Dirección: Ridley Scott.
Guión: William Monahan (Novela: David Ignatius).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Alexander Witt.
Reparto: Leonardo DiCaprio, Russell Crowe, Mark Strong, Golshifteh Farahani, Oscar Isaac, Ali Suliman, Alon Aboutboul, Vince Colosimo, Simon McBurney.
Roger Ferris (Leonardo DiCaprio) es un agente de campo de la CIA destinado en Oriente Próximo. Bajo las órdenes de Ed Hoffman (Russell Crowe), intenta dar con el paradero grupos yihadistas responsables de posibles atentados en Europa y Estados Unidos.
Red de mentiras (2008) es un buen ejemplo de las tendencias actuales en el cine: una puesta en escena que te engancha mientras el argumento parece una simple excusa.
Sin duda, lo mejor de Red de mentiras es la habilidad de Ridley Scott para meternos de lleno en una historia que no cuenta nada especialmente apasionante. Pero la soberbia ambientación, la cuidada fotografía y el uso inteligente de la cámara nos sumergen en un Oriente Próximo que destila autenticidad por los cuatro costados. Además, una de las virtudes del cine actual es que no solemos saber de antemano por donde irá el argumento, de manera que esa falta de previsibilidad nos mantiene alerta, conscientes de que puede producirse un giro inesperado en cualquier momento.
Sin embargo, donde la cosa se encalla un poco es en el argumento. Al principio, la película nos ofrece básicamente en distanciamiento entre Ferris y su superior, Hoffman. El primero aún conserva cierto sentido moral que le impulsa a ser honesto con sus aliados, como Hani Salaam (Mark Strong), el jefe del servicio secreto jordano, y le lleva a cuestionar los métodos de Hoffman, que solo se mueve por la búsqueda de resultados, sin ningún tipo de moralidad en sus decisiones.
Bastante más tarde, Red de mentiras al fin concreta algo más el argumento, con el plan de Ferris para hacer salir de su escondite al líder musulmán Al-Saleem (Alon Aboutboul) y capturarlo. Además, de propina se añade el romance de Ferris con la enfermera Aisha (Golshifteh Farahani).
El tema de la captura de Al-Saleem por fin crea un núcleo sobre el que gire la historia, con un plan tan astuto como inmoral, que vuelve a incidir en uno de los mensajes de la película: no estamos ante un enfrentamiento entre el bien y el mal planteado de un modo nítido, sino que los dos bandos juegan sus cartas con absoluta frialdad; el fin justifica los medios y la visión que obtenemos del mundo del espionaje es de traiciones, mentiras y suciedad moral.
Sin embargo, el romance entre Ferris y Aisha vuelve a demostrarnos que el interés primordial de Ridley Scott no se encuentra en el argumento, sino en la exposición. La relación entre ambos se queda reducida a lo mínimo y carece de profundidad; es todo precipitado y no llega a tener el peso específico suficiente para que cobre interés y credibilidad.
Y lo mismo sucede con el momento culminante de la historia, cuando Ferris es apresado y torturado. Una escena de ese calibre debería ser mucho más impactante, afectarnos mucho más. Sin embargo, resulta confusa y su resolución algo precipitada. No llegamos a perdernos sobre lo que está sucediendo, pero casi, con lo que se demuestra que el hilo argumental vuelve a pecar de débil.
Es una pena, pues si a la pericia de la puesta en escena le hubiera acompañado un argumento más sólido estaríamos hablando de una muy buena película. Tal y como transcurre, se queda en un entretenimiento espectacular, pero cojo.
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