El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 9 de marzo de 2023

Té y simpatía



Dirección: Vicente Minnelli.

Guión: Robert Anderson (Obra: Robert Anderson).

Música: Adolph Deutsch.

Fotografía: John Alton.

Reparto: Deborah Kerr, John Kerr, Leif Erickson, Edward Andrews, Darryl Hickman, Norma Crane, Dean Jones, Jacqueline deWit, Tom Laughlin. 

Durante una reunión de antiguos alumnos, Tom (John Kerr) recuerda su etapa de estudiante, diez años atrás.

Adaptación de una obra teatral homónima de Robert Anderson, que firmó el guión cinematográfico, Te y simpatía (1956) aborda un tema muy delicado para la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX: la homosexualidad. Aunque, en realidad, la homosexualidad era el tema de la obra de teatro. Para que la película pudiera realizarse hubo que efectuar un cambio fundamental: Tom no debía aparecer como homosexual, sino simplemente como un chico diferente, más sensible, lo que explicaba sus aficiones propias de mujeres, como cantar, actuar en obras de teatro (el hecho de que fuera a representar el papel de una mujer alude claramente a esa homosexualidad censurada, pero insinuada constantemente), cocinar o coser.

Debido a estas inclinaciones, sus compañeros de estudio lo rechazan y se burlan de él. Lo cuál no deja de ser significativo: a esa edad, diecisiete años, los chicos están buscando su camino y tienden a identificarse con lo que creen que la sociedad espera de ellos. No quieren significarse, sino integrarse, de ahí sus manifestaciones de hombría en sus juegos y deportes. Pero, cuando deben ser sinceros, muestran parecidas debilidades a las de Tom, como su compañero de cuarto Al (Darryl Hickman), que le confiesa que él tampoco ha estado nunca con una mujer en la intimidad. 

La única persona en el colegio que parece comprender a Tom de verdad es la señora Laura Reynols (Deborah Kerr), que también sufre en su carnes la soledad causada por la frialdad de su marido, Bill (Leif Erickson), un ejemplo de masculinidad para sus alumnos pero que tiene totalmente abandonada a su esposa, que le reprocha acertadamente que la hombría no es solo pavonearse y hacer montañismo, sino también ternura y consideración. Bill tampoco acaba de comprender a Laura y sus desvelos con Tom, que le provocan unos celos viscerales, incapaz de ver el verdadero problema, que es su falta de atenciones con Laura y su tosca masculinidad. 

Y así mismo queda muy bien explicado el papel de la mujer en aquella sociedad, limitándose a tareas secundarias como, por ejemplo, ser buenas anfitrionas de los alumnos y ofrecerles té y simpatía los sábados por la tarde. 

Todos estos conflictos se explican por la época en que se rodó Té y simpatía. En los años cincuenta, la sociedad norteamericana estaba cambiando y se anticipaban los grandes movimientos de la década siguiente en el terreno de la lucha contra el racismo, los movimientos radicales juveniles o la emancipación de la mujer. El modelo tradicional de sociedad se tambaleaba, de ahí que empezaran a surgir temas, en el cine, teatro y literatura, que se hacían eco de ciertos asuntos espinosos, como este de la homosexualidad.

Lo que se debate también es cómo la sociedad nos impone unos modelos de comportamiento que pueden bloquear la verdadera personalidad del individuo, especialmente en edades de formación y búsqueda de la identidad, y aquellos que como Tom son diferentes y no pueden ocultarlo se exponen a la censura general, no solo por ser diferentes, sino por el miedo que provocan en los que los rodean, que seguramente padecen también las mismas o parecidas dudas y la manera de luchar contra ellas es enfrentarse al que consideran más débil y reforzar así su autoestima y su integración al grupo. Pero la represión y el miedo incluso van más allá, como refleja Herb (Edward Andrews), el padre de Tom, preocupado por la repercusión que la imagen de su hijo puede causarle a él.

Con un discurso tranquilo, Vicente Minnelli lleva con delicadeza el film, sin caer en excesos dramáticos pero sin dejar de mostrar los problemas que se plantean con toda la libertad que puede. Tal vez la parte intermedia de la historia se alarga en exceso, pero en todo caso el resultado es un film valiente, sensible y muy sincero que, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene toda su vigencia porque la profundidad de los problemas que aborda no han sido aún resueltos a día de hoy. A menudo, algunos temas que parecían superados vuelven a surgir de pronto y es que en muchos asuntos la sociedad parece seguir girando en círculo.

Para la versión cinematográfica se optó por respetar a sus tres actores de la versión teatral. El resultado es una magnífica Deborah Kerr que se impone fácilmente a Leif Erickson y John Kerr, menos inspirados que ella.

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