Dirección: Alan J. Pakula.
Guión: Andy Lewis y Dave Lewis.
Música: Michael Small.
Fotografía: Gordon Willis.
Reparto: Jane Fonda, Donald Sutherland, Charles Cioffi, Roy Scheider, Dorothy Tristan, Rita Gam, Vivian Nathan, Nathan George, Betty Murray, Robert Milli.
Tom Gruneman (Robert Milli), un ingeniero, desaparece sin dejar rastro. La única pista son unas cartas supuestamente escritas por él a una mujer de Nueva York. John Klute (Donald Sutherland), detective privado, investigará la desaparición a partir de esa pista.
Klute es un film de 1971 y con ello se pueden explicar muchas cosas. Los setenta fueron una década de cambios en el cine, de experimentación, de salirse de lo corriente y eso ha dejado un sello característico en muchas películas de esa época. Klute es hija de esos años y se nota, pero no lo digo como alabanza, sino como defecto, pues arrastra todos los manierismos del momento, los malos.
Para empezar, Alan J. Pakula, que nos ha dejado películas maravillosas, como Todos los hombres del presidente (1976), La decisión de Sophie (1982) o El informe Pelícano (1993), se encontraba aquí en los inicios de su carrera (este es su segundo largometraje) y parece más empeñado en dejar su impronta más original que en jugar a favor del argumento. Así, nos ofrece un film lento, con fases tediosas, que desaprovecha en gran medida las posibilidades de la historia y crea un thriller frío que nos deja un tanto al margen, pues cuesta participar de un ejercicio tan peculiar.
El mayor defecto es que tanta frialdad se contagia a los personajes, que deberían sernos cercanos, empatizar con ellos, pero no es así. Realmente, me importaba muy poco lo que sintieran o lo que pudiera ocurrirles. Anestesiado por el ritmo cansino, hasta la intriga, la curiosidad por desenmarañar el misterio de la desaparición de Gruneman, me resultaba indiferente.
Y lo peor es que Pakula deja la investigación en muchos momentos en un segundo plano para centrarse en la personalidad de Bree Daniels (Jane Fonda), la prostituta destinataria de las cartas supuestamente escritas por Gruneman, con lo que deberíamos conocerla bien y, por lo tanto, empatizar con ella, pero el relato es tan rebuscado, artificial y pedante que casi logra todo lo contrario: desinterés.
Además, cuando el misterio se desvela, por cierto demasiado pronto y con escasa fuerza, tampoco ello contribuye a crear un desenlace apasionante, sino que todo sigue con ese ritmo cansino, sin intensidad, de manera que tampoco el final logra despertarnos del letargo. Es más, la última frase de Bree, que debería ser como un soplo de esperanza, se percibe forzada, cuesta creerla realmente, tal vez por todas las contradicciones del personaje o tal vez porque tras un relato tan deprimente cueste admitir un final feliz.
Incluso la historia de amor entre Bree y Klute vuelve a pecar de los mismos defectos: falta de pasión, de credibilidad; de nuevo puede más el deseo de originalidad del director que insuflar fuerza a la relación, que se pierde en diálogos forzados y el ritmo cansino de toda la historia, sin despertarnos ni un momento de pasión.
A parte de ese tono pausado, el trabajo de Alan J. Pakula tampoco me convenció en otros aspectos, como la manera de resolver algunas escenas, como la pelea en el apartamento de Bree, que resultó confusa y torpe, demostrando que aún no había llegado a dominar del todo su trabajo.
Jane Fonda, que ganó el Oscar por su interpretación, me pareció solamente correcta y me cuesta pensar que fuera la mejor actriz de ese año. Donald Sutherland, un actor enorme, me pareció perjudicado en esta ocasión por su personaje: Klute es un detective sin personalidad definida, hierático e inexpresivo, con lo que la interpretación de Sutherland termina siendo anodina, fría y distante. El resto del reparto resultó más o menos correcto, aunque el más conocido de los secundarios, Roy Scheider, pecaba también de la misma inexpresividad que Sutherland.
En definitiva, Klute no funciona bien ni como film de intriga, demasiado simple y mal llevada, ni como estudio de los personajes, que tampoco llegan a adquirir verdadera consistencia, especialmente John Klute, como para que lleguemos a interesarnos realmente por sus problemas.
Tal vez en el año de su estreno, con la novedosa concepción del director, el film pudiera destacar de entre otros de corte similar, aunque lo dudo, pero a día de hoy me pareció más una reliquia oxidada que una propuesta atractiva.
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