El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 28 de agosto de 2023

Una llamada a las doce



Dirección: J. Lee Thompson.

Guión: Julius Epstein (Novela: Hubert Monteilhet).

Música: John Dankworth.

Fotografía: Christopher Challis (B&W).

Reparto: Maximilian Schell, Samantha Eggar, Ingrid Thulin, Herbert Lom, Talitha Pol, Jacques Brunius, Pamela Stirling, Vladek Sheybal, Doreen Moore, Franco Derosa. 

Poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, la doctora Michelle Wolf (Ingrid Thulin) conoce a Stanislas Pilgrin (Maximilian Schell), un jugador de ajedrez sin un centavo, y se enamora perdidamente de él. 

Una llamada a las doce (1965) es un film inquietante porque nos muestra la profunda maldad que puede albergar el alma. Y a su lado, cierta candidez, o el miedo a la soledad, o el sueño de un amor imposible, pero a veces es tan difícil renunciar a los sueños...

Porque Michelle parece tenerlo todo: un buen trabajo como doctora, dinero, inteligencia. Pero está sola. Solamente el doctor Bovard (Herbert Lom) le muestra un amor incondicional, pero ella es incapaz de sentir nada por él. Todo lo contrario que cuando conoce a Stanislas, un ambicioso jugador de ajedrez que aspira a mucho desde su completa miseria. Por eso ve en Michelle una tabla de salvación. Ella lo mantiene, le paga sus vicios y él a cambio se comporta como un fiel amante, pero sin amor. Michelle lo acepta, porque se ha enamorado de veras y es capaz de todo para no perderlo.

Sin embargo, cuando estalla la guerra, ella es detenida por lo nazis por ser judía e internada en un campo de concentración. Durante todo el tiempo que pasa detenida, Stanislas conoce a su hijastra, Fabienne (Samantha Eggar), con la que inicia una relación. Pero hay un cambio: los amantes descubren que Michelle ha heredado de sus parientes una fortuna por eso, en cuanto aparece de nuevo en sus vidas, para Fabienne y para Stanislas solo existe un objetivo: hacerse con su dinero.

Fabienne ha caído en el mismo error que su madrastra, enamorarse de Stanislas, que solo vive para sí mismo. Su egoísmo es tan grande como su ambición y no reparará en nada para satisfacer ambos. Y no dudará en librarse de la pérfida Fabienne y utilizar su diabólico plan para librarse también de Michelle y poder ser libre de disfrutar de la fortuna de ésta.

Una llamada a las doce es un retrato de la naturaleza humana más perversa. Stanislas es un hombre amoral, ambicioso y egoísta. Y cuanto mayor es el botín, más se acrecienta su apetito, hasta romper el último puente de compasión que le quedaba. Fabienne tiene el egoísmo de la juventud, que lo quiere todo y lo quiere ya. Es caprichosa, pero también es mala, hasta el punto no solo de desearle la muerte a su madrastra, sino de planificar al detalle su asesinato. Va un paso por delante de Stanislas, porque lo quiere a él para ella sola y odia verlo con Michelle. Pero ignora que su amado es aún más amoral que ella, porque Stanislas no depende de nadie, solo se quiere a sí mismo. Y llega un momento en que entre Fabienne y el dinero, elige el segundo.

Gran trabajo de Maximilian Schell, realmente soberbio en un papel complicado que sabe encarnar con maestría. Lo mismo que Samanta Eggar, tan atractiva como malvada. Ingrid Thulin tiene un papel más comedido, pero no desentona en absoluto. Quizá la nota más imperfecta venga de la mano de Herbert Lom, cuya rigidez por momento resulta aparatosa.

Quizá la nota negativa sea la duración de la película, no por ella en sí misma, sino porque el relato se pierde en momentos que pedían a gritos más contención para centrarse en lo fundamental. Es posible que también influya el director, que no logra explotar del todo la riqueza del material que tiene entre manos. 

En todo caso, cuando la película se centra en lo fundamental, contiene escenas de una intensidad tremenda, como el asesinato de Fabienne, realmente turbador, o cuando Stanislas telefonea a Michelle para matarla. Junto con algunos diálogos verdaderamente elocuentes, son los mejores detalles de una película perturbadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario