Dirección: Akira Kurosawa.
Guión: Akira Kurosawa y Shinobu Hashimoto (Cuentos: Ryunosuke Akutagawa).
Música: Fumio Hayasaka.
Fotografía: Kazuo Miyagawa (B&W).
Reparto: Toshirô Mifune, Machiko Kyô, Masayuki Mori, Takashi Shimura, Minoru Chiaki, Kichijiro Ueda, Fumiko Honma.
Un hombre (Kichijiro Ueda) se refugia de la lluvia en la puerta de Rashomon. Allí un leñador (Takashi Shimura) y un sacerdote (Minoru Chiaki) le cuentan un extraño relato sobre la muerte de un samurái (Masayuki Mori) en un bosque.
Rashomon (1950), además de su valor como obra en sí, hizo que se conociera en Occidente a un cineasta tan grandioso como Akira Kurosawa y de rebote propició que se iniciara un creciente interés por el cine japonés.
Pero también Rashomon tuvo otro efecto más en la manera de concebir las películas. Su utilización del flash back como instrumento para ofrecernos distintas versiones de un mismo hecho ha servido de base a múltiples imitaciones en películas muy diversas. Un ejemplo claro lo tendríamos en Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995).
Dejando de lado las importantes consecuencias que tuvo la cinta de Kurosawa en el cine mundial, la película se presenta como una especie de film de misterio en torno a lo sucedido realmente en un bosque y que concluyó con la muerte de un samurái. A través de cuatro relatos, el espectador conocerá cuatro versiones distintas de lo sucedido, pero no podrá decantarse claramente por ninguna. Como dice el viajero que escucha el relato del leñador, "Quédate con la versión que te parezca más creíble y no pienses más en ello". En esta frase está expresando la opinión del director a cerca de la verdad objetiva, y es que ésta no existe. Cada cuál interpreta los hechos desde su punto de vista, no necesariamente mintiendo, pero el ser humano siempre tenderá a embellecer todo lo que le concierne, siendo incapaz, según Kurosawa, de ser honesto consigo mismo. Y el guión de Rashomon nos muestra precisamente esto.
En la versión del bandido Tajômaru (Toshirô Mifune), él vence al samurái en un glorioso combate. Pero el leñador, en su relato, dice que en ese duelo solo vio a dos hombres asustados y torpes. El espíritu del samurái, en cambio, niega haber sido vencido en combate y es él mismo el que se quita la vida avergonzado.
Cada narrador da pues su propia versión de los hechos y todas son diferentes. La verdad objetiva no existe.
Rodada con una sencillez plástica absoluta, Kurosawa no renuncia sin embargo a la utilización de símbolos para reforzar su mensaje. Así, en el presente, está lloviendo con fuerza, pero en los relatos de lo acontecido en el bosque reina el sol. También aparece al final de la cinta un bebé, que vendría a representar una nueva esperanza para el ser humano. El sacerdote sufre con la historia del samurái porque ve en ella una prueba de que no se puede confiar en el ser humano y así el mundo sería un infierno. Cuando el leñador se ofrece a criar al bebé abandonado, el sacerdote recobra la esperanza en la humanidad.
Lo que sigue chocando un poco, si bien al final terminamos acostumbrándonos, es la teatralidad de las interpretaciones. No debe confundirse con falta de pericia de los actores, sino que es un rasgo cultural, una manera diferente de concebir el arte de la interpretación.
Rashomon en realidad es un viaje al interior del alma humana, con sus grandezas y con sus miserias, llena de vanidad y de mentiras, pero también capaz de actos nobles. Y lo único que se puede hacer es no intentar juzgarla, aceptar las cosas como son. Porque nadie es completamente bueno ni completamente malvado y actuamos según diversas y complejas razones, comprensibles o misteriosas. Y nunca nadie tendrá la verdad absoluta sobre nada.
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