Dirección: Andrew V. McLaglen.
Guión: James Lee Barrett.
Música: Frank Skinner.
Fotografía: William H. Clothier.
Reparto: James Stewart, Doug McClure, Rosemary Forsyth, Glenn Corbett, Patrick Wayne, Phillip Alford, Katharine Ross, Charles Robinson, James McMullan, Tim McIntire, Eugene Jackson Jr., Paul Fix, Denver Pyle, George Kennedy.
Charlie Anderson (James Stewart) es un hombre viudo que tiene una granja en Virginia, que explota con la ayuda de sus hijos. Aunque el frente de la Guerra de Secesión está cada vez más próximo a sus tierras, Charlie ha decidido no tomar parte en la contienda al pensar que es algo que no le incumbe mientras no les afecte directamente.
El valle de la violencia (1965) tal vez sea el mejor film de Andrew V. McLaglen, hijo del famoso actor Victor McLaglen, asiduo de los westerns como secundario de lujo, género que también cultivó con frecuencia su hijo.
Es una película que en muchos aspectos nos recuerda al estilo de John Ford, con una mezcla muy acertada de drama y comedia, y que por su temática podríamos emparentar con La gran prueba (William Wyler, 1956).
La historia gira en torno a Charlie Anderson y su familia. El patriarca es un hombre de fuertes convicciones que ha intentado inculcar a sus hijos y entre ellas está la prioridad absoluta de la familia y la tierra, por encima incluso del Estado. Charlie afirma que nunca recibió nada de éste ni le pidió nada, sacó adelante su granja solo con la ayuda de su familia y por eso se mantiene al margen de una guerra que no le concierne. Sin embargo, es evidente que el conflicto entre el Norte y el Sur le acabará afectando y entonces sufrirá en sus carnes el dolor y la barbarie de la guerra.
La idea principal de El valle de la violencia es la sinrazón de las guerras, justificadas por los políticos pero que siempre hieren al más débil. Charlie defiende la libertad individual, el trabajo honrado, la familia y el derecho de cada persona a decidir libremente lo que quiere ser y hacer. Por eso no impone sus ideas a sus hijos, aunque sea muy claro a la hora de expresar su opinión.
Con un comienzo más bien ligero, donde McLaglen va exponiendo las bases de la historia con elegancia y precisión, El valle de la violencia va caminando lentamente hacia el drama que va a explotar con fuerza en el tramo final.
Podríamos convenir que tal vez la carga dramática resulte algo excesiva en algunos momentos, con una clara tendencia algo teatral a dramatizar con fuerza aquellos instantes clave, fruto sin duda de la tendencia del momento, que tampoco era muy dada a los matices, creando identidades rotundas, como en el caso de Charlie Anderson. Pero también hay que reconocer que el guión resulta siempre bastante elegante a la hora de afrontar esos momentos, como por ejemplo evitando con inteligencia la escena en que asesinan a Ann (Katharine Ross), ejemplo de un estilo delicado que desgraciadamente se ha perdido, llegándose en la actualidad a explotar con todo lujo de detalles los momentos más desagradables. McLaglen, sin embargo, demuestra su delicadeza y no por ello la historia resulta menos conmovedora y más contundente.
Además de contar con una historia muy potente, podremos disfrutar con la presencia de James Stewart, uno de los grandes actores de la época dorada de Hollywood, que supo evolucionar de sus primeros papeles cómicos hacia unos registros mucho más dramáticos y complejos en su etapa de madurez y cuya prueba la tenemos en su personaje, un hombre de fuertes convicciones, moralmente intachable, al que la guerra golpeará donde más le duele y que James Stewart sabrá interpretar con total eficacia, transmitiendo en todo momento su fuerza, su dolor y su sensibilidad, en especial en esos momentos tan fordianos en que acude a conversar con su difunda esposa al pequeño cementerio junto a su casa, como hacía John Wayne en La legión invencible (John Ford, 1949).
El valle de la violencia es un western intenso que reflexiona con acierto sobre temas tan importantes como la guerra, la familia o la independencia individual y el derecho de cada persona a decidir sobre su vida. Sin la magia y la poesía que John Ford lograba imprimir a sus películas, esta sigue sus pasos y se queda tan solo un peldaño por debajo. Muy recomendable, no solo para los amantes del western.
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