El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 16 de julio de 2023

Ipcress



Dirección: Sidney J. Furie.

Guión: Bill Canaway y James Doran.

Música: John Barry.

Fotografía: Otto Heller.

Reparto: Michael Caine, Nigel Green, Guy Doleman, Sue Lloyd, Gordon Jackson, Aubrey Richards, Frank Gatliff, Thomas Baptiste.

A Harry Palmer (Michael Caine), un agente del servicio secreto británico algo indisciplinado, le encargan la misión de localizar a un científico que ha sido secuestrado y negociar su entrega.

Las películas de espías suelen tener un defecto: sus argumentos son farragosos y no suelen estar expuestos con la necesaria claridad. Por eso, a pesar de ser un género que me gusta mucho, pocas películas consiguen llegar a un buen nivel y suelen generar más dudas que alegrías.

Aún así, me animé con Ipcress (1965), un film realmente desconocido pero avalado por la presencia de Michael Caine. El problema es que el actor por entonces aún estaba en los comienzos de su carrera, con lo que su presencia tampoco era una gran garantía de estar ante una gran producción. De hecho, Ipcress es un film modesto.

En todo caso, la película plantea una interesante intriga en torno a un científico secuestrado y cómo su rescate, pues las autoridades británicas están dispuestas a negociar con sus secuestradores, se va complicando poco a poco hasta poner a Harry Palmer en serios apuros.

El principal problema es que el guión esconde sus cartas justo hasta los minutos finales con lo que, si bien la intriga nos mantiene interesados en las aventuras de Palmer, el desconocimiento de qué está pasando hace que no podamos disfrutar plenamente del argumento. La idea de este planteamiento es evidente: dejarnos en ascuas hasta el mismísimo final, donde la revelación de toda la trama supuestamente debería dejarnos fascinados.

Sin embargo, el peligro de jugar a este juego es evidente: el desarrollo ha de ser muy interesante para que no nos desanimemos a medio camino y el desenlace tiene que ser realmente bueno. Y en Ipcress en realidad fallan estas dos variables.

En cuanto al desarrollo, es cierto que el no saber de qué va la historia mantiene el interés, pero hay muchas escenas anodinas y las verdaderamente interesantes no son presentadas con la fuerza necesaria. En general, la película transcurre sin mucha tensión y eso termina perjudicándola. 

Pero el problema más serio viene con el final que es ingenioso, sí, pero tal vez demasiado. Además, de nuevo el director carece de la maestría para desarrollar esta parte crucial de una manera eficaz. Así, el encarcelamiento de Palmer carece de emoción y termina resultando repetitivo. Y la escena en la que Palmer debe descubrir quién de sus dos jefes es el traidor resultó un tanto teatral y de nuevo sin la intensidad deseable.

A pesar de estar en los momentos clave de la historia, jamás me sentí realmente emocionado o preocupado por el provenir de Palmer. Tal vez, en manos de un director con más talento estos momentos no hubieran resultado tan pobres.

En todo caso, es evidente que estamos ante un film modesto que intenta funcionar con las cartas que considera oportunas pero que no terminan de cuajar. Entretiene, pero no fascina.

La buena acogida que tuvo en su momento propició una serie de continuaciones, con Michael Caine repitiendo papel, que generaron una especie de saga con Funeral en Berlín (Guy Hamilton, 1966), El cerebro de un billón de dólares (Ken Russell, 1967), El expreso de Pekín (George Mihalka, 1995) y Medianoche en San Petersburgo (Douglas Jackson, 1996).

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