El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 13 de agosto de 2023

Inocencia y juventud



Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: Charles Bennett, Edwin Greenwood y Anthony Armstrong.

Música: Louis Levy.

Fotografía: Bernard Knowles (B&W).

Reparto: Nova Pilbeam, Derrick de Marney, Percy Marmont, Edward Rigby, Mary Clare, John Longden, George Curzon, Basil Radford, Pamela Carme, George Merritt, J. H. Roberts, Jerry Verno, H. F. Maltby, John Miller. 

Una mujer aparece muerta en una playa y se comprueba que ha sido asesinada; por una confusión se cree que el joven Robert Tisdall (Derrick de Marney), un conocido de la víctima, es el asesino y es detenido. 

La carrera de Alfred Hitchcock empezaba a consolidarse en Inglaterra con títulos como El hombre que sabía demasiado (1934) o 39 escalones (1935), que habían tenido ambas un gran éxito. Inocencia y juventud (1937) es un paso más en el afianzamiento de su temática preferida, el inocente acusado de un delito que no cometió, y la consolidación de su estilo. 

Desde el primer instante, sabemos que Robert es inocente del crimen del que es acusado, de ahí que la trama se va a centrar en sus esfuerzos para demostrar que no es el asesino, buscando una gabardina que le robaron con la que cree que podrá probar su inocencia, con los peligros constantes de ser apresado por la policía. En su huída encontrará la ayuda inestimable de la joven Erica (Nova Pilbeam), la hija precisamente del jefe de policía local (Percy Marmont), que se enamora de él casi sin querer.

Un planteamiento bastante sencillo con el que el director intentará mantener la tensión sobre el destino de la joven pareja a base de una interesante explotación de las posibilidades que ofrece su situación de constante peligro de ser descubiertos. Así, Hitchcock saca muy buen partido de momentos en apariencia banales, como la visita de la pareja a casa de la tía de Erica (Mary Clare) y donde las sospechas de ésta sobre la identidad del joven crearán tensión donde en principio no debería haberla. La escena del inocente juego de la gallinita ciega cobra una nueva dimensión con la habilidad del director para crear un instante de incertidumbre por el peligro de que la tía atrape a uno de los dos jóvenes, con lo que tendrían que permanecer más en tiempo en la casa en contra de sus intereses.

Pero quizá el rasgo más característico de la película es el maravilloso sentido del humor que recorre toda la cinta. Tanto por la presencia de algunos personajes realmente simpáticos como por unos diálogos muy afinados que convierten escenas intrascendentes en momentos muy divertidos. 

De la misma manera, el proceso de enamoramiento de los protagonistas está resuelto con gran delicadeza y una sorprendente economía de medios. Sin necesidad de recurrir a escenas complicadas, sino con pequeños detalles, como el que ella le lleve algo de comer a Robert, que van asentando una hermosa complicidad entre ellos.

Pero sin duda el momento más logrado de la película es el de la sesión de baile en el hotel. Erica y el vagabundo (Edward Rigby) que los está ayudando a encontrar al hombre que le dio la gabardina de Robert, buscan en medio de la multitud a un hombre con un tic en los ojos, el sospechoso de haber cometido el asesinato. Pero el vagabundo se desespera, pues parece imposible encontrarlo entre tanta gente. Entonces, pasamos a un plano con la cámara en lo alto que inicia un travelling hacia la orquesta y se va a detener en el rostro del batería, viendo entonces como guiña los ojos. Es el hombre que buscan y está ahí frente a ellos. La importancia de este recurso es que incrementa la tensión de manera notable: los espectadores sabemos algo que la joven y el vagabundo ignoran y crece la desesperación deseando que lo descubran, pero comprendiendo que es muy difícil entre tanta gente. En el fondo, es el mismo truco que en el guiñol, cuando los niños ven aparecer al malvado detrás del héroe y gritan intentado avisarle del peligro. Del mismo modo, nosotros desearíamos avisarlos de dónde se encuentra el asesino.

Esa secuencia, como confiesa el propio director, le llevó nada menos que dos días de rodaje, pero la eficacia de la misma resulta admirable.

Al final, los nervios y el miedo que se van apoderando del asesino al ver a policías en la sala, aunque no lo buscan a él, terminan por provocar que se delate a sí mismo en otro recurso bastante inteligente.

Es curioso como una película realmente sencilla termina resultando un espectáculo sorprendente. Seguramente se deba al el hecho de descubrir tanta precisión y eficacia con elementos tan sencillos. Al contrario que la mayoría de la gente, me siento más atraído por estos films menores de Hitchcock que por algunas de sus películas más ensalzadas. Tienen un encanto especial, tal vez en su modestia esté la clave.

No hay comentarios:

Publicar un comentario