Dirección: Henry Levin.
Guión: Daniel B. Ullman.
Música: Cedric Thorpe Davie.
Fotografía: Guy Green.
Reparto: Errol Flynn, Joanne Dru, Peter Finch, Yvonne Furneaux, Patrick Holt, Michael Hordern, Moultrie Kelsall, Robert Urquhart, Vincent Winter, Noel Willman.
Durante la Guerra de los Cien Años, Eduardo III (Michael Hordern) logra firmar una tregua con el rey de Francia; sin embargo, los nobles franceses de Aquitania se niegan a obedecer a los ingleses y planean su rebelión.
En la línea del clásico de Errol Flynn Robin de los bosques (Michel Curtiz, 1938), volvemos a ver al mejor espadachín de la historia del cine en otra aventura medieval, El príncipe negro (1955), sin duda una obra menor pero nada desdeñable.
La intriga sigue las líneas más clásicas del género, con nuestro héroe enfrentado a una conspiración de traidores que pretende acabar con su vida. De nuevo, en la mejor tradición, las líneas entre los buenos y los villanos quedan nítidamente delimitadas, sin matices ni confusión posible. Sin embargo, El príncipe negro está más centrado en los sucesos militares y políticos, donde su discurso resulta convincente, pero en este tipo de historias es imprescindible dotar de verdadera entidad a los protagonistas si queremos pasar de un mero relato basado en hechos históricos a un drama sólido y apasionante, algo que está ausente en esta ocasión. Tanto el Príncipe Eduardo (Errol Flynn) como el villano, el Conde de Ville (Peter Finch), carecen de fuerza y eso afecta a la intensidad de la trama, que no resulta tan intensa como hubiera sido de desear.
Otra carencia importante en la película es la ausencia de una historia de amor con fuerza suficiente para hilvanar una trama paralela a la militar, pues el romance entre Eduardo y Lady Holland (Joanne Dru) solamente se manifiesta en los últimos momentos de la historia y lo hace de una manera precipitada y tardía, con lo que no aporta más que una mera decoración al desenlace.
Son estas carencias lo que resta potencia al relato que, sin embargo, resulta convincente en cuanto a la ambientación histórica y también en la puesta en escena de la batalla final, cuya espectacularidad supone un adecuado broche final, con el consabido final perfecto: victoria de Eduardo y su unión con la bella Lady Joan Holland, en consonancia con los cánones clásicos del género, lo que no es ninguna crítica pues considero que en este tipo de propuestas un final gratificante se hace casi obligatorio.
Errol Flynn estaba en el tramo final de su carrera y es evidente ya su deterioro físico que deja su imagen muy alejada de la de su época gloriosa. Es un poco triste contemplar su rostro y recordar su belleza anterior. A pesar de ello, Flynn mantiene el tipo con cierta elegancia, pero es evidente que ya no encajaba tan bien en ese tipo de roles. Tan solo cuatro después de rodar la película el actor moriría a la edad de cincuenta años, fruto de sus vida plagada de excesos.
Lejos de los grandes títulos del cine de capa y espada, El príncipe negro es un modesto entretenimiento, sin grandes defectos pero tampoco grandes virtudes. Nos queda la duda de cómo hubiera resultado la película en unos de un director de más talento.
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