El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 22 de agosto de 2023

La promesa



Dirección: Patrice Leconte.

Guión: Jérôme Tonnerre y Patrice Leconte (Novela: Stefan Zweig).

Música: Gabriel Yared.

Fotografía: Eduardo Serra.

Reparto: Rebecca Hall, Alan Rickman, Richard Madden, Toby Murray, Maggie Steed, Shannon Tarbet, Jean-Louis Sbille, Sarah Messens, Jonathan Sawdon, Caroline Donnelly. 

Alemania, 1912. El joven ingeniero Friedrich Zeitz (Richard Madden) empieza a trabajar en la empresa del magnate Karl Hoffmeister (Alan Rickman). Pronto, gracias a su buen hacer, se convierte en su secretario personal. En cuanto Friedrich conoce a Charlotte (Rebecca Hall), la esposa de su jefe, se enamora de ella.

Una vez más y voy perdiendo la cuenta estamos ante una película perfectamente ambientada, diseñada y fotografiada. Un trabajo realmente encomiable lleno de buen gusto, elegancia y delicadeza. Sin duda. Pero que se estrella en lo fundamental: crear una historia de amor que nos emocione.

Y es que el primer calificativo que se me ocurre atribuirle a La promesa (2013) es fría. La historia del amor reprimido de Friedrich y Charlotte parece esculpido en hielo y en un film que debería contagiarnos pasión y deseo es un fallo imperdonable.

Patrice Leconte se toma su tiempo en mostrarnos el progresivo enamoramiento de los protagonistas. Bueno, en realidad debería decir la manera tan sutil en que van dando pequeños pasos que desvelan lo que sienten el uno por el otro, pues Friedrich se sintió inmediatamente cautivado por Charlotte desde el primer momento en que la vio. 

Ella, al estar casada y por cuestiones de decencia, hubo de disimular sus sentimientos hasta el último instante, cuando el anuncio del traslado a México de Friedrich hizo imposible seguir fingiendo.

Toda esta larga introducción resulta lo mejor de la cinta, pues disfrutamos de la timidez de los protagonistas, sus reservas y cómo van acercándose lentamente, en un juego natural y delicado en que sin poder evitarlo van aproximándose más y más. 

Toda esta parte, si bien dura tal vez demasiado, tiene un cierto encanto, apoyada por la perfecta puesta en escena y el innegable atractivo de Richard Madden y la belleza de Rebecca Hall, que además posee un talento incuestionable, siendo capaz de trasmitir cualquier sentimiento con apenas un pequeño gesto.

Sin embargo, cuando los amantes desvelan abiertamente sus sentimientos, es cuando la historia debería dar un salto en la intensidad, dejando de lado la parsimonia del comienzo. Pero el director es incapaz de cambiar el paso. Tampoco el guión le ayuda, pues cuando deberían arder de pasión los amantes es cuando se separan, de manera que vivimos su romance a través de las cartas de Charlotte, tan acartonadas y formales como la película, de manera que no sentimos la pasión ni el dolor, solo una composición elegante y gélida que llega a cansar.

Y el colmo viene cuando al fin Friedrich regresa a Alemania después de seis años de ausencia, habiendo enviudado Charlotte, con lo que nada se interpone ya en su amor. Pero nos encontramos más de lo mismo: largas conversaciones insustanciales y una distancia entre los amantes incomprensible, al punto que llegué a pensar que Friedrich tal vez se había casado durante la separación o había dejado de amarla. Pero no es así, siguen queriéndose en apariencia como al principio, pero eso es algo que casi debemos adivinar, pues lo disimulan bastante bien. Solamente en la última escena, un tanto artificiosa y edulcorada, vemos por fin un beso. 

Definitivamente, una película sin vida, sosa, aburrida. Si te gustan las historias de amor, La promesa te aburrirá con ganas.

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