Dirección: Oliver Stone.
Guión: Stanley Weiser y Oliver Stone.
Música: Stewart Copeland.
Fotografía: Robert Richardson.
Reparto: Michael Douglas, Charlie Sheen, Daryl Hannah, Martin Sheen, Hal Holbrook, Sean Young, John McGinley, Saul Rubinek, Sylvia Miles, James Spader, Franklin Cover, James Karen, Josh Mostel, Millie Perkins, Terence Stamp.
Bud Fox (Charlie Sheen) es un joven agente de bolsa que sueña con hacerse millonario, como su ídolo, Gordon Gekko (Michael Douglas).
Wall Street (1987) es una de esas películas que deslumbran por su esmerada producción. Todo está cuidado al detalle y Oliver Stone demuestra su talento con la cámara, dando al relato el ritmo preciso y una elegante manera de contarlo. Sin embargo, el talón de Aquiles de Wall Street es su historia, que no cuenta nada nuevo ni en el fondo ni en los detalles. Es todo tan tópico, sigue tan fielmente las normas más elementales, con los trucos habituales, que resulta casi intrascendente.
Si empezamos con los tópicos, tenemos por ejemplo al personaje de Michael Douglas, que encarna todos los vicios del hombre de negocios: despiadado, ambicioso, arrogante, mentiroso, manipulador, vengativo. No dudo que no existan personajes así en la vida real, pero en una película queda demasiado obvio, no hay matices, apunta tan claramente en una sola dirección que chirría.
Y los mismos tópicos aparecen en la figura de Bud: joven, con menos talento del que quisiera, ambicioso... pero aquí el guión añade un rasgo que define al personaje y también a toda la película: Bud tiene conciencia. De ahí que desde el principio podamos anticipar parte de lo que va a suceder: la vuelta de Bud al camino recto, su arrepentimiento y el enfrentamiento con su mentor. De nuevo, todo muy clásico, no hay realmente nada especialmente original en lo que nos cuenta Oliver Stone.
Pero los detalles menos convincentes, donde Wall Street descarrila, es en toda la segunda parte. En concreto, cuando Bud engaña a Gekko con la compra de acciones de la compañía aérea. Lo que no cuadra demasiado bien es cómo un perro viejo como Gekko, curtido en mil batallas, no es capaz de adivinar quién está detrás de esas compras. No es muy creíble, la verdad. Como tampoco parece muy convincente el cambio radical de Bud, al que parece que de pronto se le termina la ambición y se convierte en una buena persona. No digo que resulte imposible algo así, pero de nuevo nos movemos en el terreno de los tópicos, de un guión donde todo está dibujado con trazos demasiado gruesos, sin ninguna sutileza. No convence.
Si hablamos del reparto, creo que resulta evidente que Charlie Sheen da muy bien la talla de joven ambicioso, con su aspecto relamido y su arrogante belleza. Otra cosa es que nos convenza como actor, que por ahí empieza la cosa a flojear. Lo mismo que con Daryl Hannah que me pareció especialmente sosa en esta película. El premio gordo fue para Michael Douglas, que ganó el Oscar por su interpretación. No me considero capacitado para dudar de sus méritos, pero tampoco me sentí deslumbrado por su trabajo, aunque es verdad que al lado de Charlie Sheen destaca notablemente.
En el fondo, el problema de Oliver Stone es que se tomó demasiado en serio esta película. La alta dosis de moralidad que le imprime, condenando al ambicioso y elogiando a los trabajadores humildes, pobres pero honrados, como el padre de Bud (Martin Sheen), hace que su mensaje resulte anticuado, previsible y nada convincente. Esto me hace pensar en las películas de Frank Capra, dominadas por un espíritu aún más bondadoso, pero que funcionaban maravillosamente bien. La razón era que las películas de Capra eran cuentos, con ángel incluido; por eso convencían, porque en realidad sabíamos que no eran reales, sino un sueño, el deseo de un hombre bueno imaginándose un mundo mejor. Conclusión: a Wall Street le falta un ángel.
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