Dirección: Afonso Poyart.
Guión: Sean Bailey y Ted Griffin.
Música: BT.
Fotografía: Brendan Galvin.
Reparto: Anthony Hopkins, Jeffrey Dean Morgan, Abbie Cornish, Colin Farrell, Jordan Woods-Robinson, Marley Shelton, Xander Berkeley.
Ante la falta de pistas para dar con un asesino en serie, el agente Joe Merriwether (Jeffrey Dean Morgan) solicita ayuda a su amigo John Clancy (Anthony Hopkins), un médico con poderes psíquicos.
Entiendo que se intenten buscar caminos diferentes para un género que suele moverse por espacios muy trillados. El problema de perseguir la originalidad a toda costa es crear argumentos tan retorcidos que se pierde la coherencia y lo que tenemos entre manos deja de ser un thriller para convertirse en mera fantasía, por no utilizar una expresión malsonante.
Premonición (2015) precisamente juega a este juego y el resultado es un tanto sorprendente. Para empezar, el arranque de la película, aunque escasamente original, es interesante. Siempre que se trata de un asesino en serie más hábil que la policía, el FBI en este caso, se crean unas interesantes expectativas sobre cómo desenmascararlo. El problema suele residir en que, cuanto mayores son las expectativas, más fácil es defraudarlas.
En todo caso, esta primera parte de la historia tiene suficientes elementos para interesarnos, a pesar de abusar de tópicos, como el doctor retirado del mundo por una pérdida dolorosa, el asesino que no deja ni una sola pista, una vieja amistad puesta a prueba...
Pero la cosa se complica cuando las dotes premonitorias del doctor empiezan a revelarse con tal fuerza y precisión que resultan increíbles. Por si esto no fuera suficiente, resulta que el asesino en serie posee los mismos poderes que John, de manera que el caso se convierte en una especie de duelo de adivinos, un más difícil todavía que hace saltar por los aires el último rastro de verosimilitud de la historia.
A partir de ahí tenemos dos opciones: dejar de ver la película u olvidarse de la lógica y dejarse llevar por ese juego paranormal llevado al límite. Y la verdad que esta segunda opción es válida, pues la película contiene los suficientes elementos de drama y tensión como para mantenerte más o menos entretenido, a pesar de los trucos lamentables con que parece divertirse el director a nuestra costa: premoniciones que no se cumplen, a pesar de la insistencia con que se repiten, y muertes que no lo son. Recursos tramposos que solamente delatan la falta de ideas más inteligentes con las que mantener el interés y la emoción de la historia.
A parte de estas trampas lamentables, Afonso Poyart luce un estilo que pretende ser original a base de juegos con la cámara, imágenes múltiples, cámara lenta al estilo Matrix (Lilly y Lana Wachowski, 1999) y florituras parecidas. De nuevo, fuegos artificiales para deslumbrar a los más ilusos e impresionables.
Ni siquiera contar con Anthony Hopkins resulta el as en la manga del director, pues no sabe aprovechar a un buen actor que, en sus manos, parece desganado y repitiendo sus habituales gestos sin mucha convicción.
En resumen, un film que posee el interés innato a este tipo de planteamientos, pero que no logra ser tan efectivo como pretendía, perdiéndose entre un argumento demasiado retorcido y un director mecánico y con poco ingenio.
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