Dirección: Peter Medak.
Guión: Hilary Henkin.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Reparto: Gary Oldman, Lena Olin, Annabella Sciorra, Juliette Lewis, Roy Scheider, Paul Butler, Gene Canfield, James Cromwell, Larry Joshua, Will Patton, Ron Perlman, Dennis Farina.
Jack Grimaldi (Gary Oldman) es un policía corrupto a las órdenes de Don Falcone (Roy Scheider), a quien informa del paradero de testigos que pueden perjudicarle. Todo va bastante bien hasta que un día las cosas se tuercen para Jack.
Está claro que los géneros han de evolucionar para no caer en la mera repetición. O al menos, esa sería una buena excusa para intentar crear obras tan originales como Doble juego (1993). Sin embargo, viendo películas modernas, como El padrino (Francis Ford Coppola 1972), podemos poner en duda esa necesidad de sorprender a toda costa. Al menos si no va acompañada de la calidad suficiente y se queda en una sencilla tomadura de pelo bajo la apariencia de algo grande.
Y eso es exactamente Doble juego, una película pretenciosa que no busca la coherencia ni la eficacia, sino solamente impactar y para ello no duda en recurrir a cuantos trucos y giros argumentales se le puedan ocurrir a sus progenitores.
Y lo peor es que el comienzo parecía bastante prometedor, al menos creaba ciertas expectativas. Es verdad que la voz en off llega un momento en resulta algo cansina. Y es que considero que es un recurso que hay que saber utilizar, pues puede ser un gran apoyo para el relato pero, mal utilizado, llega a ser contraproducente.
De todos modos, también es verdad que desde el comienzo el personaje de Jack, protagonista absoluto, se mueve más en el terreno de las apariencias que en el de las certezas y a medida que avanza la historia vamos descubriendo que no parece una persona normal, sino más bien un personaje demasiado teatral, cargado de tópicos pero sin verdadera profundidad. Algo que también empezamos a constatar en la historia, donde ningún personaje parece demasiado convincente, ni Don Falcone, un prototipo de mafioso más que alguien de carne y hueso, ni Mona (Lena Olin), la mujer fatal de la historia y que de nuevo es más un cúmulo de tópicos que alguien con verdadera entidad.
Como suele ser habitual también en guiones sin mucha profundidad, Peter Medak enfoca el argumento hacia los aspectos más morbosos, como el sexo, aunque no resulte muy sensual que digamos, sino barriobajero, y la violencia, con cierta profusión de sangre tan aparatosa como gratuita.
Esta tendencia a las formas sin mucho contenido se acrecienta en la segunda parte de la película, cuando el argumento se retuerce hasta límites absurdos, perdiendo en muchos casos la coherencia, hasta el punto que llega un momento en que ya no nos importa la credibilidad de lo que nos cuentan, sino que ansiamos desesperadamente el final de tanta tontería.
Y menos mal que contamos con Gary Oldman, cuyo trabajo es bastante convincente; no quiero pensar lo que sería el espectáculo con un protagonista de segunda fila.
Pero ningún actor puede poner paños calientes a una historia tan aparatosa, pretenciosa y absurda. Un intento de crear algo original e impactante que se despeña entre incoherencias y golpes de efecto absurdos.
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