Dirección: Gerald Thomas.
Guión: Patrick Brawn (Historia: Leon McKern).
Música: sin dato.
Fotografía: Peter Hennessy (B&W).
Reparto: Dermot Walsh, Susan Shaw, Jack Watling, Lisa Gastoni, Kenneth Griffith, Alan Gifford, Ballard Berkeley, Harold Lang, Martin Boddey.
Cuando un empleado de banco sube al autobús y no paga el billete, provocará una serie de acontecimientos de consecuencias imprevisibles.
Modesta película británica de apenas cincuenta y cinco minutos, Chain of Events (1958) es un sencillo pasatiempo sin grandes méritos pero tampoco con defectos importantes.
La historia comienza con un empleado de banco, el señor Clarke (Kenneth Griffith), que no paga su billete de bus de regreso a su casa. Ello provoca que sea denunciado por la compañía de transporte y, para librarse de las consecuencias, el señor Clarke les da el nombre de un cliente del banco, John Stockman (Ballard Berkeley), que recibe la denuncia de la compañía de autobuses sin saber cómo ni porqué y ha de comparecer al juicio. Lo que podría haberse quedado en una mera anécdota comienza a crecer como una bola de nieve provocando el despido del periodista Tom Quinn (Derroto Walsh), que publicó la noticia del juicio dando por hecha la culpabilidad del Stockman sin investigar a fondo el hecho. La cadena de acontecimientos encadenados provocada por el acto del señor Clark culmina con el chantaje a un aristócrata, Lord Fenchurch (Alan Gifford), lo que provocará un terrible desenlace.
El mérito de la película es la manera tan eficaz y plausible en que encadena la serie de consecuencias que terminan en la tragedia final, de un modo completamente natural. Hay que reconocer que, para que la trama sea convincente en la actualidad, hemos de hacer un esfuerzo para entender las implicaciones sociales del simple hecho de no pagar el billete del bus y tener que enfrentarse a la denuncia correspondiente, algo que puede resultar excesivo desde nuestro punto de vista, pero que en aquella época podría tener importantes consecuencias a nivel de la honorabilidad del implicado, lo que explica el miedo del señor Clarke y su cobarde actuación. Una vez comprendido este punto, el argumento se desarrolla de manera natural y lógica para la época.
Gerald Thomas construye el relato yendo directamente a lo fundamental de los hechos, sin rodeos o pérdidas de tiempo en detalles accesorios. De ahí la brevedad de la cinta y la agilidad con que transcurre la historia donde, con una economía de medios encomiable, Thomas consigue describir perfectamente a los principales implicados de manera que entendemos sin margen de error cada uno de los actos, sus motivos y su talla moral.
En cuanto al reparto, rostros desconocidos a nivel internacional. No se trata de grandes actuaciones, pero tampoco desentona nadie especialmente.
La película no destaca especialmente por nada, es un sencillo relato cercano a un cuento moralizador que nos advierte de las posibles e imprevistas consecuencias de un acto aparentemente nimio, pero reprobable y con consecuencias terribles.
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