Dirección: Ralph Nelson.
Guión: Peter Stone y Frank Tarloff (Relato: S.H. Barnett).
Música: Cy Coleman.
Fotografía: Charles Lang, Jr.
Reparto: Cary Grant, Leslie Caron, Trevor Howard, Jack Good, Sharyl Locke, Pip Sparke, Verina Greenlaw, Stephanie Berrington, Jennifer Berrington, Laurel Falsette, Nicole Felsette.
Durante la Segunda Guerra Mundial y ante el avance japonés en el Pacífico, las fuerzas aliadas se repliegan, pero dejan vigilantes en pequeñas islas deshabitadas para que informen de los movimientos del enemigo. Walter Eckland (Cary Grant), un tipo solitario, es "convencido" por el comandante Houghton (Trevor Howard) para que ocupe uno de esos puestos de vigilancia.
Cuesta creer que Operación Whisky (1964) recibiera tres nominaciones a los Oscar, pero aún me deja más perplejo que ganara el de mejor guión original. O los premios estaban muy baratos en esa edición o alguien había bebido en exceso. Porque Operación Whisky, que no entiendo la manía de cambiar los títulos a la ligera, ¿qué tenía de malo el original, Father Goose (Papá ganso)?, es de esas cintas sin gracia y sin argumento, un producto demasiado simple que no sale de los tópicos más predecibles.
La historia es bastante absurda: Walter es un tipo que decidió alejarse de la sociedad y vivir su vida a su aire, en una pequeña embarcación, por los mares de Nueva Guinea. Por medio de un chantaje, el comandante Houghton lo obliga a servir a los aliados como vigilante en una isla desierta y, por una curiosa casualidad, termina teniendo que convivir con una institutriz francesa, Catherine Freneau (Leslie Caron) y siete niñas.
Toda la película transcurre pues en esa isla relatando la difícil convivencia de Walter, bebedor, desaliñado y malhumorado, con la rígida profesora, que adecenta el lugar y se empeña en impedir que su anfitrión pueda seguir disfrutando de su pequeño vicio: el whisky.
Como el guión carece de ingenio, las situaciones que se suceden en la isla fruto de la convivencia forzada de seres tan opuestos son bastante insípidas y no dan pie a nada realmente apasionante. Además, Walter y Catherine son retratados a un nivel muy básico y no terminan de adquirir una profundidad que nos permita empatizar con ellos.
Además, el tema de la afición de Walter por el whisky y el empeño de Catherine de impedir que beba nos recuerda demasiado a La reina de África (John Huston, 1951) y en la comparación comprendemos el abismo que separa a un Walter Eckland de cartón piedra del genuino Charlie Allnut (Humphrey Bogart).
Como el argumento no deja de lado ningún tópico al uso, es de lo más predecible que el distanciamiento y hostilidad inicial entre Walter y Catherine termine en enamoramiento, pero incluso aceptando este cliché por el bien de la comedia y su final feliz, los guionistas podrían haberse tomado algo de tiempo en escenificar con más precisión su romance y no resolverlo a las bravas con un par de bofetadas seguidas de la boda, en una precipitación que rompe por entero cualquier posible enfoque romántico o simpático, dejando un momento tan crucial en algo meramente anecdótico.
Solamente la presencia del bueno de Cary Grant, en su penúltima película antes de su retirada del cine, en un papel por cierto totalmente opuesto a su imagen clásica de hombre elegante y refinado, y una atractiva Leslie Caron logran salvar un poco los muebles, aunque tampoco pueden hacer maravillas ante una historia previsible y sin fuerza.
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