Dirección: John Mackenzie.
Guión: Christopher Hampton (Novela: Graham Greene).
Música: Stanley Myers.
Fotografía: Phil Meheux.
Reparto: Michael Caine, Richard Gere, Bob Hoskins, Elpidia Carrillo, Joaquim de Almeida, A Martinez, Stephanie Cotsirilos, Domingo Ambriz, Geoffrey Palmer.
El doctor Eduardo Plarr (Richard Gere), mitad británico, mitad paraguayo, se instala en Corrientes (Argentina), donde ejerce su profesión. Al tiempo que inicia una relación con Clara (Elpidia Carrillo), la esposa del cónsul honorario inglés, Charley Fortnum (Michael Caine), antiguos amigos huidos de la represión en Paraguay le piden ayuda para secuestrar al embajador norteamericano.
No me parece para nada sencillo adaptar una novela al cine, hay que hilar muy fino y saber crear el ritmo propio de una película, totalmente diferente del de una novela. Está claro que El cónsul honorario (1983) no es un buen ejemplo de una adaptación lograda. Pero no toda la culpa hemos de achacarla al guión, sino que la modesta producción tampoco ayuda para nada.
Y la verdad es que es una pena, pues la historia contiene todos los elementos para ofrecer un relato apasionante. Aquí sí que somos conscientes de que detrás del guión de Christopher Hampton hay una novela sólida, pero desaprovechada.
Ambientada en los convulsos años setenta del siglo XX, cuando las dictaduras reinaban en Sudamérica, el relato se centra en la relación que se establece entre el cónsul inglés, un borracho sin aspiraciones ni futuro, y un joven médico que años atrás había huido de la dictadura de Paraguay, como muchos compatriotas. Eduardo se encapricha de Clara, una joven prostituta que termina casándose con Fortnum para escapar de su pobreza. Esta parte sin duda es la más interesante de El cónsul honorario, pues implica temas tan interesantes como la amistad, el amor, la pasión y la traición. Sin embargo, hemos de reconocer que el guión y el trabajo del director no logran explotar convenientemente este filón y sus posibilidades quedan reducidas a algunos momentos, sobre todo al final, con cierto interés, pero dejando bastante desaprovechadas todas las posibilidades de ese triángulo amoroso.
El personaje de Richard Gere necesitaba más precisión, pues es una pieza clave de la historia y no lo llegamos a conocer lo suficiente, incluso al final, cuando parece desvelar sus cartas, no terminamos de verlo del todo claro. En cambio, el cónsul sí que tiene más entidad, componiendo un personaje triste y derrotado. Con un poco más de énfasis por parte del guión, hubiera ganado más profundidad y la historia habrá tenido mucha fuerza. Clara, por su parte, casi resulta decorativa, lo que es realmente triste, pues su rol era sin duda fundamental en el trío protagonista.
Donde el guión resulta mucho más errático es en todo lo referente a la trama política, en parte por las carencias de la cinta, pero también por una no muy acertada elección de los actores, que no dan el nivel mínimo para que su trabajo resulte al menos convincente. Incluso Joaquim de Almeida parece estar aún demasiado verde como actor.
Pero el problema del reparto también afecta a los principales protagonistas, pues ni Elpidia Carrillo ni Richard Gere, un actor bastante flojo en sus comienzos (la verdad es que nunca llegó a convencerme, ni con muchos años de experiencia detrás), están a un buen nivel. Afortunadamente contamos con la presencia de Michael Caine y de Bob Hoskins que al menos aportan credibilidad a sus personajes, aunque están demasiado solos como para poder enderezar el problema del reparto.
Perjudicada por un ritmo lento, un desarrollo bastante torpe y el nivel de la mayor parte del reparto, El cónsul honorario se mantiene en pie gracias a un argumento muy interesante que al menos consigue crear cierta intriga sobre el devenir del médico y el cónsul.
Con un final muy triste, acorde con el pesimismo que reina en el relato, sentimos que la obra de Graham Greene se merecía una puesta en escena mucho mejor.
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