Dirección: Patrice Leconte.
Guión: Jérôme Tonnerre y Patrice Leconte (Novela: Stefan Zweig).
Música: Gabriel Yared.
Fotografía: Eduardo Serra.
Reparto: Rebecca Hall, Alan Rickman, Richard Madden, Toby Murray, Maggie Steed, Shannon Tarbet, Jean-Louis Sbille, Sarah Messens, Jonathan Sawdon, Caroline Donnelly.
Alemania, 1912. El joven ingeniero Friedrich Zeitz (Richard Madden) empieza a trabajar en la empresa del magnate Karl Hoffmeister (Alan Rickman). Pronto, gracias a su buen hacer, se convierte en su secretario personal. En cuanto Friedrich conoce a Charlotte (Rebecca Hall), la esposa de su jefe, se enamora de ella.
Una vez más y voy perdiendo la cuenta estamos ante una película perfectamente ambientada, diseñada y fotografiada. Un trabajo realmente encomiable lleno de buen gusto, elegancia y delicadeza. Sin duda. Pero que se estrella en lo fundamental: crear una historia de amor que nos emocione.
Y es que el primer calificativo que se me ocurre atribuirle a La promesa (2013) es fría. La historia del amor reprimido de Friedrich y Charlotte parece esculpido en hielo y en un film que debería contagiarnos pasión y deseo es un fallo imperdonable.
Patrice Leconte se toma su tiempo en mostrarnos el progresivo enamoramiento de los protagonistas. Bueno, en realidad debería decir la manera tan sutil en que van dando pequeños pasos que desvelan lo que sienten el uno por el otro, pues Friedrich se sintió inmediatamente cautivado por Charlotte desde el primer momento en que la vio.
Ella, al estar casada y por cuestiones de decencia, hubo de disimular sus sentimientos hasta el último instante, cuando el anuncio del traslado a México de Friedrich hizo imposible seguir fingiendo.
Toda esta larga introducción resulta lo mejor de la cinta, pues disfrutamos de la timidez de los protagonistas, sus reservas y cómo van acercándose lentamente, en un juego natural y delicado en que sin poder evitarlo van aproximándose más y más.
Toda esta parte, si bien dura tal vez demasiado, tiene un cierto encanto, apoyada por la perfecta puesta en escena y el innegable atractivo de Richard Madden y la belleza de Rebecca Hall, que además posee un talento incuestionable, siendo capaz de trasmitir cualquier sentimiento con apenas un pequeño gesto.
Sin embargo, cuando los amantes desvelan abiertamente sus sentimientos, es cuando la historia debería dar un salto en la intensidad, dejando de lado la parsimonia del comienzo. Pero el director es incapaz de cambiar el paso. Tampoco el guión le ayuda, pues cuando deberían arder de pasión los amantes es cuando se separan, de manera que vivimos su romance a través de las cartas de Charlotte, tan acartonadas y formales como la película, de manera que no sentimos la pasión ni el dolor, solo una composición elegante y gélida que llega a cansar.
Y el colmo viene cuando al fin Friedrich regresa a Alemania después de seis años de ausencia, habiendo enviudado Charlotte, con lo que nada se interpone ya en su amor. Pero nos encontramos más de lo mismo: largas conversaciones insustanciales y una distancia entre los amantes incomprensible, al punto que llegué a pensar que Friedrich tal vez se había casado durante la separación o había dejado de amarla. Pero no es así, siguen queriéndose en apariencia como al principio, pero eso es algo que casi debemos adivinar, pues lo disimulan bastante bien. Solamente en la última escena, un tanto artificiosa y edulcorada, vemos por fin un beso.
Definitivamente, una película sin vida, sosa, aburrida. Si te gustan las historias de amor, La promesa te aburrirá con ganas.
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