El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 30 de agosto de 2023

El príncipe de las mareas



Dirección: Barbra Streisand.

Guión: Pat Conroy y Becky Johnston (Novela: Pat Conroy).

Música: James Newton Howard.

Fotografía: Stephen Goldblatt.

Reparto: Nick Nolte, Barbra Streisand, Blythe Danner, Kate Nelligan, Jeroen Krabbé, Melinda Dillon, George Carlin, Jason Gould, Brad Sullivan. 

Cuando su hermana melliza Savannah (Melinda Dillon) vuelve a intentar suicidarse, Tom Wingo (Nick Nolte) acude a Nueva York para intentar ayudar a la psiquiatra Susan Lowenstein (Barbra Streisand) en el tratamiento de su hermana. 

El príncipe de las mareas (1991) es una de esas películas que me gustan tanto como me decepcionan, a partes iguales. 

La historia se centra en tres hermanos que han tenido una infancia muy complicada a causa de unos padres enfrentados entre sí, agresivos y mentirosos. De ahí que Savannah sea una mujer tan sensible como inestable y Tom se pase la mayor parte del tiempo bromeando sobre todo para no enfrentarse a sus problemas. Ha elegido escapar. Solamente con su madre, a la que llama siempre por su nombre, Lila (Kate Nelligan), es cuando suelta su rabia en encendidas discusiones.

Será finalmente gracias a la doctora Lowenstein, que indaga en su infancia en busca de claves para ayudar a su hermana, que Tom al fin se enfrenta a sus traumas, se encuentra a sí mismo y se acepta, perdonando a sus padres y a sí mismo por todo el dolor acumulado.

Una historia, como se puede adivinar, dolorosa, triste y llena de conflictos que es capaz de conmover al más duro de los espectadores, en especial con un par de momentos verdaderamente intensos. Y es precisamente esa carga dramática, la excesiva dureza de la infancia de los Wingo cuando algo me previene y me pone en alerta sobre una historia tan dura como manipuladora. Porque realmente toda la parte de la película centrada en las confesiones de Tom a la psiquiatra resulta demasiado teatral. No digo que no puedan suceder casos así, como los que se describen, pero es el afán de crear un drama de dimensiones colosales lo no me gusta demasiado. Tanto esfuerzo por rizar el rizo me molesta.

Incluso algunos momentos rozan el esperpento, como la cena en casa de Susan con su marido (Jeroen Krabbé), todo un artista de fama mundial, comportándose como un imbécil redomado. Aquí, sin ningún disimulo, es donde vemos cómo el guión saca a relucir sus intenciones deshonestas de manipulación, forzando el drama de manera grotesca.

Además, las hermosas imágenes y la voz en off son como la gota que colma el vaso. Suenan a impostura, a artificio calculado. Y atención, que el relato tiene fuerza y resulta conmovedor. No es un mal discurso ni mucho menos. Solamente que me parece artificial, está todo demasiado calculado, hasta el desenlace, al cuadrar las piezas con tanta exactitud.

Curiosamente, la parte que me pareció más auténtica fue llegando al final, cuando vivimos el romance entre Tom y Susan. Es verdad que el tono sigue siendo acaramelado, con imágenes demasiado hermosas como para pensar que son espontáneas, pero al menos sí que percibí verdadera alegría en la manera de contarnos el romance de dos personas tristes que encuentran al fin una felicidad sorprendente y abrasadora. La manera en que los vemos disfrutar recuerda al primer amor de adolescencia y son puras en su esencia.

El desenlace de nuevo intenta crear el drama perfecto, eligiendo la corrección modélica y moralista para que nos quedemos con ese sabor agridulce que parece la meta buscada por los padres de la película.

Barbra Streisand es elegante como directora y un tanto extraña en su papel. Entiendo que no es una mujer fea, pero siempre me ha costado verla en papeles apasionados, de mujer atractiva. Nick Nolte vivía por entonces su mejor etapa y, sin ser un mal actor, siempre lo vi peligrosamente cercano al exceso. Como pareja en esta historia no terminaron de convencerme, no los veía juntos, pero eso es cosa mía.

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