Dirección: Ang Lee.
Guión: David Magee (Novela: Yann Martel).
Música: Mychael Danna.
Fotografía: Claudio Miranda.
Reparto: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Tabu, Rafe Spall, Gérard Depardieu, Adil Hussain, Ayush Tandon, Gautam Belur, Ayaan Khan, Mohd. Abbas Khaleeli, Vibish Sivakumar.
Pi Patel (Irrfan Khan, Pi de adulto) cuenta la historia de su naufragio camino de Canadá a un escritor (Rafe Spall) que busca una historia para un libro, una historia que le hará creer en Dios.
Premiada y alabada película, La vida de Pi (2012) puede resulta fascinante o no, todo dependerá de qué busque cada espectador y de qué encuentre.
Sin lugar a dudas, La vida de Pi es ante todo un espectáculo grandioso de principio a fin. Incluso las partes que no relatan el naufragio resultan fuertemente atractivas, como toda bonita historia bien contada. Cuando en una película se nos cuenta un hermoso relato, como en La princesa prometida (Rod Reiner, 1987) o un personaje es capaz de inventar de la nada apasionantes historias, como Karen Blixen (Meryl Streep) en Memorias de África (Syney Pollack, 1985), se crea una especie de magia que nos atrapa en su misterio y su belleza. Así sucede cuando Pi relata al escritor la historia de su infancia y su búsqueda de Dios a través de diversas religiones: nos introducimos en un mundo donde somos conscientes de que cualquier cosa pueda pasar. El relato de Pi mezcla realidad y fantasía, sueños y certezas y eso es fascinante.
La culminación de su historia es, naturalmente, el relato del naufragio, un cuento tan mágico como las imágenes en que nos sumerge Ang Lee, con una fotografía de ensueño, como corresponde a un cuento de dimensiones épicas. Además, fue filmado en 3D, lo que imagino que añadirá aún más grandiosidad a las secuencias pero, yo que he visto el film sin esos efectos, he sentido también la magia de las imágenes de una belleza y espectacularidad sorprendentes.
Sin embargo, a pesar de que el naufragio nunca es repetitivo y está lleno de momentos fascinantes, encuentro que la duración del mismo me llegó a resultar excesiva. A veces, menos es más y el intento de lucimiento excesivo me parece no solo contraproducente, sino también un ejercicio de vanidad poco elogiable.
Aún así, quizá sea el desenlace el momento crítico de la película, donde se nos pueden caer por tierra las expectativas o reafirmarse la excepcionalidad de la historia. Mayoritariamente, el público aplaudió la propuesta sin restricciones, lo que demuestra el acierto del conjunto. Personalmente, creo que la resolución final es adecuada y refleja perfectamente cómo el ser humano necesita siempre modificar la realidad para poder llevar la carga diaria de su existencia. Todos edulcoramos las cosas, especialmente cuando se refieren a nosotros mismos, disculpándonos, urdiendo justificaciones para acciones que no nos enaltecen, excusando errores para poder sobrellevar nuestras cargas.
Otra cosa es que, después del espectáculo vivido, me haya quedado algo desconcertado con la manera de presentar el final, que tal vez se merecía algo menos rutinario, más emotivo, en consonancia con el despliegue visual ofrecido pues, en realidad, el mensaje parece quedarse pequeño. Así todo, no termina de empañar el despliegue técnico y la fantasía de un relato original y cautivador. En todo caso, no encuentro para nada a Dios en la historia de Pi. Cuestión de fe, supongo.
El reparto, en cambio, es perfecto; tanto los principales como aquellos que solo tienen unos breves instantes transmiten autenticidad y contribuyen a la eficacia del cuento.
Premiada con cuatro Óscars (mejor director, mejor fotografía, mejor banda sonora y mejores efectos visuales), La vida de Pi quedará como una referencia de cine espectáculo. La clave reside en establecer si ese espectáculo visual excepcional tiene un fondo de la misma intensidad o no. Desde mi punto de vista, hay un desequilibrio evidente entre forma y fondo, con lo que el film no logra la excelencia buscada, siendo no obstante una obra cargada de méritos. Parece un lastre del cine actual donde las formas han logrado cotas de calidad innegables pero el contenido suele ser mucho menos impresionante, acorde con los tiempos tan prosaicos en que vivimos.
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