Dirección: André De Toth.
Guión: Philip Yordan (Novela: Lee Wells).
Música: Alexander Courage.
Fotografía: Russell Harlan (B&W).
Reparto: Robert Ryan, Burl Ives, Tina Louise, Alan Marshal, Venetia Stevenson, David Nelson, Nehemiah Persoff, Jack Lambert, Frank deKova, Lance Fuller, Elisha Cook.
Justo cuando el ganadero Blaise Starrett (Robert Ryan) está a punto de saldar cuentas con el granjero Hal Crane (Alan Marshal) por levantar cercas de alambre de espino, llegan al pueblo Jack Bruhn (Burt Ives) y su banda de forajidos.
Extraño western que se acerca más a un análisis psicológico de los personajes que a un film de acción, como era habitual en el género. Así, El día de los forajidos (1959) retrata la amargura de Blaise, no solo enfrentado a los colonos que cercan las tierras e impiden el libre movimiento de su ganado, sino que también se añade el dolor por no poder tener a Helen (Tina Louise), de la que está enamorado pero que decidió casarse con el granjero Hal.
Enfrentado a sus propios demonios, Blaise tendrá la oportunidad de perdonarse cuando se enfrente a la banda de Bruhn y libere al pueblo de su presencia, aún arriesgando su vida.
La moraleja de la historia vendría a enseñar cómo el odio puede arruinarle la vida a quién lo padece, como Blaise, que se había convertido en una persona amargada, violenta e incapaz de sentir siquiera verdadero amor por Helen.
Aunque las intenciones son interesantes, el problema de El día de los tramposos reside en su desarrollo y algunos detalles curiosos que no dejan de resultar extraños.
En cuanto a la puesta en escena, la película se resiente de un espacio cerrado en el que transcurre la primera mitad de la película y donde sabemos que las tensiones entre los bandidos y los habitantes del pueblo no se van a resolver hasta el final, con lo que el relato pierde fuerza por ser bastante previsible.
La segunda parte, la de la huída por la montaña, tampoco logra el dinamismo deseable y la lentitud de su planteamiento así como un desarrollo previsible vuelven a jugar en su contra. Incluso hubiera sido mucho más eficaz un final dramático, con el sacrificio de Blaise, pero el afán de querer ofrecer un desenlace positivo resulta demasiado convencional y, en mi caso, no me pareció muy convincente.
Otro de los problemas del argumento es la actitud de Bruhn con sus hombres, impidiéndoles beber o abusar de las mujeres del pueblo. Si bien tiene su lógica, esta manera de comportarse resulta anómala y convierte a los malos en unos personajes un tanto extraños y no lo suficientemente peligrosos, con lo el nivel de intensidad baja de golpe.
Además, salvando a Robert Ryan y al genial Burt Ives, el resto del reparto está muy por debajo de su nivel, con algunas interpretaciones realmente penosas, como la de Venetia Stevenson.
Por lo tanto, el resultado es un western que tiene más posibilidades que las realmente exprimidas por el director, que no termina de imprimirle ni la dinámica ni la tensión suficientes, de manera que nos quedamos un tanto frustrados por un resultado mediocre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario