El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 16 de enero de 2023

No mires arriba



Dirección: Adam McKay.

Guión: Adam McKay (Historia:Adam McKay y David Sirota).

Música: Nicholas Britell.

Fotografía: Linus Sandgren.

Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Rob Morgan, Jonah Hill, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Scott Mescudi, Cate Blanchett, Meryl Streep.

La astrónoma Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) descubre un enorme cometa, pero cuando el doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) estudia su trayectoria descubre que se dirige directamente hacia la Tierra. De no impedirlo, su impacto acabará con el planeta.

No mires arriba (2021) tenía todas las cartas para ser una inteligente sátira de la sociedad actual, sin embargo peca de un mal bastante extendido en el cine actual: ambición desmesurada. Adam McKay no se contenta con realizar una buena película, quiere más y por ahí es por donde termina estropeando el invento.

El comienzo de No mires arriba es más que prometedor: analiza con precisión de cirujano los males que nos azotan sin piedad y no deja nada en el tintero. Cuando los astrónomos que descubren el cometa y su amenaza advierten a las autoridades y a los medios de comunicación se topan con las reacciones más absurdas posibles que, tristemente, entendemos los espectadores como más que reales pues lo hemos vivido en nuestras propias carnes con el tema del Covid, sin ir más lejos, con gobiernos dando palos de ciego o negacionistas absurdos utilizando el altavoz de medios y redes sociales para difundir sus estupideces.

Y eso es exactamente lo que denuncia la película: la estupidez general de la sociedad actual, materialista, superficial, manipulable y falsamente moralista.

Los palos van en todas direcciones: una presidenta de los Estados Unidos (Meryl Streep) que intentará sacar rédito político a la noticia, ocultándola primero e intentando explotarla en su beneficio después. Los negacionistas que saldrán como setas para desacreditar a los científicos que corroboran el peligro de destrucción. La prensa, que convierte la noticia en un mero espectáculo más, equiparable a cualquier noticia banal. O los potentados industriales, ejemplificados en la figura de Peter Isherwell (Mark Rylance), fundador de una empresa tecnológica, que intentarán hacer negocio con los minerales del cometa. Cualquiera puede buscar equivalentes reales sin esfuerzo.

El retrato que se nos muestra de la sociedad no puede ser más descorazonador, y certero: políticos hipócritas y oportunistas; medios de comunicación mentirosos y manipuladores, en busca del espectáculo para aumentar su audiencia; militares corruptos y fanáticos; famosos de medio pelo sin dos dedos de frente; la autocensura como bandera de los bienintencionados que esconden en realidad a censores mentecatos e intransigentes que mueven a las masas aborregadas, que delegan en otros la tarea de pensar...

Todo ello, desgraciadamente, demasiado real como para tomarlo a broma, aunque el buen humor no falta en esta certera visión de Adam McKay, que satiriza también con acierto sobre esas películas de catástrofes donde hasta el mismísimo presidente encabeza la lucha para salvar a la Tierra, con Independence Day (Roland Emmerich, 1996) como ejemplo más evidente. Pero aquí la presidenta no solo no ayuda, sino que es la principal responsable del desastre final.  

Sin embargo, en lugar de ceñirse a ese planteamiento y enfilar el desenlace a tiempo, McKay opta por alargar la historia y es ahí donde se pierde. La primera parte es fresca, divertida y certera en su crítica, pero cuando alarga la trama hasta límites increíbles (el film dura ciento treinta y ocho minutos nada más y nada menos) las buenas sensaciones se pierden. Y es que lo que sigue tras el brillante planteamiento inicial no añade nada nuevo a lo que visto hasta entonces y se produce un bajón terrible en el nivel del film, convirtiéndose en aburrido y tedioso, con escenas que prolongan lo esbozado en la primera parte pero ahondando en lo ridículo, el exceso y la parodia, pero sin aportar nada nuevo o mejor que lo ya visto antes.

Así que cuando finalmente llega el desenlace, sinceramente ya me daba igual el resultado, si se salvaba el planeta o no, casi prefería la destrucción con tal de que terminara la película, lo que habla muy claramente del aburrimiento a que nos somete el director en la segunda parte de la historia.

Lo mejor de todo es el reparto, con la maravillosa Meryl Streep, que se sobrepone a un personaje ridículo, quizá el peor de todos, con su talento descomunal. También disfrutamos de la soberbia Jennifer Lawrence o el genial Mark Rylance. La pena es que con todo ese talento en el reparto no se hubieran mimado más a los personajes, que caen a veces en lo ridículo sin necesidad.

 No mires arriba finalmente me pareció una propuesta que se estrella tristemente por no saber poner freno a su ambición. Es una pena, pues el análisis de los males de la sociedad actual es preciso, pero Adam McKay tendría que haberse mostrado más contenido, pues acaba cansando.

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