El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 5 de diciembre de 2023

Narciso negro



Dirección: Michael Power y Emeric Pressburger.

Guión: Michael Powell y Emeric Pressburger (Novela: Rumer Godden).

Música: Brian Easdale.

Fotografía: Jack Cardiff.

Reparto: Deborah Kerr, Sabu, David Farrar, Flora Robson, Esmond Knight, Jean Simmons, Kathleen Byron, Jenny Laird, Judith Furse, May Hallatt, Nancy Roberts. 

A las Siervas de María, una congregación de monjas anglicanas, les ceden el Palacio de Mopu, en una región remota del Himalaya. Allí piensan fundar una escuela y un dispensario y la hermana Clodagh (Deborah Kerr) es nombrada la superiora de ese convento.

Considerada por muchos críticos como una gran película, tal vez la mejor del duo de directores-guionistas, Narciso negro (1947) es cuando menos un film realmente extraño.

La historia se centra en un grupo de monjas que llegan a un remoto paraje en las montañas para fundar un convento, escuela y dispensario. La ilusión y el empeño de sacar adelante el difícil proyecto pronto empieza a torcerse por el aislamiento, el entorno natural y la presencia de Dean (David Farrar), el agente del general que gobierna la región.

Poco a poco, las hermanas empiezan a verse alteradas por el lugar y brotan en ellas recuerdos casi olvidados, reprimidos y pasiones secretas que cada vez les cuesta más dominar.

Al estar filmada en 1947, es evidente que todas las implicaciones sexuales de la historia, muy evidentes, son tratadas de manera sesgada, evitando resultar demasiado explícitas. Y por ahí es por donde empiezan a torcerse las indudablemente interesantes proposiciones que encierra el guión, adaptación de una novela de Rumer Godden, lo que tal vez explique algunos detalles, como que el desarrollo de la cinta carezca de una unidad narrativa cohesionada y por momentos se parezca más a pequeños capítulos con el nexo en común del palacio y sus moradores, con personajes que tienen breves apariciones y que no terminan de encajar del todo en la historia.

Pero el detalle menos logrado, o tal vez el más afectado por el paso del tiempo, es el tono tan melodramático del conjunto, con algunos personajes llevados al extremo, como la hermana Ruth (Kathleen Byron) o el ama de llaves (May Hallat), y una tendencia nada disimulada al dramatismo sin cortapisas, como en la escena en que Ruth, tras dejar los hábitos, se pinta los labios o el delirante momento en que esa misma Ruth, completamente enajenada, intenta matar a la hermana Clodagh. Son estos elementos tan exagerados los que convierten el final de la historia en un film cercano al género de terror o al surrealismo, algo que termina por descolocarnos del todo. 

Porque, bien mirado, todo en la película resulta muy curioso desde el principio: que las monjas funden su convento en un palacio que era la residencia de las esposas del viejo general, con pinturas obscenas en las paredes; un ama de llaves que parece más loca que otra cosa, un santón que vive en la montaña y que nunca acaba de encajar en el relato, pero ahí está, dado un toque muy pintoresco a la historia, o la joven Kanchi (Jean Simmons), una especie de gata permanentemente en celo que olfatea con lujuria a cada hombre que se le acerque.

Estos excesos, el llevar todo al límite, junto con unos diálogos tan cargados de doble sentido que a menudo resultan incomprensibles, hace que la historia parezca surgida de un mal sueño, con lo que cuesta sentirse identifico con ella, con sus personajes, que parecen más figuras de un melodrama que personas de carne y hueso.

Puede que para muchos ahí resida el encanto y la originalidad de la cinta, pero a mí me produjo más incredulidad que otra cosa, pues nada de lo relatado parecía resultar del todo coherente y con sentido.

La película ganó el Oscar a la mejor fotografía y a la mejor dirección artística en color, sin duda reconocimientos más que merecidos, pues en ambos apartados Narciso negro resulta especialmente lograda.

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