Dirección: André de Toth.
Guión: Lotte Colin y Melvyn Bragg (Historia: George Marton).
Música: Michel Legrand.
Fotografía: Edward Scaife.
Reparto: Michael Caine, Nigel Davenport, Nigel Green, Harry Andrews, Aly Ben Ayed, Vivian Pickles, Mohsen Ben Abdallah, Enrique Ávila, Takis Emmanouel, Mohamed Kouka, Scott Miller, Harry Andrews.
Con el fin de detener el avance de Rommel en el norte de África, el ejército británico ordena destruir los depósitos de combustible del Afrika Korps. Para ello envían a un grupo de mercenarios al mando del capitán Douglas (Michale Caine), experto en oleoductos.
Al igual que otros géneros, el cine bélico también estuvo sujeto a modas y cambios de orientación con el paso de los años. Si durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores, sirvió para glorificar a los vencedores, ofreciendo una imagen gloriosa y heróica de la guerra, con los años sesenta del siglo XX se operó un cambio de mentalidad y la guerra dejó de ser un noble ejercicio en defensa de la libertad. Películas como Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967) o esta misma, Mercenarios sin gloria (1968), serían ejemplos perfectos de los nuevos enfoques.
La película es un duro alegato contra la guerra en general. Así, por ejemplo, vemos como el alto mando británico no tiene ningún reparo en utilizar al grupo del capitán Douglas como carne de cañón, mientras envía a otro destacamento por detrás de ellos para cumplir la misión. El colmo de la falta de escrúpulos lo tenemos al final, cuando la destrucción de los depósitos de combustible ya no interesa a los británicos, porque en su avance pretenden hacerse con esas reservas alemanas, y el brigadier Blore (Harry Andrews) ordena que delaten al comando de Douglas a los alemanes para garantizar la captura de los depósitos intactos. Un acto de traición que ya habíamos visto en Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957), una pionera en el tema de denunciar la suciedad de las guerras.
Y como en el film de Kubrick, la imagen de los oficiales al mando es denigrada también con actos como la manera en que Blore se apropia de las buenas ideas de un subordinado como propias.
Pero la crítica a las guerras no se limita a los oficiales superiores. Así, vemos como el grupo de mercenarios del capitán Douglas está formado por lo peor de lo peor, con asesinos, violadores, contrabandistas o traficantes de drogas. No hay honor ni gloria en ese grupo y aunque Douglas intenta mantener ciertos principios, verá como los hombres a su mando desobedecen todo cuanto no les guste.
Definitivamente, estamos ante una visión totalmente opuesta a aquella en que estas películas servían para forjar héroes entre los compatriotas y que presentaban las guerras como el escenario de actos nobles, sacrificios gloriosos y una camaradería sin tacha. Ante esa idealización, el cine de estos años ofrece la visión más cruel y desencantada, algo que se verá con más claridad aún cuando el cine aborde la Guerra de Vietnam.
En cuanto a la labor de André de Toth, un director injustamente infravalorado, hemos de reseñar la precisión de su puesta en escena y cómo, con muy pocos elementos, logra mantener una tensión constante durante todo el metraje. Al contrario que otros films similares que caían en la repetición de situaciones, el viaje del comando está salpicado constantemente de escenarios cambiantes y todos aportando su dosis de peligro, tensión y denuncia, con algunos momentos, como cuando los alemanes exterminan al segundo comando británico sin que Douglas pueda evitarlo, realmente dramáticos.
Mercenarios sin gloria es un film muy interesante que consigue un perfecto equilibrio entre la denuncia de la guerra como algo innoble y que saca lo peor de las personas y la emoción de este tipo de cintas. Atención al final que pone el broche de oro, con lo absurdo del desenlace, a una película muy recomendable.
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