El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Red de mentiras



Dirección: Ridley Scott.

Guión: William Monahan (Novela: David Ignatius).

Música: Marc Streitenfeld.

Fotografía: Alexander Witt.

Reparto: Leonardo DiCaprio, Russell Crowe, Mark Strong, Golshifteh Farahani, Oscar Isaac, Ali Suliman, Alon Aboutboul, Vince Colosimo, Simon McBurney. 

Roger Ferris (Leonardo DiCaprio) es un agente de campo de la CIA destinado en Oriente Próximo. Bajo las órdenes de Ed Hoffman (Russell Crowe), intenta dar con el paradero grupos yihadistas responsables de posibles atentados en Europa y  Estados Unidos.

Red de mentiras (2008) es un buen ejemplo de las tendencias actuales en el cine: una puesta en escena que te engancha mientras el argumento parece una simple excusa.

Sin duda, lo mejor de Red de mentiras es la habilidad de Ridley Scott para meternos de lleno en una historia que no cuenta nada especialmente apasionante. Pero la soberbia ambientación, la cuidada fotografía y el uso inteligente de la cámara nos sumergen en un Oriente Próximo que destila autenticidad por los cuatro costados. Además, una de las virtudes del cine actual es que no solemos saber de antemano por donde irá el argumento, de manera que esa falta de previsibilidad nos mantiene alerta, conscientes de que puede producirse un giro inesperado en cualquier momento.

Sin embargo, donde la cosa se encalla un poco es en el argumento. Al principio, la película nos ofrece básicamente en distanciamiento entre Ferris y su superior, Hoffman. El primero aún conserva cierto sentido moral que le impulsa a ser honesto con sus aliados, como Hani Salaam (Mark Strong), el jefe del servicio secreto jordano, y le lleva a cuestionar los métodos de Hoffman, que solo se mueve por la búsqueda de resultados, sin ningún tipo de moralidad en sus decisiones.

Bastante más tarde, Red de mentiras al fin concreta algo más el argumento, con el plan de Ferris para hacer salir de su escondite al líder musulmán Al-Saleem (Alon Aboutboul) y capturarlo. Además, de propina se añade el romance de Ferris con la enfermera Aisha (Golshifteh Farahani). 

El tema de la captura de Al-Saleem por fin crea un núcleo sobre el que gire la historia, con un plan tan astuto como inmoral, que vuelve a incidir en uno de los mensajes de la película: no estamos ante un enfrentamiento entre el bien y el mal planteado de un modo nítido, sino que los dos bandos juegan sus cartas con absoluta frialdad; el fin justifica los medios y la visión que obtenemos del mundo del espionaje es de traiciones, mentiras y suciedad moral.

Sin embargo, el romance entre Ferris y Aisha vuelve a demostrarnos que el interés primordial de Ridley Scott no se encuentra en el argumento, sino en la exposición. La relación entre ambos se queda reducida a lo mínimo y carece de profundidad; es todo precipitado y no llega a tener el peso específico suficiente para que cobre interés y credibilidad.

Y lo mismo sucede con el momento culminante de la historia, cuando Ferris es apresado y torturado. Una escena de ese calibre debería ser mucho más impactante, afectarnos mucho más. Sin embargo, resulta confusa y su resolución algo precipitada. No llegamos a perdernos sobre lo que está sucediendo, pero casi, con lo que se demuestra que el hilo argumental vuelve a pecar de débil.

Es una pena, pues si a la pericia de la puesta en escena le hubiera acompañado un argumento más sólido estaríamos hablando de una muy buena película. Tal y como transcurre, se queda en un entretenimiento espectacular, pero cojo.

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