Dirección: Allan Dwan.
Guión: Harry Brown y James Edward Grant (Historia: Harry Brown).
Música: Victor Young.
Fotografía: Reggie Lanning (B&W).
Reparto: John Wayne, John Agar, Adele Mara, Forrest Tucker, Wally Cassell, James Brown, Richard Webb, Arthur Franz, Julie Bishop, James Holden, Peter Coe.
El sargento John M. Stryker (John Wayne), con fama de ser un tipo duro, recibe a un grupo de soldados a los que habrá de entrenar para la inminente campaña en las islas del Pacífico contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Arenas sangrientas (1949) es una película bélica a la vieja usanza, elaborada para mayor gloria de los Estados Unidos. Eso ya ofrece una visión bastante sesgada de los acontecimientos, por ejemplo con un enfoque exclusivo desde el punto de vista de los vencedores y con los japoneses, el enemigo en esta ocasión, actuando siempre a traición.
Sin embargo, el mayor inconveniente de la cinta es lo terriblemente mal que ha envejecido, pues vista en la actualidad, dejando a un lado el tema propagandístico, encontramos un argumento realmente pobre, apegado a una estructura tan poco original que no permite sorpresa alguna.
Así, comprobamos como la primera parte está enfocada a presentar a los personajes, identificando a unos cuantos soldados de manera un tanto burda y creando conflictos entre ellos poco convincentes, pero que añaden el componente humano y sentimental imprescindible que convertirá más tarde las batallas en algo cercano al espectador, con ejemplos de heroísmo, sacrificio y camaradería conmovedores para que vivamos la guerra como algo muy cercano, sobre todo cuando mueran algunos de los soldados anteriormente individualizados, logrando el dramatismo pretendido.
Además, a la vieja usanza también, se salpica el adiestramiento de los soldados con pequeñas dosis de humor que, de nuevo, se han quedado bastante rancias.
Lógicamente, la parte más apasionante es la de los combates, donde es verdad que el mezclar escenas reales con las de la propia película resulta bastante acertado. El inconveniente vuelve a ser el guión, haciendo un drama personal de cada muerte, convirtiendo los enfrentamientos iniciales en camaradería y admiración. Pero se hace todo ello de una manera nada sutil, buscando descaradamente conmovernos a base de dosis y más dosis de sentimentalismo.
No sé, quizá en su momento eran detalles que podían impactar a los espectadores, pero a día de hoy todo queda muy artificial y demasiado planificado. El ejemplo más evidente es la muerte de Stryker y cómo, en medio de la lucha, su grupo de soldados se queda leyendo una carta que iba a enviarle a su hijo pequeño. Es tal el cuadro presentado que provoca entre risas y vergüenza.
El punto final, reconstruyendo el izado de la bandera en Iwo Jima tan famoso, es sin duda la gota que colma el vaso.
Curiosamente, la escena más bonita de la película es precisamente una que no tiene que ver con la guerra, y es cuando el sargento Stryker conoce a una mujer (Julie Bishop) en un bar y la acompaña a su casa, donde se encuentra con que tiene un niño pequeño. Al fin aquí encontramos algo de verdadera ternura en la mirada de John Wayne hacia el bebé.
Como podemos ver, Arenas sangrientas es un film un tanto artificial; sus intenciones son tan evidentes que termina casi por producir el efecto contrario al deseado. En todo caso, podremos disfrutar de John Wayne en unos de sus papeles más reconocibles y que además le valió para recibir una nominación al Oscar, la primera de su carrera.
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