El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 25 de julio de 2023

Arenas sangrientas



Dirección: Allan Dwan.

Guión: Harry Brown y James Edward Grant (Historia: Harry Brown).

Música: Victor Young.

Fotografía: Reggie Lanning (B&W). 

Reparto: John Wayne, John Agar, Adele Mara, Forrest Tucker, Wally Cassell, James Brown, Richard Webb, Arthur Franz, Julie Bishop, James Holden, Peter Coe.  

El sargento John M. Stryker (John Wayne), con fama de ser un tipo duro, recibe a un grupo de soldados a los que habrá de entrenar para la inminente campaña en las islas del Pacífico contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Arenas sangrientas (1949) es una película bélica a la vieja usanza, elaborada para mayor gloria de los Estados Unidos. Eso ya ofrece una visión bastante sesgada de los acontecimientos, por ejemplo con un enfoque exclusivo desde el punto de vista de los vencedores y con los japoneses, el enemigo en esta ocasión, actuando siempre a traición.

Sin embargo, el mayor inconveniente de la cinta es lo terriblemente mal que ha envejecido, pues vista en la actualidad, dejando a un lado el tema propagandístico, encontramos un argumento realmente pobre, apegado a una estructura tan poco original que no permite sorpresa alguna.

Así, comprobamos como la primera parte está enfocada a presentar a los personajes, identificando a unos cuantos soldados de manera un tanto burda y creando conflictos entre ellos poco convincentes, pero que añaden el componente humano y sentimental imprescindible que convertirá más tarde las batallas en algo cercano al espectador, con ejemplos de heroísmo, sacrificio y camaradería conmovedores para que vivamos la guerra como algo muy cercano, sobre todo cuando mueran algunos de los soldados anteriormente individualizados, logrando el dramatismo pretendido.

Además, a la vieja usanza también, se salpica el adiestramiento de los soldados con pequeñas dosis de humor que, de nuevo, se han quedado bastante rancias.

Lógicamente, la parte más apasionante es la de los combates, donde es verdad que el mezclar escenas reales con las de la propia película resulta bastante acertado. El inconveniente vuelve a ser el guión, haciendo un drama personal de cada muerte, convirtiendo los enfrentamientos iniciales en camaradería y admiración. Pero se hace todo ello de una manera nada sutil, buscando descaradamente conmovernos a base de dosis y más dosis de sentimentalismo.

No sé, quizá en su momento eran detalles que podían impactar a los espectadores, pero a día de hoy todo queda muy artificial y demasiado planificado. El ejemplo más evidente es la muerte de Stryker y cómo, en medio de la lucha, su grupo de soldados se queda leyendo una carta que iba a enviarle a su hijo pequeño. Es tal el cuadro presentado que provoca entre risas y vergüenza.

El punto final, reconstruyendo el izado de la bandera en Iwo Jima tan famoso, es sin duda la gota que colma el vaso.

Curiosamente, la escena más bonita de la película es precisamente una que no tiene que ver con la guerra, y es cuando el sargento Stryker conoce a una mujer (Julie Bishop) en un bar y la acompaña a su casa, donde se encuentra con que tiene un niño pequeño. Al fin aquí encontramos algo de verdadera ternura en la mirada de John Wayne hacia el bebé.

Como podemos ver, Arenas sangrientas es un film un tanto artificial; sus intenciones son tan evidentes que termina casi por producir el efecto contrario al deseado. En todo caso, podremos disfrutar de John Wayne en unos de sus papeles más reconocibles y que además le valió para recibir una nominación al Oscar, la primera de su carrera.

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