El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Hombres errantes



Dirección: Nicholas Ray.

Guión: Horace McCoy y David Dortort (Novela: Claude Stanush).

Música: Roy Webb.

Fotografía: Lee Garmes (B&W).

Reparto: Susan Hayward, Robert Mitchum, Arthur Kennedy, Arthur Hunnicutt, Frank Faylen, Walter Coy, Carol Nugent, Maria Hart, Lorna Thayer, Burt Mustin, Karen King, Jimmy Dodd, Eleanor Todd.

Jeff McCloud (Robert Mitchum) es un antiguo campeón del rodeo que conoce a Wes Merritt (Arthur Kennedy), un tipo que desea ganar el dinero suficiente para poder comparar un rancho y ve en los rodeos la forma más rápida de conseguirlo. Jeff será su entrenador.

La historia que vemos en Hombres errantes (1952), la del maestro y el discípulo, ha sido llevada muchas veces al cine. El caso que me viene primero a la cabeza es  El buscavidas (Robert Rossen, 1961), uno de los títulos más representativos de este tipo de propuestas.

En Hombres errantes la acción se centra en el mundo del rodeo, con un marcado contraste entre el aire triunfal y espectacular de las puestas en escena para el público, ansioso de ver a sus héroes en acción, y la realidad que viven los protagonistas, con las lesiones físicas y morales gravadas en sus cuerpos.

El ejemplo perfecto es el propio Jeff, una figura famosa entre el público y sus compañeros pero un tipo que arrastra una lesión de su último rodeo, solitario y sin un céntimo en el bolsillo. Lo que ganó en años de rodeos lo perdió rápidamente también en juergas y en el juego. Su figura contrasta con la de Wes, lleno de ambiciones y sueños, como el de ser su propio patrón con un rancho de su propiedad. Para reunir los cinco mil dólares que necesita para comprarlo, Wes decide probar suerte en los rodeos, a pesar de las advertencias de su esposa Louise (Susan Hayward).

Si las pretensiones de Nicholas Ray son interesantes, creando un drama sobre las expectativas no cumplidas, los sueños truncados y la soledad, la manera de ponerlas en imágenes no es del todo acertada. O no tanto como me hubiera gustado.

Por un lado, el director dedica demasiado tiempo a mostrar imágenes de rodeos. Es cierto que son necesarias para ambientar el drama, pero a la larga me parecieron excesivas, alargan demasiado la duración de la cinta y terminan resultando repetitivas. Porque además, no ayudan a una mayor profundización de lo verdaderamente interesante del argumento: la relación de Jeff con Louise y Wes, que es lo que debería ser el verdadero eje de la película y no llega a serlo porque el guión se pierde en detalles mucho menos importantes.

La prueba del fallo de enfoque la tenemos en la escena en la que Jeff le confiesa a Louise lo que siente por ella, algo que incomprensiblemente se nos ha ocultado durante todo el tiempo, y que ese es el motivo por el que está junto a Wes, no por el dinero. Es el único momento realmente intenso de la cinta y nos demuestra todo el potencial de esa relación a tres bandas que finalmente se desperdicia casi totalmente.

Por eso, a pesar de contar con un buen reparto, el resultado es una película bastante fría, que se queda más en lo anecdótico y no aprovecha el potencial de las relaciones que se insinúan. Además, el final tampoco me resultó especialmente convincente, sobre todo por lo repentino que sucede todo, cogiéndonos totalmente desprevenidos y con la decisión final de Wes un tanto precipitada.

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