El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 1 de septiembre de 2023

Ángeles y demonios



Dirección: Ron Howard.

Guión: David Koepp y Akiva Goldsman (Novela: Dan Brown).

Música: Hans Zimmer.

Fotografía: Salvatore Totino.

Reparto: Tom Hanks, Ayelet Zurer, Ewan McGregor, Stellan Skarsgård, Pierfrancesco Favino, Nikolaj Lie Kaas, Armin Muller-Stahl, Thure Lindhardt. 

El Papa acaba de morir y mientras se organizan los actos para la elección del sucesor, cuatro cardenales son secuestrados por los Illuminati, una organización secreta que hunde sus raíces en los enfrentamientos entre religión y ciencia de varios siglos atrás, que anuncian que los irán matando a intervalos de una hora para rematar su venganza con la destrucción de la Santa Sede.

Ángeles y demonios (2009) es una secuela de El Código da Vinci (Ron Howard, 2006), ambas basadas en las obras de Dan Brown, fuente de no poca polémica con la ciencia y la religión por los temas abordados.

Lo importante es desligar la película de la realidad y contemplarla como una simple obra de ficción, de la misma manera que haríamos con películas como La mosca (David Cronenberg, 1986) o El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957), por ejemplo. Cualquier lectura desde otra perspectiva me parece intencionadamente errónea.

Si analizamos entonces la intriga como una simple ficción, hemos de reconocer que la trama resulta bastante interesante, hundiendo sus raíces en la época oscura de la Iglesia, en tiempos de Galileo, creando una carrera contra reloj para intentar salvar las vidas de los cardenales secuestrados y también para descubrir el paradero de la cápsula con la antimateria que destruiría el Vaticano hacia al media noche. 

Además, se insinúa, pues el tema no se desarrolla plenamente, el dilema de la fe y la ciencia, dónde estarían los límites de esta y el peligro que entrañan ciertos avances que, en manos inadecuadas, pueden provocar catástrofes de proporciones terribles. 

Son detalles que le otorgan a la historia bastante profundidad teórica y demuestran la contundencia de las teorías de Dan Brown a la hora de planificar sus novelas. Sin embargo, Ángeles y demonios no va por ese camino. Su idea es plantear un film dinámico, donde prima la acción y se dejan de lado todos los aspectos religiosos, éticos y científicos, pues la meta final es divertir, atrapar al espectador en una intriga que lo mantenga en tensión y para ello Ron Howard va directo al grano: emoción, misterio, agilidad narrativa, espectacularidad... Y hay que reconocer que en este sentido el espectáculo es irreprochable. A pesar de la larga duración, la película se pasa sin provocar cansancio o momentos de transición que quiebren el ritmo.

Además, la trama es compleja, pero las explicaciones son precisas en todo momento, de manera que seguimos la intriga con facilidad, lo que ayuda a que nos sintamos inmersos en la misma desde el principio.

Pero no todo son aciertos. Así, las claves para ir encontrando los lugares donde se matará a los cardenales terminan siendo demasiado simples de descubrir. Eché en falta algo más de elaboración en esta parte de la historia, incluso haberle dedicado más tiempo, pues con tanta precipitación se pierde profundidad y tiempo para saborear mejor las elucubraciones de Robert Langdon (Tom Hanks), el experto que intentará hacer fracasar las amenazas de los Illimunati.

También hay que reconocer que, a pesar de que la historia está construida con detalle, toda la trama resulta difícil de creer. Quizá una intriga más sencilla habría funcionado mejor. En todo caso, donde encuentro que la película descarría es en el final. Para mucha gente, los giros sorprendentes que tienen lugar en el desenlace, que descubre a la mente perversa que ideó el terrible plan asesino, podrían ser la guinda del pastel. Sin embargo, personalmente no me gusta que se engañe al espectador descaradamente para sorprenderlo con trucos de prestidigitación que tienen más de estafa que de ingenio. Resulta muy sencillo ocultar datos y crear falsos sospechosos como para que ello sea una prueba de talento. De ahí que el final me haya decepcionado, pues no escapa a las peores prácticas demasiado vistas ya y cae, por lo tanto, en una vulgar manipulación rocambolesca.

Como tampoco acaban de destacar ninguno de los buenos actores de la película, pues al estar orientada exclusivamente a la acción hay pocas escenas en las que Tom Hanks, Ewan McGregor o Stellan Skarsgård puedan demostrar su talento, más allá de encarnar con oficio a sus respectivos personajes.

Ángeles y demonios es un espectáculo ambicioso y que funciona correctamente como pasatiempo. Lo que da algo de pena es ver cómo un buen planteamiento al final no da para una gran película, que sigue un desarrollo rutinario sin muestras de originalidad ni ambición, más allá de crear un espectáculo más o menos deslumbrante.

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