Dirección: Michael Ritchie.
Guión: Jeremy Larner.
Música: John Rubinstein.
Fotografía: Victor J. Kemper y John Korty.
Reparto: Robert Redford, Peter Boyle, Don Porter, Allen Garfield, Karen Carlson, Melvyn Douglas, Quinn Redeker, Morgan Upton, Michael Lerner, Kenneth Tobey.
Bill McKay (Robert Redford), un abogado idealista, se deja convencer para presentarse como candidato demócrata por California al Senado.
Quizá el mayor mérito de El candidato (1972) es que no pretende ajustarse a lo que se podría esperar de un film norteamericano, con una historia bien hilvanada centrada en el protagonista y con las pautas típicas de un relato al uso, con su moraleja y sus concesiones estéticas y moralistas.
El enfoque que Michael Ritchie nos propone es mucho más cercano al documental, con un montaje a veces abrupto y escenas confusas buscando ofrecer una imagen lo más realista posible de una campaña electoral típica.
Y por ello, iremos comprobando como el idealismo y la sinceridad de McKay cuando decide aceptar el reto de presentarse a las elecciones van poco a poco difuminándose en la campaña al son que marcan sus asesores, Marvin Lucas (Peter Boyle), el jefe de campaña, y Howard Klein (Allen Garfield), responsable de medios audiovisuales. Estos se encargan de medir sus palabras, elaborar las mejores réplicas y eludir todo lo que pueda perjudicar a su pupilo en lo relativo a votos y popularidad. McKay acaba perdido en medio de la campaña. Ya no lleva las riendas de nada, ni de su vida privada, devorado por los medios, su propio equipo y la propia posibilidad de victoria.
El problema de este enfoque es que el film pierde todo componente humano, se queda muy en la superficie de los problemas personales de McKay, incluso de su propia personalidad, engullida en una campaña dominada por sus asesores. Para muchos, sin duda, este el gran mérito de la cinta: ofrecer un relato desprovisto de emociones o de manipulaciones, centrado en los hechos que, de alguna manera, hablan por sí mismos.
Pero desde mi punto de vista, El candidato cae en una puesta en escena demasiado estudiada como para que pueda pasar por algo natural y creíble. Sin embargo, lo peor es que toca muchos puntos importantes sin detenerse en ninguno, como la situación laboral, el racismo, la manipulación de los medios, los poderes en la sombra, etc, etc. Todos tienen un momento de atención, pero se pierden en medio de esa maraña de imágenes pseudo documentales y en un tratamiento demasiado superficial que termina por convertir la cinta en un cóctel de intenciones sin concretar.
Incluso uno llega a la conclusión de que, para contar lo que se cuenta, que tampoco es que sea nada realmente sorprendente (quizá en 1972 algunos detalles sí que podrían ser novedosos), a la cinta le sobran muchos minutos que no aportan gran cosa, como los relacionados con el padre de Bill, encarnado por Melvyn Douglas, y que no terminan de añadir nada especialmente interesante a la historia. Sin ese añadido familiar, nada de las intenciones de la cinta se hubieran visto alteradas.
En resumen, una película decididamente ambiciosa en su concepto, con una clara intención de denuncia de la política y sus engaños y mentiras, pero que como cinta se queda en un quiero y no puedo, un relato demasiado frío, repetitivo y un tanto superficial. Un film tal vez demasiado deudor de una época y un estilo.
Curiosamente, Jeremy Larner se llevó el Oscar al mejor guión original.
No hay comentarios:
Publicar un comentario