Dirección: Rodrigo García.
Guión: Ronnie Christensen.
Música: Edward Shearmur.
Fotografía: Igor Jadue-Lillo.
Reparto: Anne Hathaway, Patrick Wilson, David Morse, André Braugher, Clea Duvall, Dianne Wiest, William B. Davies, Ryan Robbins, Don Thompson, Andrew Wheeler.
Tras un accidente de avión, la psicóloga Claire Summers (Anne Hathaway) es encargada de proporcionar apoyo a los supervivientes.
Hay películas que huelen mal y Passengers (2008) es una de ellas. No por la intriga en sí, que merece un comentario aparte, sino porque nada más arrancar tuve la sospecha de que la historia podría resumirse en unos minutos y que todo lo que vendría como acompañamiento no era sino la manera de alargar algo que no tenía mucho recorrido.
Con esta sospecha, la verdad es que la primera parte de la historia consigue mantener nuestra atención por los extraños sucesos que van teniendo lugar, como los intentos de la compañía aérea de culpar al piloto del accidente y así desviar la atención sobre un posible fallo por culpa de un mantenimiento del avión. También los supervivientes aportan un punto de intriga, con lo que las expectativas nos mantienen alerta.
Pero si bien es verdad que la intriga funciona, hay otros muchos detalles que empiezan a chirriar. El más evidente es la propia Claire, encargada de ayudar a los accidentados y que en realidad se muestra tan insegura y torpe que no se explica cómo la eligieron para esa tarea. También Eric (Patrick Wilson), un superviviente que no quiere terapia de grupo, despierta recelos, bien alimentados por un guión tramposo que siembra indicios extraños por todas partes como método de sostener la intriga.
Y menos mal que contamos con Anne Hathaway, una actriz con cierta presencia y encanto, aunque es triste ver el papel que le asignan, convirtiéndola en una mujer despistada y asustada durante toda la cinta.
El problema es que puedes jugar al despiste un rato, pero el guión de Passengers alarga demasiado el juego de los despistes y las pistas falsas, lo que unido a un desarrollo excesivamente lento acaba por desconectarnos de la intriga, pues más que expectativas termina por sembrar aburrimiento.
Pero es cuando en el tramo final el guión debe descubrir su juego cuando empiezan a acumularse escenas cada vez más idiotas. Aquí ya no es cuestión de esperar descubrir algo intrigante, sino de temer por un desenlace chapucero y mentiroso. Lamentablemente es lo que sucede.
La sensación no es de sorpresa, ni admiración, ni desconcierto. Lo que nos invade es la indignación. No se puede montar una historia sobre un cúmulo de mentiras y además pretender cuadrarlas de manera entre mística y romántica. Es un despropósito encima de otro despropósito. Muy triste.
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