El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 24 de marzo de 2023

Decreto de inocencia



Dirección: Pierre Jolivet.

Guión: Roselyne Bosch (Novela: George Simenon).

Música: Serge Perathoner y Jannick Top.

Fotografía: Pascal Ridao.

Reparto: Gérard Lanvin, Virginie Ledoyen, Carole Bouquet, Guillaume Canet, Aurélie Vérillon, Jean-Pierre Lorit, Denis Podalydés, Anne Le Ny. 

Cécile (Virginie Ledoyen) y su amiga Samira (Aurélie Vérillon) no tienen trabajo ni dinero para pagar el alquiler, por eso deciden robar en una joyería. Pero el robo sale mal y detienen a Samira. Cécile acudirá a pedir ayuda a un prestigioso abogado (Gérard Lanvin).

Decreto de inocencia (1998) nos cuenta la historia de un hombre maduro que pierde la cabeza por una hermosa jovencita de los barrios bajos, lo que le lleva a tirar por la borda su matrimonio y a poner en peligro su exitosa carrera de abogado. No es, por lo que vemos, una historia muy original que digamos. La clave está en dotarla de nervio para que destaque por encima de la media. El problema es que Pierre Jolivet no lo consigue.

A pesar de partir de una novela de George Simenon, más conocido por sus historias de detectives, el relato resulta bastante vulgar. En parte, por la manera tan rutinaria del director en su puesta en escena, donde todo transcurre sin verdadera emoción. Una historia con tantas posibilidades dramáticas como esta se queda en un relato plano, donde las cosas suceden casi mecánicamente y donde nunca me sentí realmente cómplice de lo que sucedía.

El problema también creo que reside en la pobre caracterización de los protagonistas. Se comprende que Michel pierda la cabeza por Cécile, pues Virginie Ledoyen está especialmente hermosa y tentadora, pero ahí se queda todo, falta ahondar más en la personalidad de Cécile, por ejemplo, para comprender mejor su juego con Michel y con Vincent (Guillaume Canet), su supuesto novio, porque todo se queda un poco en el aire, como enredos de una niña caprichosa. Ni nos adentramos en el juego de seducción con Michel ni en la pasión que siente por Vincent.

Lo mismo sucede con Viviane (Carole Bouquet), la esposa de Michel: comprendemos su sufrimiento, pero el director no sabe darle dramatismo al personaje, de manera que sus actos no nos conmueven, tal vez contagiados en parte por la frialdad de la actriz, que tiene un rostro precioso pero es tan inexpresiva como una figura de mármol.

Tampoco Virginie Ledoyen resulta muy convincente. Está aquí por su físico, pero sus dotes como actriz son un tanto limitadas. Pero al cine francés este detalle no parece preocuparle demasiado, pues nos tiene acostumbrados a un desfile continuo de hermosas jóvenes actrices que representan asiduamente el rol de Lolitas y cuyo único mérito suele ser su físico. 

Tras un desarrollo un tanto aburrido y algo repetitivo, es en el final donde la película logra interesarnos más. Al menos, hay que reconocer que se sale de los típicos desenlaces habituales, o muy dramáticos o convenientemente felices. La solución propuesta me parece más inteligente y deja además en el aire el futuro de Michel y Viviane, a elección del espectador.

Decreto de inocencia termina quedándose en una historia sin nervio ni profundidad, un film realizado correctamente pero donde falta talento por todas partes.

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