El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 4 de enero de 2024

Solaris



Dirección: Steven Soderbergh.

Guión: Steven Soderbergh (Novela: Stanislaw Lem).

Música: Cliff Martinez.

Fotografía: Peter Andrews.

Reparto: George Clooney, Natascha McElhone, Jeremy Davies, Viola Davis, Ulrich Tukur.

Cuando su amigo Gibarian (Ulrich Tukur), en misión científica en el espacio, le pide ayuda al psiquiatra Chris Kelvin (George Clooney) por los extraños comportamientos que están sucediendo en su nave, Kelvin parte hacia allá para socorrerlos.

Tercera adaptación a la pantalla de la novela Solaris (1961), de Lem, tras la versión para la televisión de 1968 dirigida por Boris Nirenburg y la de Andréi Tarkovski en 1972 para el cine.

Hay dos vertientes en el cine de ciencia ficción: la que se acerca bastante al cine de acción y de terror, cuyo ejemplo claro podría ser Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), y la que prefiere argumentos más enigmáticos, con claras derivaciones filosóficas, como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Solaris (2002) se sitúa claramente en la segunda y no deja de ser una cinta muy interesante.

El argumento nos cuenta cómo el estudio que se está realizando de un planeta de nombre Solaris ha causado alteraciones importantes en el comportamiento de los científicos allí desplazados. Lo que el doctor Kelvin descubre a su llegada es que Solaris convierte en realidad los sueños de aquellos que se encuentran bajo su influencia, haciendo que aparezcan los seres queridos fallecidos con apariencia completamente humana y real.

Así, la primera noche de Kelvin en la nave científica, sueña con su esposa Rheya (Natascha McElhone), muerta hace años y ella aparece de pronto en la cama a su lado. Si al principio Kelvin la rechaza como un producto de su imaginación, cuando vuelve a presentarse al día siguiente, empieza a aceptarla y ve de pronto una posibilidad de reanudar su relación. Rheya es el amor de su vida y nunca pudo superar su pérdida, así que ahora, aún sabiendo que ella es una "invención" de Solaris, está dispuesto a renunciar a todo para volver a ser feliz a su lado.

Steven Soderbergh opta por un planteamiento minimalista y pausado, reduciendo los decorados a lo mínimo indispensable y jugando con el misterio como la mejor baza para mantenernos atrapados al relato. Así, los detalles del pasado de Kelvin y Rheya, indispensables para comprender los sentimientos del doctor y sus decisiones, son desvelados poco a poco por medio de recuerdos escalonados a lo largo de la primera parte de la cinta. 

Soderbergh decide también centrar el argumento en la historia de amor de Kelvin y Rheya, dejando de lado cualquier incursión profunda en la naturaleza de Solaris. Creo que es una elección interesante, pues convierte el argumento en algo muy cercano con lo que cualquier espectador puede identificarse y empatizar. Es verdad, sin embargo, que el estilo que elige el director me parece que no es el más adecuado para la historia de amor y dolor que narra, pues la frialdad de su puesta en escena y tratamiento perjudica precisamente la parte más humana del drama. No sé si es por tratarse de un film de ciencia ficción, pero me parece una pena que no se hubiera optado por un enfoque más cálido.

En todo caso, la película deja interesantes preguntas sobre temas tan importantes como la existencia de Dios, o de un ente superior; la vida después de la muerte; si es preferible vivir una vida insatisfactoria o una mentira reconfortante... Lo importante es que Solaris no da respuestas contundentes, sino que deja abiertas las puertas a diferentes explicaciones o interpretaciones y toda historia que nos lleve a reflexionar sobre temas trascendentales, aunque sea en el plano teórico, es bienvenida en esta época donde dominan las propuestas superficiales.

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