Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Varios.
Fotografía: Carlo Di Palma.
Reparto: Woody Allen, Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey, Dianne Wiest, Max von Sydow, Carrie Fisher, Maureen O´Sullivan, Lloyd Nolan.
Elliot (Michael Caine) está casado con Hannah (Mia Farrow) pero desea en secreto a Lee (Barbara Hershey), su cuñada. Mientras, la otra hermana de Hannah, Holly (Dianne Wiest), ha decidido montar un negocio de comidas junto a su amiga April (Carrie Fisher), pero necesita que Hannah le financie la idea.
Hannah y sus hermanas (1986) es, para muchos de sus críticos, una de las mejores comedias de Woody Allen. La verdad es que entre tantas grandes películas es difícil establecer un baremo. Todas llevan su sello inconfundible y según los gustos, el estado de ánimo o el momento de la vida en que las veas, te impactarán más o menos.
Personalmente, Hannah y sus hermanas me parece una buena película, pero no es ni mucho menos mi preferida del director. Encuentro que le falta algo, tal vez más sentido del humor, pero el caso es que se me hizo un poco larga y no es una crítica, me encanta Woody Allen, pero no terminé de integrarme en la historia. Tal vez todos esos personajes que se entrecruzan me parecían algo lejanos, pues nunca terminé de empatizar demasiado con ellos. Y es extraño, pues no difieren demasiado de los personajes habituales de Woody Allen, pero en general, la película me resultó más fría.
La película se centra, como es habitual en Woody Allen, en las relaciones personales y los problemas a los que todos, en mayor o menor medida, nos enfrentamos a lo largo de la existencia, como el amor, las relaciones de pareja, el deseo, los miedos, la realización personal, la religión, las creencias.
Lo bueno es que todos estos temas tan serios, en las manos del director, se vuelven cotidianos, cercanos, comprensibles. Allen no se dedica a filosofar en abstracto, analiza aquellas obsesiones y problemas que atañen a la gente, a veces forzando un poco las cosas, como con el personaje que interpreta él mismo, un tipo algo hipocondríaco, pero en el fondo es sencillo identificarse con alguno de los temas tratados porque están en la propia naturaleza humana.
¡Y cómo no!, Nueva York. La ciudad norteamericana está siempre presente en la obra de Allen, pero en esta ocasión nos la muestra con una mirada algo diferente, rendido a su belleza, con algunos edificios deslumbrantes, calles de ensueño o simplemente un hermoso árbol. Hasta el barrio donde vive Lee, feo en sí mismo, tiene cierto encanto bajo la mirada complaciente del director, con esa librería vetusta que invita a perder las horas en ella, como una isla en medio de la nada.
Pero incluso en una película en la que me costó integrarme, Woody Allen es capaz de regalarnos instantes únicos, como su intento de convertirse al catolicismo (el momento en que vacía la bolsa de la compra al llegar a casa es memorable, con el crucifijo y la mayonesa), el poema de E.E. Cummings ("...nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas") o el hermoso homenaje a los Hermanos Marx (Mickey recupera las ganas de vivir viendo Sopa de ganso). Y es que hasta en sus obras que menos me llegan, este director sigue demostrando su gran inteligencia, sensibilidad y sentido del humor.
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