Dirección: Hunter Richards.
Guión: Hunter Richards.
Música: The Crystal Method.
Fotografía: Jo Willems.
Reparto: Chris Evans, Jason Statham, Jessica Biel, Joy Bryant, Kelli Garner, Isla Fisher.
Syd (Chris Evans) no ha superado haber roto con London (Jessica Biel). Cuando se entera que esa tarde ella dará una fiesta de despedida antes de embarcar rumbo a Los Ángeles, decide acudir para hablar con ella.
Es normal que un director, también guionista en esta ocasión, intente darle un rumbo novedoso a una historia romántica, pues es un género que suele moverse en terrenos demasiado vistos. Además, estamos en el siglo XXI y parece normal que el argumento intente parecer moderno, tocando temas como el consumo de drogas desde un punto de vista casi normal.
Sin embargo, el intento de ser original y moderno no es impedimento para hacer las cosas bien, crear un film interesante, ameno y que diga cosas con sentido. Pues bien, London. Oscura obsesión (2005) carece de todo ello hasta el punto que a mitad de la cinta estuve seriamente tentado de dejar de verla.
Quizá lo curioso es que en una película que afronta temas tan importantes e íntimos como una ruptura sentimental con la que crees que es el amor de tu vida, Hunter Richards parezca que escape de un enfoque profundo y sentimental, como si le diera vergüenza tratar el tema con honestidad.
En cambio, recurre a un enfoque algo macarra, de tipos duros adictos a la cocaína y encerrados en un cuarto de baño esnifando, fumando y soltando estupideces durante demasiado tiempo, hasta el punto que en eso queda reducida la historia en un 90%, de manera que es normal que a mitad del metraje uno se sienta decididamente cansado. Porque se puede hacer una película basada en diálogos, naturalmente, pero estos han de tener sentido, decir cosas importantes, profundizar en los personajes, sus sentimientos y sus problemas. Pero el guión de Richards está vacío de sentido común, que se reemplaza por tópicos, conversaciones pedantes, discusiones infantiles y una sensación de impostura absoluta.
Con ello la historia pierde no solo credibilidad, sino cualquier atisbo de sinceridad y la cinta se convierte en un film artificioso, más pendiente de encajar sus chorradas que de trasmitir una realidad con sinceridad y sentimientos.
Es curioso, por ejemplo, que uno de los problemas más graves que afectaban a Syd y London fuera que él no pudiera decirle "Te quiero". Al final, en el aeropuerto, consigue decirlo y la impresión que te deja ese momento es que esa es toda la profundidad que el director ha podido darle a la historia. Resulta ridículo.
Como también es patético que para poder darle algo de dramatismo a los diálogos absurdos de Syd y su nuevo amigo Bateman (Jason Statham), cuyas conversaciones de machos resultan ridículas, Hunter Richards se saque de la manga el tema de la impotencia. De nuevo, un recurso tan forzado que convierte ese momento casi en una broma. Pero, si nos fijamos un poco, el director reduce casi todo el drama de los personajes al sexo: Syd tiene celos de London y su mayor trauma tras perderla es que ella está saliendo con un hombre con un pene enorme. ¡Por favor!
Es triste por lo tanto comprobar como se ha perdido el gusto por crear historias profundas que aporten algo hermoso o profundo al tema de las relaciones de pareja, quedando todo el tinglado reducido a drogas, sexo mal entendido, conversaciones de machos infantiloides y pedanterías varias.
Y lo peor es que habrá mucha gente a la que parezca una buena película. Así está el nivel de gustos y de exigencias.
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