El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 10 de enero de 2024

El pequeño Lord



Dirección: John Cromwell.

Guión: Hugh Walpole (Novela: Frances Hodgson Burnett).

Música: Max Steiner.

Fotografía: Charles Rosher (B&W).

Reparto: Freddie Bartholomew, Dolores Costello Barrymore, C. Aubrey Smith, Guy Kibbee, Henry Stephenson, Mickey Rooney, Una O'Connor, Constance Collier, Jackie Searl, Jessie Ralph, Helen Flint, Virginia Field. 

Ceddie (Freddie Bartholomew) vive en Brooklyn solo con su madre (Dolores Costello Barrymore) tras haber perdido a su padre, el hijo menor de Earl de Dorincourt (C. Aubrey Smith), un conde inglés amargado y cascarrabias que, tras la muerte de su otro hijo, decide reclamar la presencia del pequeño Ceddie a su lado, pues se ha convertido en su único heredero.

El pequeño Lord (1936) es un claro ejemplo de un cine que ha desaparecido casi irremediablemente con el paso del tiempo. Corresponde a los primeros años del cine sonoro y encierra unos valores, y sobre todo una manera de contarlos, que hoy en día nos resultan tan ingenuos como entrañables.

La película es adaptación de una novela infantil de Frances Hodgson Burnett de finales del siglo XIX y por lo tanto tiene más de cuento que de historia que debamos tomarnos al pie de la letra. Y como cuento, hemos de reconocer que el argumento está repleto de tópicos (un niño extremadamente bueno, una madre amorosa y dulce, un abuelo cascarrabias, una fortuna caída del cielo...) que es fácil adivinar hacia donde van encaminados: la bondad y el amor como fuerzas capaces de derribar cualquier obstáculo.

Si el mensaje puede resultar ñoño, la puesta en escena del cuento termina por funcionar debido a su sencillez extrema y sobre todo su falta de disimulo: hay un mensaje claro y el director se limita a contarlo de la manera más eficaz posible, sin avergonzarse ni camuflar el tono complaciente y con claras notas sensibleras.

Por eso el relato funciona en cuanto nos metemos en él sin dobleces, aceptando que el discurso es honesto en su esencia y que, de alguna manera, lo que se cuenta no solo podría ser verdad, sino que debería serlo. En el fondo, si somos sinceros, nos gustaría ser partícipes de algo tan hermoso.

Además, John Cromwell realiza un trabajo elegante, directo y con momentos en que consigue resultar tremendamente conmovedor (la despedida de Ceddie de sus amigos de Brooklyn, por ejemplo, o el primer encuentro con su abuelo) con una economía absoluta de medios, simplemente con el buen gusto de elegir las palabras y los gestos precisos para contagiarnos la emotividad de esos momentos. También en algunos instantes muy concretos el relato cae en cierto acaramelamiento, pero es perdonable si tenemos en cuenta el año de realización del film y los gustos y estilo de la época.

Cuenta también el director con la gran colaboración de un reparto exquisito, empezando claro está por el joven Freddie Bartholomew, que evita resultar demasiado relamido y cursi (aunque lo roza en algunas escenas) y demuestra que a su corta edad tenía bastante madera de actor. A su lado, el eficaz C. Aubrey Smith, sin duda el prototipo perfecto de abuelo, y el genial Mickey Rooney, el mejor actor infantil y juvenil que ha dado Hollywood.

 Con todos estos mimbres, El joven Lord es un bonito cuento, con el final perfecto que era de esperar, y que apela a lo mejor del ser humano, poniendo en valor aquellas cualidades más nobles, como el amor, la compasión o la generosidad, que, aún sonado algo cursi, hemos de reconocer que son lo mejor que podemos ofrecer al mundo.

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