Dirección: Rob Reiner.
Guión: Aaron Sorkin.
Música: Marc Shaiman.
Fotografía: John Seale.
Reparto: Michael Douglas, Annette Bening, Martin Sheen, Michael J. Fox, David Paymer, Richard Dreyfuss, Samantha Mathis, John Mahoney, Anna Deavere Smith, Nina Siemaszko.
Cuando el presidente de los Estados Unidos, Andrew Shepherd (Michael Douglas), viudo, conoce a la señorita Wade (Annette Bening), una experta contratada por una importante organización ecologista, se siente inmediatamente atraído por ella.
Vaya por delante que El presidente y Miss Wade (1995) no es una comedia romántica al uso; el hecho de centrarla en la figura de un presidente demócrata y plagarla de decisiones y observaciones cargadas de mensajes políticos y crear una imagen realmente idílica del presidente le da un cariz especial y tintes nada claros sobre las verdaderas intenciones de Rob Reiner. Sin embargo, también he de confesar que en algunos momentos la historia me sorprendió gratamente.
En realidad, habría que dividir el film en dos mitades, no en cuanto a duración, sino a interés y acierto. La primera parte sería todo el proceso durante el cuál el presidente conoce a Sydney Wade y la va cortejando hasta que ella se enamora de él y comienzan a funcionar como pareja. En este comienzo encontramos los momentos más divertidos de la película y también los más entrañables y hermosos, pues el romance, salvando el "empleo" del novio, se asemeja al de cualquier pareja, con los nervios de la primera cita, las dudas de qué va a suceder y cuando. Reiner sabe mostrar con naturalidad este proceso y convertirlo en creíble, a pesar de las dudas que puedan asaltarnos; pero el acierto reside en humanizar a todo un presidente y hacer convincentes sus dudas a la hora de los pasos a seguir en su intento de cortejar a la mujer que le gusta.
Sin embargo, el acierto de este comienzo no se mantiene en la segunda parte y la culpa es de la excesiva preponderancia que adquiere aquí el tema político. Como es habitual en toda comedia romántica, suele haber un momento de crisis en la pareja que genere la suficiente tensión y dudas sobre su continuidad para poder darle fuerza al desenlace, sea positivo o no. Y tratándose del presidente de los Estados Unidos no es ninguna tontería enfocar la crisis de la pareja por un asunto político. El problema reside en cómo se hace, pues de repente la historia pierde la gracia y el toque humano y el relato pasa a ser frío, cargado de debates políticos, discusiones y decisiones desafortunadas. Además, la historia termina siendo demasiado predecible. El film pierde la nota original del comienzo y se encalla en un desarrollo tan vulgar como escasamente convincente, con el arreglo de última hora precipitado y de nuevo carente de emoción y sensibilidad.
La clara intención de dar una imagen demasiado perfecta del presidente no es creíble y le da la la película un tono demasiado evidente de alabanza a esa figura, vendiendo algo poco convincente.
Incluso el discurso final de Shepherd, que debería ser un instante intenso y definitivo, se queda en el típico momento teatral demasiado bien orquestado como para resultar creíble y encima no emociona, no nos hace vibrar. Y ese es el problema, una película romántica que debe apelar a los sentimientos se vuelve fría en el momento menos oportuno.
Todo lo demás, como la ambientación (parece que a los norteamericanos les encanta mostrar La Casa Blanca con todo detalle en cuanto tienen una oportunidad) o el reparto, con una maravillosa Annette Bening o un muy acertado Martin Sheen, está al nivel que cabe esperar de una producción cuidada y ambiciosa como esta. Por esta parte, nada que objetar.
Pero un film debe ser algo más que lujo y buena fotografía. Desgraciadamente, las buenas perspectivas de una primera parte notable se van disipando conforme pasan los minutos. El resultado es una película entretenida, pero sin verdadera emoción.
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