, que consiste en un joven tullido (Harry Melling) que recita pasajes literarios y bíblicos. Aquí la agilidad narrativa se estanca y ante una historia limitada los Coen recurren a repeticiones de la actuación del orador que convierten el episodio en el más aburrido, al que ni el sorprendente desenlace redime de sus limitaciones.

Con El cañón de oro seguimos en la línea del anterior episodio y la sensación de que se trata de nuevo de una historia demasiado limitada como dar mucho de sí. Solamente la belleza formal, con un paisaje realmente hermoso, amortigua algo el escaso recorrido del episodio, parco en interés y originalidad.

Afortunadamente, tras estos dos capítulos que llevaban la película a un descenso evidente de su nivel inicial, La mujer desconcertada recupera el pulso y es, para mí, el capítulo más completo del conjunto. La historia de dos hermanos (Jefferson Mays y Zoe Kazan) que viajan en una caravana hacia Oregon para emprender un negocio y las vicisitudes que les acontecen es la más interesante, pues es un relato complejo y que se adentra en la naturaleza humana con personajes profundos que nos hablan de las costumbres y relaciones en la época de la expansión del hombre blanco hacia el Oeste. Además, la historia tiene fuerza y dramatismo suficientes para trascender el mero cuento y constituir todo un relato denso y apasionante donde de nuevo el destino y el infortunio parecen jugar con la vida de las personas cruelmente.

Cierra la película Los restos mortales, un curioso relato que, sin alcanzar la profundidad del anterior, añade de nuevo toques de humor negro para cerrar esta peculiar película con acierto, dejando un agradable sabor de boca final con el enigmático destino que aguarda a los viajeros y que parece aludir a la muerte. 

El balance global es que estamos ante un film muy personal de los hermanos Coen donde dan rienda suelta a sus obsesiones y a su peculiar estilo. Personalmente, encuentro que es un divertimento menor, con buenos detalles pero irregular y sin llegar a adquirir entidad suficiente como para equipararlo a algunas de sus películas de referencia. Creo que a los entusiastas de esta pareja de cineastas no les defraudará, pero considero que el hecho de que los Coen hayan firmado obras geniales, como Fargo (1996) o El gran Lebowski (1998), no me impide ser crítico cuando creo que se quedan por debajo de su capacidad o se limitan, como en este caso, a crear un entretenimiento menor.

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