Dirección: William Wyler.
Guión: Sidney Howard (Novela: Sinclair Lewis).
Música: Alfred Newman.
Fotografía: Rudolph Maté (B&W).
Reparto: Walter Huston, Ruth Chatterton, Paul Lukas, Mary Astor, David Niven, Gregory Gaye, Maria Ouspenskaya, Odette Myrtil, Spring Byington, Harlan Briggs, Kathryn Marlowe, John Howard Payne.
Cuando Samuel Dodsworth (Walter Huston) vende su empresa, tras veinte años de duro trabajo, decide que es hora de disfrutar un poco de la vida y parte con su esposa Francis (Ruth Chatterton) de viaje por Europa.
Desengaño (1936) es un melodrama sobre el matrimonio y su corrosión. A pesar de ser una obra con casi noventa años a sus espaldas, se mantiene vigente, salvo pequeños detalles, porque afronta un tema universal: las relaciones de pareja, el desgaste de la convivencia y los terribles efectos del paso del tiempo.
Aunque quizá el principal problema de Sam y Francis sea que han vivido casados veinte años y en realidad no se conocen. Y es que la rutina diaria, la vida aburrida en su pequeño pueblo ha mantenido oculta la verdadera personalidad de Francis, incluso a ojos de su marido. Ahora, cuando tiene dinero y no debe preocuparse del qué dirán, Francis saca a relucir su amor por el lujo, la buena vida, los bailes y codearse con la alta sociedad. Pero también hay un problema más profundo: su temor a envejecer. Francis desea aprovechar el tiempo perdido ahora que puede, en el viaje soñado por Europa, alojándose en los mejores hoteles y frecuentando a los aristócratas europeos. Y debe darse prisa, porque ya no es joven, por eso oculta su verdadera edad e incluso el hecho de que vaya a ser abuela. El problema de Francis es comprensible y el relato en realidad no la presenta como una mala mujer, sino como una pueblerina deslumbrada por el lujo y los galanteos, una señora madura que intenta engañar al tiempo y que es feliz como nunca lo ha sido.
Por eso sus infidelidades, el dejar de lado a su marido, no se perciben como un acto de maldad, sino de profunda debilidad, de necesidad. No es que sus actos no sean reprobables, pero son comprensibles. Incluso para Sam, que la sigue queriendo a pesar de todo y desea perdonarla. El problema es que Francis ha conocido un mundo nuevo que la tiene fascinada y la sola idea de volver a su ciudad en los Estados Unidos la aterra.
Al mismo tiempo, el relato contrapone con eficacia la simpleza de la pareja norteamericana, una paletos como afirma el propio Sam, frente a la clase europea y, aunque torpes y sin clase, está claro que la sencilla ignorancia del matrimonio resulta mucho más noble que toda la hipocresía y soberbia europeas, que representan todo lo malo de una vieja aristocracia venida a menos que esconde sus miserias bajo una falsa capa de buenos modales. Sam y Francis son vulgares, pero no engañan a nadie en sus aspiraciones y en sus sueños mundanos.
William Wyler pone en pie este melodrama con suma elegancia, logrando además que el desarrollo sea siempre ágil, sin caídas de ritmo o tiempos muertos. Pero sobre todo, el enfoque que consigue darle es tremendamente comprensivo hacia Francis, pero también hacia Sam. Es fabulosa la manera en que conocemos y comprendemos a los dos, sin incriminaciones. Simplemente, la vida los ha terminado por separar y su amor, o lo que puede quedar de él, no basta para mantenerlos juntos.
Sin duda, una película maravillosamente dirigida y con un Walter Huston soberbio, lo mismo que Ruth Chatterton, entre frívola y frágil, y una hermosa Mary Astor, con un breve pero muy hermoso papel.
La película obtuvo nada menos que siete nominaciones a los Oscar, aunque solamente se llevó el de mejor dirección artística.
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