Dirección: Whit Stillman.
Guión: Whit Stillman.
Música: Mark Suozzo.
Fotografía: John Thomas.
Reparto: Chloë Sevigny, Kate Beckinsale, Chris Eigeman, Mackenzie Astin, Matt Keeslar, Matthew Roos, Burr Steers, Tara Subkoff, Michael Weatherly, David Thornton, Robert Sean Leonard, Jennifer Beals.
Alice (Chloë Sevigny) y Charlotte (Kate Beckinsale) son dos jóvenes bastante distintas, pero les une que trabajan en la misma editorial y les gusta pasar las noches en la misma discoteca de moda.
Afortunadamente, el cine es una gran caja de sorpresas y a veces, pocas en número pero intensas en experiencia, nos regala algún raro ejemplar de cine con personalidad, surrealista, divertido y genuino como The Last Days of Disco (1998). Todo un descubrimiento.
La historia no ofrece nada especial, pues se centra en la vida cotidiana de unos jóvenes anónimos a principios de los años ochenta del siglo XX en Nueva York. No hacen nada especial, sus trabajos son normales, tienen las aspiraciones de cualquier joven que empieza a abrirse paso en el mundo laboral y en el sentimental. Entonces, ¿qué es lo que hace diferente y maravillosa esta película? El toque personal de Whit Stillman, una manera tan especial de contar algo normal que eleva el relato a una categoría casi de obra de arte.
Lo bueno es que una cinta tan personal no resulta elitista ni enigmática. Stillman crea un relato lleno de frescura, alegre, original y entrañable. El director consigue que sus personajes, a pesar de ese envoltorio con que los presenta, sobre todo por esos diálogos tan curiosos, una mezcla extraña de pedantería y originalidad, terminen resultando tan cercanos que resulte imposible no encariñarse con ellos, incluso con los menos amables, los crueles, los falsos, como Charlotte, interpretada por una deslumbrante Kate Beckinsale que, a pesar de las traiciones que comete con Alice, es muy difícil que nos resulte odiosa. En cambio, Chloë Sevigny, aún reconociendo su indudable encanto en esta película, me pareció demasiado inexpresiva, siendo la única nota desafinada de un reparto bastante logrado.
Stillman construye un relato fascinante de una época y en especial del mundo de las discotecas (la del nuestra historia se inspira en el famoso Studio 54) que desprende encanto con esa visión nostálgica idealizadora.
Pero sin duda la clave de la película es el maravilloso elenco de personajes que pululan por la historia, todos con algo típico y curioso que mostrarnos, con sus sueños, su inseguridades, sus mentiras, sus grandes esperanzas y su pequeño mundo cotidiano. A pesar de esos diálogos imposibles, el director consigue caracterizar a cada uno con precisión, mostrando no solamente su fachada como lo que es, una especie de escudo defensivo, sino también lo que se esconce en su interior. Al final, todos resultan especiales y es imposible no sentirse vinculados con ellos, identificados en parte, como todo aquel que sufrió desengaños amorosos o vio como sus amistades tenían muchas caras.
En el fondo, es un retrato bastante certero de la juventud, sin dramas excesivos pero también sin idealizar esa época de la vida. La visión que nos ofrece Stillman es muy precisa, no busca aleccionar, ni explicar nada y mucho menos moralizar. Simplemente expone unos hechos, unos comportamientos de gente de carne y hueso. Es la vida, sin más.
También hay tiempo para mostrar otras realidades de la época, como el mundo de las drogas, pero nunca roban protagonismo a lo que verdaderamente le importa al director: el retrato de la juventud del momento y el universo de las discotecas, que entonces representaban un mundo de diversión y relaciones fundamental para muchos jóvenes y no tan jóvenes.
Dos detalles más: atención a la banda sonora, un regalo para los amantes de la música disco y todo un paseo cargado de nostalgia para los que ya tienen unos años y vivieron de cerca esa época.
Segundo: al hilo de esos diálogos tan curiosos, el regalo de dos momentos fascinantes: la definición del yuppy y el análisis tan peculiar del significado de la película de dibujos animados La dama y el vagabundo (Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson, 1955). Divertidísimos ambos.
Entiendo que este es un film un tanto peculiar que puede no entusiasmar a mucha gente, pero aquellos que logren empatizar con la propuesta de Whit Stillman, como fue mi caso, sin duda vivirán una experiencia realmente gratificante.
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