El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 17 de julio de 2023

Sombrero de copa



Dirección: Mark Sandrich.

Guión: Dwight Taylor y Allan Scott.

Música: Irving Berlin.

Fotografía: David Abel (B&W).

Reparto: Fred Astaire, Ginger Rogers, Edward Everett Horton, Erik Rhodes, Eric Blore, Helen Broderick, Eric Blore.

Jerry Travers (Fred Astaire), un artista que acaba de llegar a Londres para una serie de actuaciones, conoce por casualidad a la joven Dale Tremont (Ginger Rogers) y se enamora de ella de inmediato. Pero por un malentendido, Dale cree que Jerry es el marido de una amiga suya, por lo que lo abofetea y se huye de Londres.

Fred Astaire y Ginger Rogers rodaron nada menos que diez películas juntos, formando la pareja de baile más famosa del cine. Sombrero de copa (1935) puede que sea su mejor película. En todo caso, es un clásico por méritos propios.

Si tenemos que ser sinceros, hemos de reconocer que el guión de Sombrero de copa es bastante simple. Jugando al límite con un malentendido, que provoca que Dale rechace a Jerry, creyendo que es un cara dura que a pesar de estar casado se le insinúa, algo muy reprobable para la moral de aquella época, la historia no ofrece mucho más, estando más que cantado el final en el que todo se aclara y la pareja puede vivir su amor al fin sin impedimentos.

Salpicando este sencillo argumento aparecen un par de personajes simpáticos para darle algo de sal al desarrollo, aunque tampoco el nivel de las bromas sea muy elevado.

Otro detalle que llama poderosamente la atención son los decorados, especialmente esa Venecia un tanto hortera que nos asombra sin embargo por la impresionante labor que se percibe detrás de su recreación.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta que es una película de 1935 y entonces los medios eran los que eran, los gustos también y tanto los espectadores como el cine mismo estaban aún en su infancia, dando los primeros pasos hacia su madurez. Por ello, todos estos detalles que podríamos calificar como defectos son más comprensibles. Pero hay algo aún más importante que destierra de un plumazo cualquier pero que podamos ponerle a Sombrero de copa, como musical es una película inigualable.

Los musicales de esos años, especialmente con Fred Astaire, tienen algo mágico. En cierto modo, no son reales. Nos transportan a un mundo ideal, un sueño, donde todo parece perfecto: los salones inmensos, las señoras maravillosas con unos vestidos de princesa, los hombres siempre impecables, el lujo rodeándolos... Parece que en ese universo no hubiera enfermedades, ni desgracias. Además, tiene la virtud de que no parece excluir a nadie, es como si cualquiera de nosotros pudiera verse transportado a esos hoteles, salones y restaurantes. Pero lo mejor de todo es el aire de optimismo que desprenden esas películas. Nada malo puede pasar mientras las disfrutas. La vida debería ser así: alegre, despreocupada, con una linda mujer suspirando por ti y tu bailando como si pisaras una nube.

Y ver bailar a Fred Astaire es un regalo. Está tocado por una gracia infinita y en cuanto suena la música y empieza a mover los pies te olvidas que no daba el tipo de galán, que no actuaba bien o que parecía demasiado mayor. Con la música, Fred Astaire se transformaba en un dios. Es cierto que Ginger Rogers no está a su altura, ¿quién lo estaba?, pero a su lado, con esa sonrisa angelical, eran una pareja maravillosa. Podías estar viéndolos bailar y era como si el tiempo se detuviera. Solo estaban ellos dos.

Si todos los números de baile de Sombrero de copa tienen su encanto, dos de ellos sobresalen especialmente: "Isn't This a Lovely Day (To Be Caught in the Rain)", que tiene lugar en el quiosco de música de un parque de Londres y sobre todo "Cheek to Cheek", un número realmente excepcional, con una canción verdaderamente hermosa. Si hay un tema que pueda ejemplificar la belleza y la magia de los musicales clásicos es éste, sin ninguna duda. Solamente por este número queda justificado ver Sombrero de copa. Es de una perfección y de una belleza inigualables. Es como vivir un sueño del que no queremos despertarnos.

Sin duda, una película imprescindible, te gusten los musicales o no, te guste el cine o no. Sombrero de copa es otra cosa. Es magia, fantasía y belleza.

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